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Sobre este blog

'Murcianos con Historia' tiene como objetivo recordar y conocer mejor a los personajes históricos que han dejado su huella en la Región y más allá. Intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el sureste de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte.

Polémica sobre Juan de la Cierva (I)

Juan de la Cierva (ilustración)

Ángel Viñas

En Murcia ha estallado un debate público sobre si dar o no el nombre del inventor del autogiro al aeropuerto regional. Las proezas tecnológicas e ingenieriles que conllevó el desarrollo del aparato, precursor del helicóptero, serían motivos más que suficientes para justificar dicho galardón. Un ilustre hijo de la autonomía se vería así recompensado póstumamente. Pero, a veces hay un pero, tan ilustre personaje (que ya da sus nombres a conocidas becas de investigación postdoctoral y a un Premio Nacional) no está exento de sombras. Entre ellas figura en lugar destacado su papel en el alquiler del avión más famoso de la historia contemporánea de España, el Dragon Rapide. Hay más.

Hace algunas semanas me llamaron de Murcia para que dijera algo sobre la actividad del ilustre inventor en este sentido. Lo hice de forma, a lo que parece, insuficiente. Como he escrito en varias ocasiones sobre su actividad no ingenieril creo que conviene resumir lo que puede y debe ponerse en claro. Lo que sigue es una sucinta valoración en tres posts. Me apresuro a señalar que, para escribirlos, he hecho ante todo lo que probablemente han hecho también muchos participantes en la controversia de Murcia: ver lo que se dice en Wikipedia.

Esto no significa que crea que lo escrito en Wikipedia es palabra de Evangelio. En el presente caso, un dato común a la entrada española e inglesa es que Juan de la Cierva, después de varios intentos aeronáuticos en España, se marchó en 1925 a Inglaterra. Probablemente consideró que en un país mucho más avanzado tecnológicamente que el suyo podría tener más éxito. Al fin y al cabo, la aviación británica, civil y militar, se había desarrollado a toda velocidad en el curso de la primera guerra mundial. En Inglaterra permaneció hasta 1936. ¿Consecuencia? El ingeniero Juan de la Cierva no participó personalmente en los debates ideológicos y políticos españoles de la primera mitad de los años treinta. Su intervención se limitó a mediar en el alquiler del Dragon Rapide sin saber a ciencia cierta para qué serviría. No lo digo yo. Lo dice la Wikipedia en castellano. Cito: no se ha “confirmado nunca si Juan de la Cierva era conocedor del destino del avión, máxime cuando falleció en diciembre de 1936 y llevaba años viviendo en Londres y alejado de la política nacional”. Esto es, con perdón, una estupidez producto bien del deseo de embaucar o de la ignorancia más roma.

Cualquier historiador hubiera podido, y debido, analizar algo del trasfondo. En Wikipedia se dice simplemente que la mediación la hizo a petición de Luis Bolín, corresponsal de ABC en la capital británica. Es no haber leído ni siquiera las memorias del intrépido periodista, por muy falaces que sean.

Hagamos un sucinto recorrido. El período 1931-1936 fue tumultuoso en España. Hubiera resultado sorprendente que los españoles asentados en Londres no se hubiesen visto interesados o incluso afectados por lo que pasaba en la madre patria. De la Cierva, de familia de recia raigambre monárquica, no estuvo al margen. Formó parte activa del mundillo, más o menos cerrado, de los clubes londinenses en el que existía una pequeña tertulia que agitaba contra la República española. La mayoría eran ingleses y con capacidad de influir sobre la opinión pública. Todos ellos se movieron mucho desde el fracaso en 1932 de la “Sanjurjada” para “vender” a los lectores sus peculiares ideas sobre la “inquietante” dirección en que se movía España.

El fundador fue sir Charles Petrie, historiador y católico a machamartillo. Si el lector echa un vistazo a su entrada en Wikipedia en inglés verá que flirteó con el fascismo, que escribió un libro laudatorio sobre Mussolini, que era un ferviente admirador de sir Oswald Mosley (el líder fascista inglés), que defendió la política de apaciguamiento británica hacia los dictadores fascistas, que fue un encendido propagandista de la ulterior “España nacional” en la guerra civil, etc. etc. No extrañará que destacara en el mundillo intelectual londinense por sus estruendosos ataques al decadente liberalismo y porque solía saludar efusivamente a las viriles potencias del futuro Eje. Por sus amigos los conocerás es una máxima aplicable en este caso a Juan de la Cierva.

Otro de los tertulianos fue el marqués del Moral, angloespañol y también denodadísimo defensor de Franco cuando llegó el momento. Figuraba igualmente el duque de Alba, de rancia estirpe aristocrática española y escocesa, posterior “embajador” de la España de Franco. Hubo un diputado conservador, Victor Raikes, derechista furibundo, que cuando Hitler ocupó militarmente Renania en la primavera de 1936 destacó por oponerse a cualquier tipo de cooperación franco-británica porque podría llevar a la guerra. Un patriota de vía estrecha. Para nuestro tema el tertuliano fundamental fue Douglas Francis Jerrold, católico a machamartillo y que intervino en el asunto del Dragon Rapide. Participaron también Luis A. Bolín y Juan de la Cierva, únicos españoles de pura cepa. Tan insignes personajes contaban con acceso ilimitado a varios diarios de derechas como el Morning Post, el Daily Mail y el Daily Telegraph. Muy combativos todos ellos contra la experiencia republicana.

Como es lógico, este grupito filofascista ha sido objeto de estudio detallado en la historiografía. Sus resultados no nos interesan porque en ellos los tertulianos españoles no suelen destacarse. Sí nos interesa subrayar que Jerrold, el marqués del Moral y Bolín reelaboraron un opúsculo escrito por el político Don José Calvo Sotelo. El lector comprenderá que el opúsculo difícilmente era una obra científica. La reelaboración en forma de librito, The Spanish Republic, se publicó en 1933 y tuvo gran éxito en el mercado británico. Se trató de un ataque despiadado contra el nuevo régimen español. Ello animó a los tres autores a unirse a la tertulia de Petrie.

En algún momento se incorporó también Juan de la Cierva. Para entonces la empresa que había fundado en Londres desarrollaba un programa de pruebas en cooperación con el Ministerio del Aire. Esto lo ponía en contacto con militares británicos. No es exagerado afirmar que, con el apoyo intelectual y de contactos de Bolín y de la Cierva, los tertulianos se plantearon como objetivo fundamental contribuir a la salvación de España del inminente “peligro comunista”. Esto, como es sabido, constituyó el leit-motiv de los conspiradores españoles. La historiografía ha demostrado que se trató de una superchería, pero que sigue moviendo en España a almas cándidas.

A finales de mayo de 1936 el conde de los Andes, uno de los activistas más emperrados en derribar a la República y del que diré algo en un próximo libro, comunicó a Bolín en Londres que en España se estaba tramando una cosa seria. Era verdad. No sabemos si el corresponsal de ABC pasó tal noticia a de la Cierva, pero sería sorprendente que no lo hubiese hecho. Al fin y al cabo, pocos días más tarde Bolín dio, el 8 de junio, una interesante charla en un famoso hotel londinense. ¿Sería demasiado ilusorio suponer que de la Cierva no habría ido a escuchar a su amigo? La tesis que el eminente, pero falaz, periodista fue que en España existía un estado de guerra civil latente. Es decir, salvo que se demuestre que de la Cierva era más impermeable que el plexiglás al medio que lo rodeaba, hemos de suponer que el encargo del Dragon Rapide no le sorprendería demasiado. En cualquier caso, su fe monárquica se vería robustecida poco después cuando pudo charlar con el exrey Alfonso XIII en su visita a la capital británica. También estaba al corriente de lo que se preparaba y es difícil, por no decir imposible, que no charlaran de ello. El lector puede suponer cuál sería la respuesta del ingeniero de la Cierva.

*Artículo original del blog de Ángel Viñas www.angelvinas.eswww.angelvinas.es

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