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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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No a la guerra (en Ucrania)

Una mujer pasa junto a una trinchera en la ciudad ucraniana de Odesa. EFE/ Borja Sánchez Trillo

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Cuando en 1941 Japón atacó Pearl Harbour y otras posiciones americanas en el Pacífico, apostó a que la sociedad de los Estados Unidos iba a estar tan acomodada por el consumismo como para encajar el golpe y seguir de fiesta. Antes de comenzar la guerra ya se sabía que si los EEUU ponían en marcha su capacidad industrial y bélica iban a constituir un rival demasiado poderoso para el ejército nipón. Japón se equivocó y Roosevelt lideró un despertar americano, que no sólo se enfrentó al Imperio del Sol Naciente, sino también a Hitler en Europa.

Hitler, por su parte, también consideró que la cultura democrática, liberal, capitalista y consumista producía debilidad. Violando los tratados que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial, militarizó Alemania, extendió su ejército a zonas desmilitarizadas, se anexionó Austria e invadió Checoslovaquia mientras Europa seguía una política de apaciguamiento que se lo permitió. Tras la invasión de Polonia el 'mundo libre' reaccionó, lamentando no haber intervenido antes cuando parar al nazismo no hubiese costado tantas muertes y de manera que no se hubiesen cometido tantas atrocidades. Europa aún no se ha recuperado del golpe de esta guerra y mantiene una posición importante, pero secundaria, en el escenario internacional.

Al acabar la guerra se fundó la Organización de las Naciones Unidas (ONU) buscando un organismo capaz de responder a las agresiones transnacionales. La idea era que esta institución organizase la confrontación de los países agresores con un poder global que preservara la paz. La ONU fracasó rápidamente al quedar su acción bloqueada por el enfrentamiento entre EEUU y la URSS, ambas con capacidad de veto en su Consejo de Seguridad. En su lugar, tras la caída de la URSS, un conglomerado heterogéneo liderado por países ricos al que llamamos Occidente ha seguido una errática política de intervención en situaciones como las guerras del Golfo Pérsico, Corea del Norte, Irán, Siria, Afganistán o Libia.

En 2014, la anexión de Crimea por parte de la Rusia de Vladimir Putin fue recibida con políticas de apaciguamiento. Occidente mostró su rechazo desde la retórica y alguna sanción económica temporal, pero dejó claro que no iba a tomarse en serio la oposición a la expansión rusa. El paralelismo con la invasión nazi de Checoslovaquia era obvio y la expectativa de la ampliación de las hostilidades rusas, más que razonable. 

La vergonzante actuación de Occidente en Afganistán reforzó el mensaje de que estamos demasiado ocupados mirándonos el ombligo como para detener agresiones, por lo que Irán ha continuado enriqueciendo uranio para preparar una bomba nuclear y Rusia ha invadido el resto de Ucrania.

Ucrania ha emprendido una heroica defensa, enviando a sus varones entre 18 y 60 años al frente para retrasar una conquista rusa inevitable sin la intervención de Occidente. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky ha afirmado que luchan por la europeidad de Ucrania. Otros han afirmado que la lucha de Ucrania protege al territorio europeo y que, tras su caída, Moldavia, Polonia y otros países pueden convertirse en nuevos escenarios bélicos.

Occidente ha impuesto importantes sanciones económicas y culturales a Rusia y ya se ha avisado a la población de que hay que asumir sacrificios ante la subida de la inflación y las dificultades económicas que esta situación conlleva. También se ha acogido a refugiados ucranianos con inusitada diligencia. Sin embargo, cuando terminé de escribir este artículo, la oposición militar al ejército ruso por parte de Occidente seguía sin verse, mientras los ucranianos morían a millares.

Tal vez Zelensky no haya entendido que la europeidad del sigo XXI que dice defender consiste en manifestarse diciendo “no a la guerra”, criticar la entrega de armas a Ucrania o plantear si el envío de los varones al frente supone perpetuar la opresión heteropatriarcal.

O tal vez Rusia no haya entendido que, como en la II Guerra Mundial, Occidente necesita tiempo para despertar y oponerse al agresor. Tal vez Putin haya cometido el mismo error que Hitler y los japoneses. Tal vez Rusia haya infravalorado la capacidad de respuesta del mundo libre de la misma manera que Jerjes hizo con los griegos.

En esta coyuntura, Europa en particular y Occidente en general van a tener que revisar y definir cuáles son sus valores y qué están dispuestos sacrificar por ellos. Como buen europeo, esperaré en un sillón a ver si surge un Churchill o un Temístocles, entretenido por el devenir de los acontecimientos y, a lo mejor, hasta recurro a una ración de palomitas para hacer la espera más agradable.

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