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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Los torerillos se topan con la Iglesia

El expresidente de la Comunidad de Murcia, Ramón Luis Valcárcel, el presidente de la UCAM, José Luis Mendoza, el expresidente del gobierno español, José María Aznar, y el Obispo de la Diócesis de Cartgena, J.M. Lorca Planes.

J. L. Vidal Coy

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Andan los toreros dándose de topetazos con la santa madre iglesia y quienes la representan. Ejemplifican el paradigma de esta hermosa sociedad murciana que se apresta a celebrar, supuestamente, la pasión y muerte de su (de ellos) señor jesucristo, muerto en la cruz para aparentemente redimirles –a los demás que nos dejen en paz–– de sus muchos y no nuestros pecados.

Se ve que, por más que el nazareno se sacrifique año tras otro sin descanso y sin solución de continuidad, y van 2019, sus creyentes no aprenden y entre ellos siguen las actitudes de chulería, los sentimientos de odio sarraceno, las prácticas de aplastamiento del discrepante y la imposición de la ley del más fuerte. Que sea bendita esta última, por favor.

Por ahora, y afortunadamente para el común de los mortales, la cosa queda entre ellos. Los machos machotes que sacan al Cristo de los Toreros a pasear como preludio de otros cuantos paseos matutinos, vespertinos y bien mediopensionistas ––que diría Javier de Juan––, se enfrentan, esos prohombres, digo, a la jerarquía eclesiástica; es decir, al Obispado de Lorca Planes que respalda la sanción represora contra uno de ellos que pecó por omisión, o sea inadvertidamente, y por la culpa blanca de su tierna infanta.

Unos y otros, los protestantes católicos paladines de la chulería torera encorbatada de nudo gordo, por un lado, y los jerarcas inmisericordes parapetados tras las recias negras sotanas por otro, andan enzarzados en un a ver quien puede más. Que equivale al tremendo yo soy más macho que tú, que para eso me la jugué en las plazas ante unos novillejos descastados y afeitados hasta la mandíbula mientras que tú solo arriesgas tu palabra dominical desde el púlpito ventajista de las casas de dios es cristo y deja la pasta en el cepillo.

Hasta el cabildo que cabildea los santos desfiles carnavalescos hace causa común con los defensores del hisopazo. Toma partido y amén jesús. Porque eso es lo que se les pide a los supuestamente díscolos machotes que no han cometido pecado grave en su vida, como todo el mundo sabe. Salvo esas comprensibles levedades de pisar más fuerte que nadie; unas cuantas e incontables juergas sin importancia con visitas a casas abiertas al público, con jarras y jarrones bien curvados a discreción; y espolvoreo de cuanto fuera menester por si fallaran ––que fallar, fallan–– las fuerzas.

La inocencia filial de la infanta cuatreña ha dado lugar a este inefable espectáculo, digno de aquel Don Guido machadiano, con gran cobertura mediática de los papeleros de siempre, sin importar la proximidad de esas fechas tan entrañablemente pías que culminan, para empezar, el día del amor fraterno y, posteriormente, en el de la resurrección de la carne de cordero de dios. Ese que dicen que tolis peccata mundi.

Porque todo el asunto va de eso. A ver quien aguanta más tiempo, según se va consumiendo en vísperas de las sacrosantas celebraciones; a ver quien se baja antes del burro para evitar el espectáculo bochornoso (que, por cierto, ya están dando); a ver quien pisa el freno más cerca del precipicio o se tira en marcha del coche más tarde, antes de que se despeñe. Como en aquella tremebunda escena de la peli de James Dean. Era “Gigante”, no?

Pues no. Porque aquí son todos pequeños. Mentales: estos que van del mismo juego adolescente de a ver quién es más hombre y quién es capaz de arrimarse más al borde del pecado mortal sin caer en las llamas del infierno no son gigantes precisamente. Mentales, digo.

Qué esperpento para Valle Inclán. La torería y la clerecía enfrentadas por un quítame allá este expediente y aquel desacato. Hasta llegar a un momento, el actual, en que un cabo de andas parece ser o creerse general de división. Más aún, para algunos: capitán general.

Y así pasan las cosas. El circo entretiene a la ciudadanía católica que, lejos de reparar en los principios de la tradición escrita inventada que defendió el profeta torturado en la cruz, se dedica a murmurar, malmeter y cotillear los avatares por los que pasa y va el enfrentamiento entre los dignísimos ex-pegapases y sus no menos encomiables prebostes bien apoyados por la santa jerarquía ensotanada y los coros comulgantes. El resultado es espectacular. También digno no sólo de aquel Don Guido, sino del Circo Price. O del Teatro Chino de Manolita Chen, que era como más nuestro. El viernes anterior al santo, al caer y la cosa está que arde. ¿Propiciará la ruptura del nudo gordiano la pía espada de La Glorieta? Vale.

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