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Juan Francisco Ferrándiz, escritor: “Los problemas de la Barcelona del siglo IX no tienen nada que ver con los de ahora”

Juan Francisc Ferrándiz

José Miguel Vilar-Bou

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Juan Francisco Ferrándiz (Cocentaina, 1971) llegó buceando en la historia a la Barcelona del siglo IX. Se trata de un escenario que hoy nos cuesta imaginar: una ciudad fronteriza, con apenas mil habitantes y que debe confiarse a su vieja muralla romana para resistir los continuos asedios moriscos. Un territorio sólo apto para supervivientes. Este es el lugar principal donde se mueven los personajes de 'La tierra maldita' (Grijalbo), novela que el autor define como “una historia épica para cualquier tipo de público”. Asegura haber escrito el libro “sin ninguna intención de aleccionar” y antes de que la situación en Cataluña “se hubiera puesto tan visceral”. Juan Francisco, que conjuga su labor de novelista con su otra profesión, la de abogado, puede presumir de que pronto su tercera novela verá la luz en, por el momento, trece países.

En tu novela nos hablas de una Barcelona que cuesta imaginar, casi de Western.

Llegué a ella buscando en el mar de historias que es la Historia y fue una sorpresa también para mí descubrir ese enclave que no es todavía la ciudad medieval que conoceremos en el siglo XIII, sino un lugar con apenas mil habitantes en una frontera continuamente agredida por los sarracenos. Ahí la inspiración se disparó. Quise averiguar qué sentía aquella gente para contarlo.

¿Era Barcelona un punto estratégico?

Barcelona era el tapón que separaba a los sarracenos del Imperio Carolingio. Con el plan de expansión de Carlomagno y de su hijo Luis el Piadoso, el imperio se extiende y una de las direcciones clave es el sur, más allá de los Pirineos: la llamada Marca Hispánica. Pero ahí los francos chocan con el Emirato de Córdoba, un reino muy poderoso, de manera que la frontera queda fijada en ese punto. Ni los francos por el norte ni los sarracenos por el sur renunciarán a esa parcela. Entonces, en ese momento, mantener Barcelona era de importancia estratégica total. Por allí pasaba la Vía Augusta, la calzada romana que venía prácticamente desde Gádir (Cádiz), más o menos en ruinas, pero todavía utilizable: de tener que mover un ejército, el mejor camino era ese.

Retratas 'La tierra maldita' como un lugar sólo para supervivientes.

Los musulmanes cada diez años más o menos atacaban Barcelona. La muralla romana logró casi siempre evitar el desastre, pero imagina vivir en un sitio donde cada poco vienen y lo destrozan todo. Y si no te matan o te llevan esclavo, te queman los campos. Claro, aquella zona de frontera estaba despoblada. Nadie se atrevía a instalarse allí. Sin embargo, poco a poco se va consolidando, se repuebla el territorio. Ahí vemos el tesón de esa gente, de esos campesinos. Y al final salió bien: Ahí está la ciudad todavía. Esa es una de las cosas que quería contar en la novela.

El personaje central es el obispo Frodoí.

Él es una figura histórica. Lo descubrí durante la investigación y enseguida vi que, por la fuerza que tiene, debía ser el personaje columna de la novela. Aunque queda poco rastro documental de él, los datos nos dejan entrever que fue alguien que solía salirse con la suya. En palabras de hoy, un tío espabilado. Sabemos que construyó la catedral, no la gótica actual, ni la románica, sino la que está debajo de estas dos. Su objetivo vital es conservar la Barcelona de la que es obispo, evitar que desaparezca. En aquella época tan incierta, un ataque sarraceno podía haber cambiado la historia y hacer que Barcelona fuese hoy unas ruinas.

Cuentas también la peripecia de la gente humilde.

Claro, me interesaba contar conjuras, conspiraciones, juegos de poder, pero también mostrar a las personas sencillas, que son más como nosotros. Como Elisia, que abre una taberna y hace todo lo posible por salir adelante. Por cierto que en aquella sociedad la mujer tenía más derechos de los que tendrá después en el siglo XV. Tenía por ejemplo capacidad de disponer de sus bienes, lo que más tarde ya no será así.

Te oigo hablar de francos, godos, musulmanes… y no puedo evitar pensar que se tiende a ver la identidad como algo fijo e inmutable, cuando en realidad es algo circunstancial, que evoluciona y cambia con los siglos.

Hay que ver con atención lo que aquí sucede: en un momento se crea la Marca Hispánica en la que se vive en continuos peligro y miseria. Eso hace que a la corte franca lleguen pocos impuestos desde este territorio y que, por tanto, haya poco interés en él. Había lugares del imperio mucho más ricos, prósperos. Este aislamiento crea una identidad. Por eso los historiadores de allí dicen que la identidad catalana no nace de la victoria sino de la derrota. Y a partir de ahí surgirán los condados catalanes y después ya la Corona de Aragón. Pero, como en cualquier lugar de Hispania, aquello fue zona de paso de íberos, romanos, musulmanes… Una mezcla que es riqueza si la sabemos entender. Y este proceso de creación de conciencia de identidad irá dándose en otros sitios de la península: en Valencia, en Murcia… Y eso es bueno, siempre que exista el respeto por los demás.

¿Qué lengua se hablaba en aquella Barcelona?

Es algo en lo que no he querido entrar porque no aportaba nada a la historia. El hecho es que no hay ningún documento en lengua vernácula. En lo escrito, se utilizaba el latín. A nivel hablado… nadie es capaz de decir. Yo creo que sería una mezcla de latín ya deformado por el paso de las generaciones con algunas palabras árabes, germanas… Pero esto no deja de ser mera hipótesis.

En la novela reflejas también las creencias precristianas que sobrevivían todavía en el siglo IX: el paganismo, la hechicería…

Es que, aunque en aquella época Europa estaba ya cristianizada, esa cristianización era muy débil. Se creía en Cristo, pero estaba todo mezclado. Eso lo podemos ver en los concilios de la época, en los que se toman decisiones que nos sorprenden, como por ejemplo prohibir consagrar con leche, miel o cerveza. A nosotros nos parece básico que se consagre con pan y vino… Pues en aquella época no parecía estar tan claro. Muchos sacerdotes eran analfabetos. En una aldea se construía una ermita que era poco más que una cabaña y se elegía al sacerdote, que podía ser un pastor con nueve hijos, porque alguien tenía que ejercer… Imagínate qué ritual haría ese hombre. Todo eso nos da idea de que aquel es un momento en que todo es muy primitivo y está por definir: a nivel territorial, político, religioso…

A la hora de acometer una novela como esta, con tanta documentación, ¿puede pasar que el escritor pierda el disfrute de escribir?

Ese es el gran dilema de cualquier escritor de novela histórica. Hay que hacer un equilibrio muy fino porque el que va a leer tu libro muy probablemente no sea historiador. A quien me dirijo es a gente normal, como yo, que cuando coje una novela quiere disfrutar. Entonces no puedes excederte, y a veces te toca sacrificar cosas que te parecen interesantísimas pero que no aportan nada a la trama.

¿Cómo se relacionan tus facetas de abogado y de escritor?

La literatura es para mí una vía de escape. Prácticamente desde el inicio de mi ejercicio profesional, algo se despertó en mí. Yo no había escrito antes, era lector. Entonces, esa osadía de pasar de lector a escribir surgió como necesidad de evadirme, porque es que encima mi especialidad de Derecho es la más árida: de empresa, concursal, impagados… ese tipo de cosas. Entonces este imaginar, bucear en la historia, crear personajes, me compensó. Y ese lado de mi vida ha ido cogiendo fuerza. He podido publicar mis tres novelas con Grijalbo.

Teniendo en cuenta cómo están los ánimos con y en Cataluña, ¿te ha salido algún recalcitrante?

Tengo lectores de todas partes: Sevilla, Murcia, Toledo… que me han felicitado. Y de Barcelona también. Escribí la novela antes de que la situación se pusiera tan visceral, y no tengo ninguna intención de aleccionar. Sí es verdad que alguno me ha dicho: “Como la historia trata de Barcelona, no quiero saber nada”. En fin, yo soy valenciano, así que en esa polémica ni entro ni salgo. Cuento una historia que se desarrolla en el siglo IX, y los problemas de esa época no son los del XXI. En el IX luchabas por sobrevivir y en el XXI a nadie le falta su nómina, y todos contentos.

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