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La inmigración y el voto a la derecha en Torre Pacheco

Pintada a la entrada de Torre Pacheco por el Jimenado

Raúl Travé Molero

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A la mayoría de quienes somos de Torre Pacheco no nos sorprendió el resultado de las elecciones generales del pasado 26 de abril, lo cual no significa que comprendamos sus causas. Últimamente se ha escrito y hablado mucho sobre el municipio, pero me da la sensación de que seguimos arañando la superficie, sin una perspectiva más amplia en lo temporal y en lo social tanto nuestra compresión como nuestra capacidad de acción será más que limitada. Este texto es un primer intento de explicación desde las ciencias sociales.

Comencemos con el contexto. Por un lado, la animadversión al colectivo de migrantes es algo casi omnipresente en los espacios públicos del municipio, aunque por suerte la distancia entre prácticas y discursos todavía es considerable. Por el otro, la expresión política más consolidada en Torre Pacheco es una forma de cabreo antipolítico que, partiendo del “todos son iguales”, sacraliza una cultura política incapaz de salir de simplificaciones muy útiles a las clases que más poder acumulan en el municipio -representadas en los partidos de la derecha-, veremos que estas dos cuestiones están estrechamente relacionadas.

¿Cómo explicamos estas dos particularidades? Desde una perspectiva histórico-social podemos acercarnos a comprender el meollo de la cuestión. El Torre Pacheco anterior al franquismo era un núcleo rural dominado por grandes propietarios, con un campesinado minifundista escaso y poco desarrollado y sin ninguna industria importante. La población de jornaleros establecidos de forma permanente o llegados en épocas de cosecha de regiones cercanas como La Mancha, estaba políticamente controlada por relaciones de cacicazgo que, por ejemplo, aseguraban la victoria de los partidos monárquicos en las elecciones.

La proclamación de la II República abrió una brecha al poner sobre la mesa los derechos laborales de los jornaleros y al potenciar la fuerza asociativa de los sindicatos de trabajadores agrícolas y los partidos de izquierdas. La acción obrera permitió incluso la colectivización de fincas durante los últimos años de República y la Guerra Civil. Sin embargo, el triunfo de los franquistas no sólo revirtió las conquistas laborales y los avances de la reforma agraria sino que liquidó o puso en desbandada a los elementos más conscientes y politizados. Los propietarios agrícolas asumieron su victoria recuperando sin complejos sus privilegios, el resto tuvo que aceptarlo y cargar además con la “vergüenza” y la “culpa” de haber desafiado el “orden divino”. Sin estructuras más o menos estables que apoyasen a quienes se situaron del lado de la República, ni siquiera bajo subterfugios, la imposición de la hegemonía cultural franquista se ejecutó sin mayor impedimento.

Antes de que las aguas del trasvase Tajo-Segura llegasen al municipio, el “otro”, el “emigrante”, venía fundamentalmente de La Mancha, se instalaba en campamentos fuera de la población, apenas se relacionaba con los locales y desaparecía al acabar la recogida de la cosecha. Esto los convertía en figuras al mismo tiempo tan útiles como desconocidas, y por eso mismo temidas. Con el trasvase, los temporeros se convirtieron en población permanente, “los manchegos” y “los andaluces” fueron los primeros en llegar y sobre ellos recayeron los estigmas que las siguientes oleadas seguirían heredando: sucios, ruidosos, peligrosos. El esquema se repitió después con los emigrantes del Magreb, Latinoamérica, África subsahariana y el subcontinente indio.

En términos generales, podemos decir que el monolitismo cultural del municipio, de cariz conservador, religioso y sumiso al poder (originado en cómo se impuso la victoria franquista) siempre ha arrojado sombras y miedos sobre el recién llegado, dificultando las relaciones entre viejos y nuevos pachequeros. Por si no fuera suficiente, las condiciones económicas y laborales de los recién llegados han sido, repetidamente, una losa doble sobre sus cabezas; los bajos salarios o las dificultades para el acceso a la vivienda no han sido vistos por la población de acogida como causa de los estigmas de los que antes hablábamos sino como consecuencia de los mismos, dando origen a algunas de las falacias más peligrosas que aún circulan por el municipio: se les paga poco porque no son de fiar, no se les alquila o se les alquila a precios desorbitados porque son sucios y son capaces de compartir una vivienda entre varias familias, etc.

La percepción actual de la delincuencia en Torre Pacheco deberíamos encuadrarla en el esquema descrito. En primer lugar, debemos aclarar que los índices de criminalidad del municipio no están por encima de la media nacional y en 2018 se redujeron sensiblemente frente a 2017, según datos del Ministerio del Interior. No obstante, esta percepción debe tener alguna base material. En este punto debemos volver a cómo el “otro” no solo es visto con desconfianza sino que además se le hace culpable de sus propios males y causa de cualquier anomalía o desequilibrio social.

Quizá la gran pregunta sea por qué las comunidades migrantes extranjeras no sólo no han conseguido, en general, desembarazarse de los estigmas del “otro” a pesar de que muchos llevan viviendo en el municipio más de 20 años. Podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que la asimilación de los primeros migrantes interiores vino de la mano del acceso a pequeños avances en las condiciones laborales y puestos de trabajo ligeramente mejores –tanto en salario como en estatus-, lo que se tradujo, claro está, en progresos en sus condiciones de vida. Esto ocurrió en un contexto económico expansivo, de crecimiento que se creía infinito, que llegó al paroxismo durante la burbuja inmobiliaria.

La gran diferencia entre los migrantes interiores y exteriores es que los segundos llegaron durante el ciclo expansivo pero nunca pudieron ascender en el escalafón salarial –ni hablemos del estatus de sus puestos de trabajo. En todo este tiempo no sólo no han mejorado sus condiciones laborales y por ende vitales sino que en plena crisis económica, como el resto de trabajadores, las han visto empeorar.

¿Quién se beneficia de esto? ¿A quién le conviene este juego de imágenes deformadas? Sin ninguna duda, a aquellos que pagan bajos salarios y obtienen buenos beneficios, en la agricultura y su industria afín, en la construcción, en los servicios…, aquellos que desde hace mucho tiempo hacen lo posible por alejar el foco de sus cuentas de resultados cuando llegan los despidos o los desahucios. Como decíamos más arriba, cuando la cultura política predominante tiende a la simplificación, casi al famoso “haga como yo, no se meta en política” que la leyenda atribuye a Franco, es fácil que una población relativamente acomodada en su precariedad y con perspectivas de ascenso social apueste por las opciones políticas donde las clases dominantes se representan: el Partido Independiente (antes UCD y CDS) y el PP, instrumentos políticos de los propietarios tradicionales y los nuevos empresarios agrícolas y de la construcción.

Ante la ausencia de otras estructuras políticas organizadas y con capacidad para actuar e influir en el territorio, el frenazo económico redistribuyó los votos entre las opciones tradicionales (como antes lo hizo el cambio de modelo productivo) y no solo no ayudó a imaginar alternativas sociales y económicas sino que colocó al emigrante con sus estigmas en el centro de la diana, convirtiéndolo en “el que se queda con el trabajo”, “el que acumula ayudas sociales”, “el que amenaza la seguridad”, etc. Momento perfecto para que aparezca un partido como Vox y divida en tres un campo tradicionalmente de dos. Los municipios de la Región en los que este partido ha conseguido mejores resultados no solo es que compartan altos porcentajes de inmigración, es que tienen además circunstancias históricas, económicas y socioculturales muy parecidas.

No es tanto un problema de convivencia -no hay tal- o de seguridad, como interesadamente argumentan algunos, se trata de la distribución desequilibrada de los recursos que ya no alcanza ni a las migajas y del concepto de ciudadanía que tradicionalmente se ha asignado a quienes ocupaban los puestos más bajos de la estructura social y económica. Ahora que las perspectivas de crecimiento de antaño quedan lejos hay a quienes les parece factible y deseable que los emigrantes sigan realizando los trabajos más duros a cambio de salarios bajos, pero dejando de ser visibles, idealmente apartados durante las campañas agrícolas y de vuelta a sus países una vez terminadas.

La gran pregunta vuelve a ser qué hacer. De momento, el domingo 26 las derechas acumularán más del 60% del voto. Si en el futuro queremos acabar con la polarización social deberíamos trabajar por una distribución más equitativa de los beneficios económicos (la relación capital/trabajo) que asegure tanto unas mejores condiciones de vida para quienes ocupan los trabajos peor pagados como una mayor estabilidad para quienes se encuentran por encima de estos –a veces más en cuanto estatus que a salario. Pero esto parece poco probable si antes no construimos estructuras políticas que aglutinen a viejos y nuevos vecinos, capaces de ofrecer una explicación más compleja de la realidad, pegadas al territorio y capaces de sumar cada vez más fuerza en pos de una solución como la apuntada.

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