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Un campurriano y un torrelaveguense, vientos cruzados en el Cantón de Cartagena

Antonio Martínez Cerezo

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DETERMINISMO

El destino es una máquina de complejos engranajes que trabaja incesan­temente para que todo lo que ha de ocurrir ocurra necesariamente. Y así... para que este «insólito» tomara cuerpo en el papel quiso la casualidad —que es más causal de lo que parece— que Elisa Gómez Pedraja escribiera el libro «Pedro Gutiérrez de la Puente: Un campurriano en el cantón», cuya undécima nota a pie de página razona: «Gran parte del duro asedio a Cartagena fue coordinado por el general Francisco de Paula Cevallos y Vargas (Torrelavega, 9-10-1814-Madrid, 9-3-1883), primer marqués de Torrelavega. ¿Llegarían a conocerse don Pedro y don Francisco, parlamentando o de alguna otra forma?

Un natural de Mazandrero, máxima figura política de los revolucionarios cantonales. Y un general de Torrelavega, al mando del ejército centralista. Sitiado y sitiador. Insurgente y represor. Dos de aquí enfrentados allí. A más de ochocientos quilómetros del lugar de origen. Cosas del destino.

Y los cabos habrían permanecido sueltos, en el libro de Elisa, si esa máquina que todo lo predetermina no hubiera movido a la autora a poner un ejemplar en mis manos, que leí de un tirón recordando mis tiempos de quinto en el Gobierno Militar de la ciudad departamental, cuyo Archivo ordené.

MILITAR DE CARRERA

Torrelavega, 9 de octubre de 1814. Nace Francisco de Padua Cevallos y Vargas, en una acomodada familia de abogados. A los diecinueve años, es guardia de corps de Fernando VII. Finado el rey, participa en la guerra carlista del lado isabelino, resultando herido en Archanda. En 1838, lucha en Gandesa, Daroca y Morella; y en 1843, en el sitio de Zaragoza. Concluida la contienda, asciende a teniente coronel. En 1845, parte de Santander para Cuba, a la Gobernación de Cienfuegos y de Santa Clara. Vuelto a Madrid, Isabel II premia su lealtad (que se sepa) ascendiéndole a mariscal de campo (1866). Nombrado capitán general de Cuba el 11 de julio de 1872, ejerce hasta el 18 de abril siguiente. Para entonces, el destino ya había movido ficha: la proclamación de la «I República Española», 11 de febrero de 1873. El 12 de julio siguiente, la idea «del federalismo desde abajo» inspiró la Insurrección Cantonal de Cartagena. Donde estaba llamado a desempeñar la acción de asedio que queda esbozada.

POLÍTICO VOCACIONAL

Mazandrero, 5 de junio de 1818. Nace Pedro Gutiérrez de la Puente, en ambiente rural. Desde niño, ayuda a los padres en el campo. Y a los trece años va de jándalo a Sanlúcar de Barrameda. Mandadero hasta mediados de 1835, se embarca en Santander para La Habana, empleándose en la industria tabaquera. Independizado y con almacenes de tabaco propios, en 1843 casa con la hacendada cartagenera Carlota Lagorio. En 1858, saldan los negocios y tornan a España. Cádiz, Santander, Madrid y.... Cartagena, donde se instalan en 1859. Con muy buen pasar —más la sustantiva fortuna familiar del suegro— don Pedro no tarda en popularizarse por sus avanzadas ideas republicanas. Pronto, es nombrado concejal y, sucesivamente, diputado tres veces por sufragio y una por nombramiento de la Junta... Y en mil aventuras más andaba el enriquecido indiano cuando el movimiento insurreccional se inició en Cartagena el 12 de julio de 1873. Con la impaciente proclamación del Cantón, la presidencia política se le entregó en bandeja. Pocos días después, el 7 de agosto, finó su esposa en la casona de campo familiar. Tal vez sobrepasada por los acontecimientos. Lo que el cielo recompensó al desconsolado viudo con una nieta (Juana, hija de Nieves).

ACOSO Y DERRIBO

El Cantón fue efímero, caótico y cruento. Cuanto aconteció en los seis meses (185 días) que duró la experiencia cantonal aterra. Tras ganar Chinchilla, Martínez Campos toma Murcia y el 15 de agosto inicia el sitio de Cartagena. Partidario de «ahogar con la sangre de las cabezas esta revolución bastarda», falto de apoyo gubernamental el 25 de septiembre presenta la dimisión. Es el turno de Ceballos. Siguiendo órdenes gubernamentales, éste trata primero de sobornar a los resistentes, ofreciéndoles pasta y paz. Clemencia.

Por entonces, ve la luz el número único de «El Pirata». Cuya portada ocupa la caricatura del político cantonal, tocado con chistera e instando a campanazos a resistir. Debo tan raro ejemplar, con la jocoseria biografía del caricaturizado, mandamás de los piratas, a la generosidad de Joaquín Alcaraz Quiñonero, autor —con Rogelio— del cómic «El Cantón. Cartagena 1873». Gracias mil.

Entre tanto, como Ceballos no logra doblegar con promesas de redención a los federalistas, al alba del 26 de noviembre inicia el inclemente bombardeo de la plaza, con más de mil cañonazos diarios. Viendo que la bien guarnecida ciudad se viene abajo pero no se rinde, el 9 de diciembre dimite. Si las cuentas no fallan, fueron tan sólo trece los días (con sus noches) que el de Torrelavega dirigió el desproporcionado bombardeo. Reduciendo la ciudad a escombros y causando infinidad de bajas. Y así... hasta que el 12 enero de 1874 el definitivo general López Domínguez rindió la plaza.

RECUENTO

Condenado a muerte, con todos sus conmilitones, el campurriano protagonizó en la «Numancia» una intrépida huida nocturna, entre la «Victoria» y la «Carmen», que le llevó al exilio. En febrero, se retrató en Orán, Photographie T. Dupont. En el retrato (exhumado por Elisa) su aspecto es inmejorable. Luce una medalla en el casacón. Y en nota al dorso anota: «Febro 1874. Me Retra té a los 55 años y ocho meses». Luego, vía Marsella, salió para Suiza. Donde falleció el 23 de abril de 1875. Del suceso dio cuenta la prensa española a primeros de mayo: «Ha fallecido en Ginebra el que fue Presidente de la Junta Soberana de Cartagena». A la biógrafa no escapa la sibilina acotación de un medio: «Dios le haya perdonado».

Por su parte, Ceballos fue Ministro de Guerra, Primer Marqués de Torrelavega (1876), protegido de Alfonso XII y senador vitalicio por Santander. Gloriosa carrera que acabó en Madrid, el nueve de marzo de 1883, a los sesenta y nueve años, colmado de medallas, honores, distinciones y gabelas.

¿Se conocieron don Pedro y don Francisco en Cuba? ¿Compartieron habanos y ron? ¿Supieron de su común origen cántabro y experiencia habanera en Cartagena? ¿Negociaron, vía emisarios, la rendición de la plaza y el perdón de quienes depusieran las armas y se entregaran? Tildarles de bueno y malo sería injusto. Firmes en sus ideales, ambos cumplieron en conciencia el papel que les asignó esa máquina de complejos engranajes que es el destino.

* Antonio Martínez Cerezo es escritor, historiador y académico

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