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Azkuna, 'alkate' de Bilbao hasta el final

El alcalde Azkuna, rodeado de vecinas de Bilbao, en una de sus últimas apariciones en público.

Aitor Guenaga

Bilbao —

“La figura política de Iñaki Azkuna es irrepetible”. El valor de la frase es aun mayor cuando viene de tu adversario político. En este caso de un socialista vasco. De alguna manera es la constatación de que las dos familias que han marcado la política vasca en el siglo XX, la socialista y la peneuvista, durante la República, con el golpe militar de Franco, en la etapa del exilio y en la vuelta de la democracia, siempre han seguido unidas, independientemente de las mayorías electorales y de la pelea política. Y ahí, Iñaki Azkuna, sobre todo en su última etapa en el Ayuntamiento de Bilbao, donde disfrutaba de una cómoda mayoría absoluta, ha sabido dar juego a los socialistas. El pasado 14 de febrero cumplió 71 años. Y ya era “el mejor alcalde del mundo”. Lo decía desde Londres The City Mayors Foundation, pero en la capital, muy dada a la fanfarronería, ya se sabía. Azkuna, muy comedido, agradeció el galardón y dijo: “Yo reparto este premio entre todo el pueblo de Bilbao, que me ha apoyado”.

Azkuna ha liderado en estos cuatro mandatos al frente del consistorio la revolución que ha vivido la ciudad. Un cambio que ha colocado al nuevo Bilbao post industrial en el selecto club de las principales ciudades del mundo. No lo ha hecho solo, habría sido imposible dadas las heridas en el tejido industrial que ha tenido la capital vizcaína y toda la comarca en su conjunto. Todas las instituciones han arrimado el hombro, pero Azkuna, con su intuición política, con su equipo, y, sobre todo, con su capacidad de diálogo y de consenso, ha sentado las bases para que Bilbao esté en el mapa mundial y no solo por el Guggenheim.

Y el 'alkate' Azkuna ha jugado su papel hasta el final. Pese a los achaques de su enfermedad, un cáncer de próstata que le fue diagnosticado en 2003 y que le ha obligado a un tratamiento agresivo, numerosas hospitalizaciones y otras tantas operaciones, Azkuna no se encerró en su casa. Ni siquiera cuando falleció, también de cáncer, su esposa, Anabella Domínguez, hace menos de dos años, una mexicana de la que se enamoró en París, otra gran capital para el amor. Un golpe que le debilitó, pero no le apartó de sus responsabilidades al frente del consistorio bilbaíno. Poco después sería reconocido como el mejor alcalde del mundo, un hombre que nació en Durango, estudió medicina en Salamanca y volvió para ejercer como médico, gestionar después la medicina y, posteriormente, convertirse durante los años de los gobiernos de coalición PNV-PSE en consejero de Sanidad (1991-1999). Después, el PNV pensó en el para que toreara en la siempre difícil plaza de Bilbao, en una etapa en la que socialistas y populares despegaban electoralmente, según quien gobernara en España. Pero en las elecciones de 1999, el bastón de mando consistorial fue a parar a Azkuna.

“Ante la Virgen de Begoña soy el más católico. En el Ayuntamiento, el más laico”, reconocía hace ahora un año en una semblanza realizada por el periodista Juan Cruz.

El 'contratiempo' del cáncer, que difundió en tiempo real ante los medios de comunicación tras unas elecciones municipales, ha marcado esta década larga en la que ha pasado, como si del Guadiana se tratara, por todas las fases del enfermo, un papel que se resistía a protagonizar. A la vuelta de su tratamiento en Estados Unidos, Andoni Aldekoa, su brazo derecho político, en una conversación informal frente a la escalinata de la entrada noble del consistorio dijo: “El líder ha vuelto”. Su capacidad de liderazgo, muchas veces con mano dura y con cierto despotismo ilustrado que le asomaba en ocasiones, está fuera de duda. Incluso cuando algunas familias internas del partido en Bilbao y en Bizkaia quisieron descabalgarle como cabeza de cartel del PNV, cuando ya había enderezado la situación económica del consistorio y Bilbao estaba en la pista de lanzamiento para ser propulsado al universo global de las ciudades en el mundo. No pudieron con él y volvió a repetir en el cargo hasta lleva al PNV a su mejor resultado en Bilbao: una mayoría absoluta.

En los últimos meses multiplicó su agenda, pese a que su estado evidenciaba que el final no andaba lejos. Y quiso aparecer ligado a temas de fuerte contenido social -como las campaña del banco de alimentos- o con las inauguraciones de algunas de las infraestructuras básicas de la villa. Pero era consciente de que su tiempo se agotaba y la salud pendía ya de un fino hilo.

Azkuna ha sido más que un alcalde del PNV, es el regidor de Bilbao, y “le votaban muchas personas que no son del PNV o que nunca votarían a José Luis Bilbao, para entendernos”, reconocía una vecina de la capital. Sin embargo, su arranque en ocasiones se tornó enfrentamiento con algunos de los sectores más dinámicos y alternativos de la ciudad. Sonados fueron por ejemplo los choques con las Konparsas de Bilbao y con el modelo de fiestas tan diametralmente diferente que ambos defendían para la ciudad. O con otros colectivos sociales y ciudadanos en relación con algunas normativas consideradas “muy regresivas para los derechos fundamentales” nacidas de su pluma.

Tampoco lo tuvo siempre fácil entre los suyos. Y pese a su labor al frente de la ciudad, volvió a recibir los discursos agrios del entonces presidente peneuvista, Xabier Arzalluz, en plena efervescencia y huida adelante del 'plan Ibarretxe'. Durante la etapa más soberanista del PNV, tuvo que aguantar en silencio que Arzalluz le considerara un “michelín” -junto a otros- por no apoyar la aventura del 'plan Ibarretxe'. Una estrategia que, cosas de la política, acabó con el PNV fuera de Ajuria Enea.

Firme defensor de los acuerdos transversales, formó parte de los Gobierno de coalición de los años 90 entre PNV y PSE y se mostró inmisericorde con el terrorismo de ETA y con los partidos que lo jalearon como HB. En esta materia trazó una línea roja que le impidió llegar a acuerdos con quienes no eran capaces de condenar lo evidente. Sobre todo cuando la organización terrorista, con su estrategia de “socialización del sufrimiento”, comenzó a asesinar a ediles socialistas, populares y puso en la diana al propio Azkuna en los carteles de los que le jaleaban. Nunca les perdonó su “inmundicia moral”.

En la semblanza le recordaba al periodista su especialidad: la medicina cardiaca. El corazón, “bombea sangre. Ahí reside la vida, tócalo para que veas”, le decía un alcalde ya desmejorado. Era el corazón del mejor alcalde del mundo, que hoy ha dejado de latir definitivamente.

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