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'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.

Los nombres arrasados de la insurrección: una lectura de `La lengua rota´, de Raúl Quinto

El escritor Raúl Quinto

Anabel Úbeda

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En el mapa de la lengua de Zenón se incrustan en forma de papilas calciformes, los nombres arrasados de la insurrección civil, del inconformismo, de la huida. Raúl Quinto (1978), nacido en Cartagena, nos trae en `La lengua rota´, una revalorización de los mecanismos del lenguaje, para recordarnos el poder evocador y social de la palabra. 

El hilo conductor es el enfrentamiento de Zenón de Elea con un tirano. Este filósofo heleno, encargado de la educación de los hombres en la virtud, fue lo que ahora se denomina como ‘activista político’, pues colaboró en el intento de derrocamiento de un gobernante. De él, nos llega la leyenda de que se cortó la lengua con los dientes y se la arrojó como símbolo de su silencio. 

La lengua escupida por Zenón se convierte en la imagen que domina el poemario y nos mantiene atentos a cada historia, deseando pasar por cada parada para romper nuestros esquemas poéticos y políticos. Es un poemario que contiene nombres propios, personas que lucharon por nosotros, que nos trae esa idea de que el sistema teme a la palabra crítica.

 El autor, como apuntó en su presentación, nos ofrece dos opciones de lectura. Por ello, se pueden leer los poemas al desnudo, sin conocer a los personajes y los hechos para inundarnos de la palabra poética y al llegar a las biografías, volver atrás y realizar una segunda lectura que ofrecerá otros detalles. O se puede optar por leerlos directamente desde el conocimiento de quién fue silenciado o de qué fue lo que ocurrió. 

Entre los nombres propios, encontramos a Javier Verdejo, un joven almeriense que no terminó su pintada “Pan, trabajo y libertad” por un disparo de la Guardia Civil en 1976, donde hallamos versos como “Una pared. Incomunica/ la carne con la ropa, / la piel con su interior” o “hablamos un idioma/ de palabras quebradas”, que nos llevan a esa idea de que no se pueden romper las paredes que nos contienen y que en la palabra podemos quedarnos a medias o pueden venir a quebrárnosla.  O también a Marisela Escobedo, una madre que luchó por hacer justicia al feminicidio de su hija en Ciudad Juárez y sólo recibió de la justicia el desprecio que la llevó a convertirse en activista hasta que un hombre la silenció. Sobre ella, Raúl nos dice que “no son blancos los huesos, / dentro del cuerpo hay una sombra/ de carne y sangre sin color”, versos en que el cuerpo se desacraliza para mostrarnos un dolor por la injusticia que no se estanca en los huesos, sino que “sus dedos señalan/ y su boca responde”.

Las pausas entre los nombres y los hechos se ven salpicadas por poemas sueltos que ahondan en un mundo sospechoso de silencio y nos imbuye en la soledad del ser humano y en lo descarnado, un juego del lenguaje que revive la lengua de Zenón, nuestro observador. Nos trae imágenes magnéticas de la vida cotidiana y otras más desoladas como “alguien baila en el fondo/ de la piscina/ de la urbanización abandonada / abraza a un maniquí”, o la leve proclama de la distracción del sistema en “mira al cielo, te dicen, / para que no te fijes en tus manos”. 

Respecto a los hechos concretos, la sección de ‘La carretera invisible’ nos traslada a un camino entre Málaga y Almería, donde ocurrieron hechos silenciados por la historia oficial durante la Guerra Civil. El autor, no recurre a nombres, porque se podrían contar por miles -si estuviesen registrados en algún lugar-. Aquí, recurre a la madre y el hijo que huyen de su lugar de origen para grabarnos en la retina, a través de aliteraciones, paralelismos e imágenes la violencia, la turbulencia y el olvido en una prosa poética que recalca el ritmo frenético de una guerra que marcó a los más inocentes.  

Allí, caminando por el sur, “con los dedos manchados de cielo”, entramos en un pasado en que nos sentimos “estirpe del esparto mecida por la brisa del mediterráneo, derramada como un verso de polvo sobre el alféizar”, un fin obligado marcado por la pólvora que nos deja a la intemperie, sin patria, sin madre y conduciendo por la autovía que hoy recorre todos esos kilómetros de injusticia, de casas que quedaron vacías y de cortinas que ardieron junto con recuerdos, nadando hacia el centro del agujero. 

Y Zenón nos escupe su lengua, nos deja solos, no nos cuenta la verdad como no se la contó al tirano, para que, en cada uno de sus puntos blancos, veamos las constelaciones de los que han sufrido la mordaza mientras que Raúl Quinto nos conmina pensar si la voz que usamos es la nuestra.

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