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En primera persona

Mi hijo de dos años se sabe de memoria Peppa Pig y la Patrulla Canina: por qué en nuestra casa sí se ven dibujos animados y utilizamos pantallas

Peppa Pig

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La semana pasada, Miguel Muñoz contaba en Nidos por qué su hijo de tres años no sabe lo que es Peppa Pig o la Patrulla Canina y por qué han decidido no enseñarle ningún tipo de pantalla hasta que sea mayor. Leí su artículo con interés, porque me he encontrado a muchos padres y madres que han decidido lo mismo que él pero ninguno ha sabido explicarme tan bien por qué. También con admiración, para qué negarlo, porque una de mis ideas cuando me quedé embarazada era intentar evitar la tele –¡ay, qué bonito era cuando no era madre y era todo certezas!–. Pero, sobre todo, lo leí con la canción de la “Pa pa pa pa patrulla canina” resonando en mi cabeza y con las risas de Peppa Pig repitiéndose en bucle. Porque sí, en mi casa se ven dibujos animados. Mi hijo se sabe de memoria los diálogos y las canciones de estas dos series, en concreto, que son las que más fuerte pegan ahora mismo en la primera infancia. Y yo, claro, también me los sé.

Coincido con Miguel en una cosa básica que sirve como punto de partida para esta respuesta: el respeto por cualquier modelo de crianza. Creo que madres y padres hacemos lo que buenamente podemos y lo que creemos que es mejor para nuestros hijos e hijas. Y esto es especialmente importante en un contexto de pandemia, con teletrabajo, cierres de los centros escolares, cero medidas para la conciliación y limitaciones para que el resto de la familia nos ayude con el cuidado. Así que, en mi caso, cualquier cosa que me facilite la vida y que no sea una barbaridad en términos educativos, me sirve.

Mi hijo juega al aire libre, lee, hace ejercicio y socializa todos los días. Lleva una vida sana en general. Y de vez en cuando, le enchufo a la tele. Quien dice de vez en cuando dice todos los días. Es el recurso fácil, lo sé, y también he leído los estudios y a los expertos que recomiendan evitar las pantallas hasta que son mayores. Así que formo parte de ese grupo de madres informadas que decidimos hacer la vista gorda en según qué cosas. Pero es que me gusta ducharme sola, por ejemplo. Tener una videoconferencia de trabajo sin que mi hijo se cuele y acabe charlando con mis clientes. O simplemente dormir una siesta aunque tenga que ser con los dibujos de fondo.

Vivimos en un mundo donde las pantallas son una parte importantísima de nuestras vidas. Vemos series y películas en diferentes plataformas, trabajamos con el ordenador, hacemos videollamadas por encima de nuestras posibilidades. Estamos todo el día colgados de un smartphone. Y es evidente que esto va a más. Nuestra vida diaria está mediada por las pantallas. Entonces, ¿por qué para los adultos sirven y para la infancia no? Sin abusar, con unas normas claras y buscando contenidos adaptados a su edad, podemos encontrar en los dibujos animados un recurso educativo tan válido como cualquier otro. Se trata de enseñar a nuestros niños y niñas un buen uso de las pantallas, no de que vivan ajenos a ellas. Porque viven en este mundo y no les hacemos ningún favor negándoles una parte de él.

Así que en nuestra casa sí se ven dibujos animados. Lo hacemos con tiempos tasados, habiendo supervisado previamente los contenidos y convirtiéndolo en una actividad en sí misma, no en una distracción para que haga determinadas cosas sin protestar –comer, dormir o lavarse los dientes, por ejemplo–. Pero lo hacemos, y con mucho gusto. Porque nos facilita mucho la vida. Procuramos además que vea algunos contenidos alternativos, que los hay, que fomentan valores como la igualdad, la diversidad o el respeto. No siempre lo conseguimos, porque lo que les gusta y lo que tiene éxito de verdad son dibujos que distan bastante de ser educativos. Pero incluso éstos tienen sus ventajas.

“Oye, ¿has visto que en Peppa Pig solo las mamás cocinan y los papás trabajan fuera de casa? Pues eso no tiene por qué ser así. En nuestra casa papá cocina y mamá trabaja fuera, ¿verdad?”. Con solo dos años, mi hijo ya escucha esos discursos en boca de su madre una y otra vez. “Vaya, en la Patrulla Canina todo son chicos y la única chica que hay viste de rosa y hace pocas cosas divertidas. ¡Qué tontería, si chicos y chicas pueden hacer lo mismo y vestir igual!”. Se lo repito una y otra vez. Estoy segura de que, además de enfadarse porque le interrumpo, el mensaje va calando poco a poco en su cabecita.

Pero es que además existen otros contenidos que huyen de esos modelos ya desfasados. No son muchos, es verdad, ni tampoco los más populares. Pero los hay. Por ejemplo, Hilda es uno de mis títulos preferidos. Es una serie de dibujos protagonizada por una niña valiente y divertida que vive sola con su madre en un bosque. Desmonta estereotipos, tiene una protagonista femenina y normaliza otro tipo de familias, como las monomarentales. También transmite valores como la defensa del medio ambiente o la diversidad. En esto último destaca Daniel Tigre, protagonizada por animales y personas que no son blancas, heterosexuales y normativas. Hay una médica negra, una profesora de origen indio y se adivinan guiños a las personas LGTBI.

Y, por último, mi favorita, Motown Magic. Es una serie musical basada en el mítico sello discográfico de los sesenta, por lo que suenan continuamente temazos de los Jackson 5, Stevie Wonder, Marvin Gaye o The Supremes. En un entorno urbano, moderno, hay padres separados, abuelos que cuidan y niños y niñas que hacen lo mismo y visten igual. A mí me parece que es mejor referencia para mi hijo que algunos cuentos infantiles –y que algunos contenidos para adultos, también–. Y en vez de canturrear todo el día la “Pa pa pa pa patrulla canina”, acabamos cantando todos el “One, two, three” de los Jackson 5. Ni tan mal.  

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