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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

El miedo al fracaso

Acoso en la universidad

Alejandro Moreno

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¿Por qué las sociedades son tan conservadoras?¿De dónde viene la necesidad de tener una vida previsible?¿Es posible vivir sin miedo?

Una de las claves para aclarar estas preguntas está en la concepción que tenemos del fracaso. El drama del fracaso es la sensación de no estar a la altura de tus iguales, incluso de no pertenecer a tus iguales, de ser un excluido, una especie de parásito. Si hay un aspecto donde la concepción del fracaso cobra hoy especial fuerza es respecto al trabajo: fracasar es no tener un empleo estable. También se aplica al hecho de no tener una familia con descendencia o no tener propiedades, pero ahora tiene menos relevancia respecto al imperativo del trabajo.

Esto tiene un reflejo en la presión que sufren los adolescentes en el ámbito educativo, cada vez más orientado al rendimiento académico y a las expectativas de un empleo estable, con el consiguiente aumento del estrés y la ansiedad a esta edad tan temprana. Hay mucha presión en las aulas para obtener buenas calificaciones, para rendir, para “ser alguien”, para “no quedarse atrás”, para no fracasar.

El sentimiento de estar a la altura de los iguales pasa por la sensación de ser productivo y formar parte del circuito de producción-consumo que tanto marca nuestra identidad, nuestro sentido de ser. Estar dentro de este circuito es también estar dentro del juego de seducción y sorpresa que ofrecen las marcas, las novedades, los catálogos, los anuncios, las luces de neón, los productos de entretenimiento. Estar a la altura de este circuito es formar parte de la satisfacción de todo tipo de deseos: poder dejarse desear y poder satisfacer los deseos de inmediato.

Estar fuera de este circuito es vivido muchas veces como un fracaso: “ya no puedo satisfacer los deseos de inmediato”. Pero no tiene por qué ser así. ¿Qué es fracasar entonces? No cumplir con una expectativa, no realizar lo que se esperaba. Esto trae una pregunta más, ¿por qué tenemos que cumplir con ciertas expectativas? Sólo cuando nos vivimos como seres carentes necesitamos completarnos a través del futuro, a través de las expectativas. Lo curioso de este juego es que sucede como un círculo vicioso, pues normalmente el cumplimiento de una expectativa trae consigo la aparición de una expectativa nueva, y así ad infinitum. Una y otra vez vuelve a aparecer la sensación de carencia, de no-llegar-todavía, de no-ser-suficiente. Sísifo es la imagen mítica de la insuficiencia, con su eterno ciclo de subir una piedra hasta una cima para después bajarla.

El miedo al fracaso opera dentro de un imperativo de ser “normal”, funcional, adaptado, aunque eso cueste la propia salud y la infelicidad del corazón. El coste de cumplir con la expectativa que otros han puesto en ti es muy alto…

Dejar de complacer las expectativas del entorno familiar, social y cultural es doloroso y liberador. El miedo al fracaso se supera “fracasando”, siendo tenazmente tú mismo con todas sus consecuencias. Entonces ves que no ocurre “nada” tan dramático, pero sí te has liberado de la pesada carga del “qué dirán”. Esto implica estar solo si es necesario. La soledad puede dar miedo al principio, hasta que se transforma en uno de los placeres más supremos de la vida filosófica. En realidad no es soledad, es estar consigo mismo. El fin de semana pasado oí decir al cantante panameño Rubén Blades que a él le suspendieron las materias de música y de arte… ¡Bendito fracaso!

Esto implica también contactar con lo desconocido, con el “no saber”, con no tener un manual de instrucciones y cometer muchos errores. ¿Qué hay de malo en cometer errores? Esto nos recuerda que somos humanos, que somos falibles; asumir esta realidad nos libera de muchos miedos en torno al fracaso. Solo podemos aprender a base de equivocaciones, de ensayos de prueba-error-descubrimiento. Un aprendizaje sin errores no es auténtico, es memorístico; educación bancaria, como lo llamaba Paulo Freire. Permitirnos cometer errores (aunque de por sí ya los cometemos…) nos abre dimensiones nuevas de experiencia, nos lleva más allá de la jaula de lo conocido y rutinizado. Más allá del yo temeroso. Nos invita a habitar en lo desconocido, a vivir.

Repito que el miedo a fracasar se supera fracasando. Esa es la esencia de un buen clown: hace del fracaso su ventaja, la clave del humor. El clown es libre porque ya no tiene nada que perder, ni siquiera la vergüenza, y eso le permite reflejar al público su miedo al ridículo, que tanto nos hace reír. Permitirnos cometer errores es un acto de sanación frente al ego y una iniciación al aprendizaje creativo. Este tipo de aprendizaje nos abre a un círculo virtuoso de nuevos aprendizajes, un círculo que ya no es el de Sísifo, sino que se abre como una espiral hacia lo imprevisible, hacia el misterio, hacia el no-saber creativo. ¿No es esto vivir sin miedo?

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