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El nivel educativo de padres y madres, clave en la vulnerabilidad de los menores

Escolares asisten a una clase.

Garikoitz Montañés

Bajo nivel educativo de los padres y madres, más vulnerabilidad de los menores. Esta relación se produce de forma “fuerte”, según un estudio realizado por la Universidad Pública de Navarra (UPNA), y puede generar procesos de exclusión social. Entre las causas, esta investigación apunta a la reproducción de las desigualdades sociales, el hecho de que un buen nivel educativo dota de más herramientas a los progenitores para afrontar la educación de sus hijos e hijas y, también, para resolver los posibles conflictos que aparezcan.

Esta es una de las aportaciones del Diagnóstico social de infancia y adolescencia de la ciudad de Pamplona, presentado el pasado 4 de mayo, y elaborado por el grupo de investigación Alter de la UPNA. El objetivo de este informe recoge diversas estadísticas de Pamplona para componer una fotografía de la infancia en la ciudad y, así, poder diseñar un nuevo Plan de Atención a la Infancia y la Adolescencia. Entre sus aportaciones más destacadas, destaca por ejemplo que la llamada pobreza consistente, que vincula la privación de ciertos bienes y, sobre todo en el caso de Pamplona, los ingresos relativamente bajos, afecta a un 9,3% de la población infantil. Esa cifra es un 42% mayor que la del conjunto de la población.

Al abordar esta vulnerabilidad, los expertos y expertas de la UPNA también apuntan que los datos de exclusión social entre la población infantil son “preocupantes”, que se han detectado casos de malnutrición (que no desnutrición) en los colegios y que, por ejemplo, se necesita dar una atención especial al alumnado de etnia gitana, muy afectado por el absentismo y el fracaso escolar.

Otra de las reflexiones clave de este diagnóstico se refiere, precisamente, a lo que podría considerarse la herencia de la desigualdad, que pasa de padres a hijos. En gran medida, porque “el nivel educativo de los padres se ha mostrado también como uno de los factores más determinantes del éxito o el fracaso escolar de los menores”. Así, por ejemplo, casi 2.000 niños y niñas en Pamplona (el 5,8% de su población infantil), según los datos extraídos del padrón municipal de 2014, convive en hogares donde ningún adulto tiene un nivel educativo básico, equivalente a la Educación Secundaria Obligatoria. Esos casos se dan, sobre todo, con niños que ahora tienen entre 6 y 11 años.

El estudio advierte, además, de que, a pesar de que de entrada podría pensarse que esta situación se está reduciendo, los datos demuestran que este tipo de hogares se dan con más frecuencia entre niños más pequeños. Por ello, desde el grupo de investigación se insiste en que esta situación ha ido “a peor” en los últimos años, y más en esta década que en la anterior. Como posibles causas, apunta al posible fracaso del sistema educativo de esos padres y madres de hace veinte años comparado con el de hace treinta, o bien a otras hipótesis como “el proceso migratorio o la formación de parejas con niveles educativos más homogéneos”.

La escuela, contra la desigualdad

¿Y cómo se compensa esta situación: con una mayor implicación de padres y madres, con un esfuerzo del sistema educativo o con la implicación de la administración? Preguntado por esta cuestión, Santiago Álvarez, representante de la Federación de Asociaciones de Padres y Madres Herrikoa, apunta directamente a la escuela: “Yo soy partidario de que sea la propia escuela la que compense estos datos. Es una responsabilidad del sistema educativo no quedarse con que la desigualdad educativa se hereda, porque la escuela tiene que ser una forma de equilibrar esos factores”.

Por su parte, Garikoitz Torregrosa, coordinador en Navarra de Sortzen, la organización educativa que apuesta por el impulso de la Nueva Escuela Pública Vasca, cree que tanto a las asociaciones de padres y madres de alumnos como a las propias escuelas les faltan recursos, y que este tipo de formación, por ejemplo como las escuelas de padres o la formación para la resolución de conflictos, depende mucho de cada centro, a menudo se hace “para salvar la papeleta” y no cuenta con un plan claro por parte del Gobierno Foral. “Es algo que siempre queda cojo”, apunta, a la par que lamenta la falta de participación de las familias y augura un descenso de la misma con la aplicación de la ley educativa de la LOMCE.

Álvarez también matiza que el objetivo de compensar la desigualdad es más difícil de alcanzar si no se activan políticas integrales desde las instituciones. “Ante una situación así, no podemos mirar hacia otro lado, que es lo que hacemos habitualmente”, lamenta, ya que, según argumenta, corregir la desigualdad implica a políticas más allá de la educativa, como las sociales o las sanitarias.

Esta es, precisamente, una de las conclusiones del estudio de la UPNA para el Ayuntamiento de Pamplona, cuyo compromiso es trabajar con estos datos. No en vano, el análisis también tiene que servir para poner el foco en dónde hay que actuar. Por ejemplo, por zonas: aunque la media es que un 5,8% de los menores de la ciudad vive en hogares con adultos que no alcanzar la Educación Secundaria Obligatoria, esta cifra alcanza el 7% en uno de los llamados barrios obreros, el de la Chantrea, más del 7,5% en San Jorge o más del 11% en la Rochapea. En zonas con menos privaciones, como el Ensanche, en pleno centro de Pamplona, ronda el 2,2%. Un dato más a tener en cuenta para combatir la desigualdad.

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