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Robert D. Kaplan o la muerte del idealismo político

Robert Kaplan

Alejandro Zambudio

Robert D. Kaplan (Nueva York, 23 de junio de 1952) es uno de esos autores que conviene siempre a tener en cuenta en tiempos de tempestad como los que hoy vivimos. Periodista, analista político, escritor y viajero, el estadounidense se consagró como uno de los autores más importantes de su tiempo en una época en que el mundo acometía una serie de vertiginosos cambios.

Después de una serie de libros y artículos dedicados a la guerra civil en Sudán en los ochenta y la Guerra de los Balcanes, con el lanzamiento de «Viaje a los confines de la tierra» (1994) y «La anarquía que viene» (2000), trazó una serie de teorías sobre cómo el cambio climático, la degradación medioambiental, los nacionalismos surgidos de la descolonización y de la Guerra Fría y los viejos odios tribales que ésta enterró momentáneamente, resurgirían con la configuración del Nuevo Orden Mundial.

El neomalthusianismo es, para el escritor norteamericano, uno de los principales puntos a tener en cuenta. La explosión demográfica y la degradación medioambiental en el Tercer Mundo y en los países de desarrollo, aumentaron vertiginosamente a partir de la década de los ochenta. Las teorías del filósofo Thomas Malthus (1766-1834) acerca del crecimiento geométrico de la población y aritmético de los recursos, son descritos en sus numerosos viajes por África Occidental y Oriente Medio.

Las consecuencias de esta hipótesis, según el propio Kaplan, se encuentran íntimamente relacionadas con la aparición de sociedades jóvenes que ven cómo los regímenes totalitarios no reasignan los recursos de la forma adecuada, y facilitan que las élites extractivas extraigan recursos de un conjunto de la sociedad para favorecer a otro subconjunto más privilegiado. En ese sentido, este concepto supondrá para el hombre un desafío a la naturaleza, que tendrá como consecuencia la sucesión de guerras civiles y conflictos armados por los recursos mínimos.

Las manifestaciones de este fenómeno caminan de la mano de la desertificación. Las principales capitales africanas se encuentran nutridas de asentamientos al margen del núcleo urbano de éstas. La espectacular tasa de crecimiento demográfico en la gran mayoría de los países africanos citada en el primer párrafo, de la mano de la migración debida y la degradación del suelo, facilitarán la expansión de nuevas enfermedades.

Los virus crecerán a un ritmo espectacular en un continente africano que se encontrará en el siglo XXI en la misma encrucijada que Europa en el siglo XX respecto a estos sucesos. El divorcio entre hombre y el medio ambiente y la asincronía por parte de los poderes públicos a la hora de garantizar un quantum mínimo de subsistencia, tendrán el mismo impacto, sostiene el autor, que los propios conflictos y rivalidades entre países o grupos étnicos agravando, de hecho, la existencia de aquéllos.

Resulta interesante, también, en los viajes que el propio Kaplan lleva a cabo por el mundo musulmán, especialmente el norte de África –como es el caso de Egipto–, Asia Central y Asia Menor, su visión del islamismo radical como el mecanismo defensivo en sociedades pétreas, homogeneizando así pasado, presente y futuro. La religión islámica se contrapone a la huella que la globalización va dejando en las principales capitales y ciudades; y en este sentido, organizaciones como los Hermanos Musulmanes en Egipto, o los propios imanes –como es el caso de Irán– ejercen un papel subsidiario respecto de las autoridades centrales, conciliando, fomentando y estrechando los lazos entre la ciudadanía y la religión y poniendo a prueba la estabilidad de los gobiernos.

Los dogmas, en estos países, colman las lagunas e integran las debilidades de los ejecutivos reaccionando contra la occidentalización y la fortificación de un liberalismo visto como una manifestación de la arrogancia por parte de Europa y Norteamérica, que ignoran las diferencias entre los pueblos. Por eso, Kaplan asevera que será muy difícil que los valores occidentales tengan eco en pueblos tan antinómicos como los del mundo musulmán: la religión es sólo la urdimbre que, junto con la Historia y los agravios por parte de Occidente, conforman la identidad de estos pueblos y fomenta la revancha contra el sistema liberal.

¿Es la democracia un modelo exportable a todos los países del mundo?

La democracia, sugiere el autor a lo largo de su obra, es un concepto puramente occidental que se encuentra ligado a procesos históricos homogéneos, y que los países del Tercer Mundo o en vías de desarrollo no han experimentado. Ésta requiere, para el politólogo norteamericano, un pasado con instituciones inclusivas, una clase media fuerte y gobiernos que incidan en la educación y en el desarrollo.

Tocqueville, en «De la democracia en América» (1831), explica a la perfección el grado de desarrollo de la democracia occidental cuando el cambio de la sociedad iba entrelazado con el de las instituciones. Incluso en tiempos en que el sistema funciona, precisa el autor, es cuando hay que temer más que nunca que ese avance no se traduzca en nuevas formas de despotismo, pues éste es temible en cuanto un sistema parlamentario se consolida, ya que se «nutre de la obsesión por uno mismo y por la propia seguridad que la igualdad fomenta». Muchos regímenes autoritarios en el Tercer Mundo no son más que la explicación lógica –que no racional– de lo anteriormente referido.

El idealismo «wilsoniano» no podrá hacer frente a todos los retos que se le presenten. En tiempos en que el poder occidental declina –gran parte de las potencias europeas han recortado el presupuesto en gasto militar–, mientras la carrera armamentística aumenta, principalmente en Asia y el Sudeste Asiático, a raíz de la pugna entre la India y China en el Océano Índico, y un Oriente Medio que se ha convertido en una piedra arrojada al siempre ambivalente estanque de las conciencias europeas y norteamericanas, es necesario bucear en la Antigüedad. Como rezaba Maquiavelo: «Todo aquel que desee saber qué ha ocurrido debe examinar qué ha ocurrido: todas las cosas de este mundo, en cualquier época, tienen su réplica en la Antigüedad».

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