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La Asamblea Regional, un 'Castillo' en ruinas

El presidente de la Asamblea Regional, Alberto Castillo, y el resto de los integrantes de la Mesa

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Desde el balcón de prensa se ven, sobre todo, las coronillas de los diputados regionales y los gestos que hacen con las manos, especialmente la bancada que queda debajo; a la de enfrente sí que es posible entrever algún que otro rostro que levanta la vista de la mesa. El hemiciclo de la Asamblea Regional siempre me pareció oscuro y pequeño. Creo que gana en luz y amplitud el nuevo espacio donde se han trasladado los parlamentarios murcianos a raíz de la COVID-19: el Patio de los ayuntamientos. En ambos sitios sí se puede ver bien la mesa de la Presidencia, máxima autoridad de ese espacio, actualmente dirigida por Alberto Castillo, el último tránsfuga de Ciudadanos. 

Redactor en Antena 3 durante diez años, Castillo se incorporó a la SER en 1994 al ser la primera adquirida por la cadena de Prisa. En 2014 fue despedido como director de Programas e Informativos de Radio Murcia Cadena SER. Desde entonces el radiofonista fue miembro de la Junta Directiva del Colegio de Periodistas de la Región y comentarista taurino y folclórico. Sin la intención de desmerecer las tradiciones de nuestra tierra, no veo en su desempeño laboral de los últimos años una trayectoria especialmente vinculada a la política. Encuentro en las redes sociales muchas fotos del actual presidente de la Asamblea -saludando a políticos, eso sí- en la plaza de toros y de costalero y cofrade, aunque tampoco ninguna que lo vincule al partido al fue a parar, Ciudadanos, y que le dio, ni más ni menos, la Presidencia de la Cámara regional.

Es cierto que, en sus formas, Castillo profiere una cortesía medieval, recibiendo a quien le visita con unos parabienes algo hiperbólicos, que, en un momento dado, pueden vestir al Parlamento de un bucolismo pastoril, pero no recuerdo de él, especialmente, ninguna reflexión o manifestación política con sustancia o sin ella hasta los acontecimientos políticos de las últimas semanas.

Recientemente, mostró otra cara de la moneda, menos ceremoniosa, cuando le quitó la palabra a la diputada de Podemos, María Marín, por afear a Castillo el hecho de no haber mandado callar a los parlamentarios del PP que la interrumpían durante su discurso porque “soy la de Podemos”. Marín tildó de “despótica” aquella actitud. La diputada morada se encontraba hablando en esos momentos sobre las vacunaciones contra el coronavirus fuera de protocolo.

En la defensa y votación de la fracasada moción de censura de PSOE y Ciudadanos para desalojar al PP del Gobierno regional; Castillo no paraba de hacer aspavientos desde la presidencia para que los parlamentario no pronunciaran insultos y “palabras de calle” durante las intervenciones ya que estaba “toda España mirándonos”. Desconozco si se paró a pensar que España miraba igual el hecho de que él hubiera estampado su firma en la moción y luego, en cambio, se abstuviera en la votación arguyendo ser ‘palomita suelta’ por ser presidente de la Asamblea. En ese momento, su abstención no fue definitiva, aunque sí simbólica. Lo que no ha resultado meramente simbólico y, sí definitivo, ha sido su nueva abstención esta semana para que los tránsfugas se hicieran con el control del grupo parlamentario de Ciudadanos, convirtiéndose así, claramente, en el cuarto tránsfuga.

Los tránsfugas han tomado, de este modo, el control del Gobierno y ahora de la Asamblea. No hay distinción entre el Ejecutivo y Legislativo, de modo qué este último poder ha perdido por completo su significado. Por otro lado, nada tiene que ver este Gobierno con el que se negoció en 2019 en el pacto de Legislatura. Este retorcimiento de las normas, de los pactos, de lo votado y de lo representado roza ya la anomalía democrática y nos deja una Asamblea como un ‘Castillo' en ruinas. Mientras siete tránsfugas -cuatro exCiudadanos y tres exVox- lo echan abajo con “la conciencia tranquila”, nosotros sufriremos las consecuencias del derrumbe. 

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