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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

El campo de refugiados de Moria y la Europa indecente

Campo de refugiados de Moria

Teresa Sancho Carrasco

“Los Estados miembros velarán porque las condiciones materiales de acogida proporcionen a los solicitantes de protección internacional un nivel de vida adecuado que les garantice la subsistencia y la protección de su salud física y psíquica. Los Estados miembros velarán porque el nivel de vida también se mantenga en la situación específica de las personas vulnerables (...)”

Nos cuentan Mohammed y Bilal, dos jóvenes que llevan más de un año atrapados en Moria, que cuando llegan las barcazas desde Turquía, tras una travesía aterradora y habiendo pagado más de 1000 euros por persona para cruzar, lo que les espera a estas personas son horas de espera custodiados por la policía hasta que son trasladados al campo. Una vez allí, deben pasar varios días dentro de una tienda para nuevas llegadas, a la espera de un documento que será su identificación durante los próximos años. Esta tienda, preparada para una capacidad mucho menor, alberga a decenas de personas que no pueden salir de allí hasta que se resuelve la burocracia. La masificación y la falta de cuidados implican unas condiciones de higiene lamentables y un olor nauseabundo. Cuando por fin pueden salir de allí lo que les espera no es un mucho mejor, porque Moria alberga a más del triple de su capacidad y Euro Relief, la organización encargada de dar alojamiento a quien llega al campo, únicamente está repartiendo mantas. Durante días, estas personas que huyen de la guerra en Siria, Iraq o Afganistán, esos niños que sólo han conocido la violencia, esas mujeres africanas que han sido víctimas de violación en origen o en tránsito, todas ellas deben dormir a la intemperie en las calles de Moria. Cuando tengan acceso a una tienda o un isobox deberán compartirlo, hasta cuatro familias viviendo dentro del mismo espacio. Esta será su vida durante los próximos años. Bienvenidos a Moria, el infierno en suelo Europeo.

Hablamos de “acogida” y hablamos de “refugio” y cuando lo hacemos no hablamos sólo de humanidad, dignidad y empatía, si no que hablamos de Justicia.

Hablamos de ese tipo de justicia tan básica que se reduce a cumplir con las leyes, tratados y Convenciones que ya existen. Y es que el Derecho a buscar protección fuera de tu país cuando tu vida corre peligro está recogido en regulaciones tan diversas como la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención de Ginebra de 1951 o la Carta Europea de Derechos Fundamentales. Que las personas que buscan protección deben tener unas condiciones de vida dignas mientras se resuelve su situación lo establecen las propias Directivas europeas.

Hablamos de ese tipo de justicia tan fundamental que no entiende por qué existen lugares como Moria y el campo de los olivos, donde malviven hacinados Fátima, Hamzi, Sahar, y así hasta más de 9000 personas que solicitan una protección que les pertenece, pero que Europa les niega sistemáticamente.

Hablamos de una justicia tan humana que no caben en ella niños y niñas que sólo han conocido la vida en los campos de refugiados, a pesar de que llegaron a Europa hace más de dos años.

Los habitantes del campo de Moria y del resto de campos no piden limosna ni tampoco caridad o compasión, piden Justicia, y lo hacen porque deben hacerlo, porque saben que les corresponde, y Europa también lo sabe.

Del mismo modo, las personas que queremos acoger (y no somos pocas) no estamos pidiendo permiso para hacerlo. Estamos exigiendo a nuestros políticos que cumplan las leyes y dejen de mancillar el nombre de Europa con lugares como Moria donde los tratos inhumanos se suceden día tras día, porque en este infierno los niños intentan suicidarse y los Derechos Humanos son papel mojado. Familias enteras son obligadas a vivir en la calle en este campo saturado porque organizaciones como ACNUR o Euro Relief no cumplen su función y dilapidan el dinero en todo menos en el bienestar de los solicitantes de protección internacional.

En Moria se intenta robar la dignidad de quien cargado de valentía salió de su país buscando seguridad y futuro para él mismo y para los suyos. Europa lo intenta haciéndoles vivir como animales, con comida escasa y de mala calidad, haciendo que hasta cuatro familias tengan que convivir dentro de una misma tienda. Las violaciones de derechos son sistemáticas y el mensaje para estas personas es claro: aquí no valéis nada.

Europa intenta robarles por medio de Moria lo que no consiguieron arrebatarles las guerras y las persecuciones, pero no lo consigue, porque hay más fuerza, valentía y dignidad en la mirada de una madre refugiada que en todos los despachos de la Unión Europea. Porque hay que tener muchas ganas de vivir para dejar toda tu vida atrás y llegar a un continente que te grita que no te quiere, para ser el David en la lucha contra Goliat, para levantar la cabeza cada día dentro de un infierno como Moria, que ha sido diseñado para que la mantengas siempre baja.

Fátima, Bilal, Mohammad, Hamzi, Sahar, Amir, Rahim... miles de personas que luchan cada día por tener lo que les pertenece por derecho. Pero no están solos, somos muchas las personas y organizaciones que estamos a su lado apoyándolas día tras día, año tras año, todo lo que dure esta locura de políticas inhumanas e ilegales. Porque esta situación tiene que cambiar y haremos que cambie.

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