Hubo quien vendió a bombo y platillo hace semanas que hasta Murcia se encaminaría una legión de 'indepes' catalanes dispuestos a unir sus esteladas a las reivindicaciones pro-soterramiento del AVE. Aquel mensaje caló hondo, incluso entre algunos que defienden con firmeza que el tren llegue por abajo. Era como mezclar churras con merinas. ¿Qué tendría que ver la aspiración de unos de convertirse en república y la petición de otros para que se soterren las vías? Algo así como mezclar el agua y el aceite.
Conforme se acercaba la fecha de la convocatoria, y coincidiendo además con el Entierro de la Sardina, ese festejo que concita en las calles de Murcia a cientos de miles de personas cada año, el ambiente se caldeaba. Fruto de ello, al habitual dispositivo policial en la zona de Santiago El Mayor, se uniría un importante refuerzo para evitar incidentes. En vísperas de ese día, el cura Joaquín Sánchez, uno de los pilares en la defensa del soterramiento, pedía calma y sosiego, apelando a que sería un acto tan cívico como pacifista. Con todo, y en previsión de que la cosa se caldeaba, la dotación policial se triplicaba en número de efectivos.
Así las cosas, llegaba el día. Hasta Murcia arribaron gentes, no solo de Cataluña, también de Madrid, Valencia, Valladolid o Andalucía. Lo hicieron sin ostentaciones ni insignias. Tampoco con eslóganes favorables al 'procés' soberanista o cánticos reclamando la libertad de los políticos catalanes presos y el regreso del prófugo Puigdemont a Barcelona. Parece que todo transcurrió con la normalidad que da la solidaridad entre los pueblos, trufado el encuentro con canciones y palabras de agradecimiento. Los anfitriones obsequiaron a sus visitantes con los típicos pasteles de carne y otros productos de la tierra, un gesto que estos agradecieron con apetito. En fin, que todos se portaron bien en las vías, este sábado, como gusta a la autoridad competente, no ocurriendo nada de lo que algunos nos habían contado que pasaría.
Quién se iba a imaginar que la nota discordante de la noche se produciría a unas cuantas calles de allí. Una comparsa del Entierro de la Sardina recreaba, con poco acierto y menor gracia, el conflicto que vive el Estado con Cataluña. Unas bailarinas se enfundaban trajes que simulaban a los 'mossos d'esquadra' y detrás, en una plataforma móvil, unos tipos que imitaban ser Rajoy y Puigdemont, enarbolaban una bandera española y una estelada, mientras sonaba a todo volumen por la megafonía el 'Que viva España' de Manolo Escobar. La escena resultó tan patética que hubo quien prefirió mirar para otro lado. Y es que ya lo dejó dicho una visionaria como fue Concepción Arenal, cuando afirmó aquello de que el error es un arma que acaba siempre por dispararse contra el que la emplea.
