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Sobre este blog

Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.

Baldosas sueltas (en Vitoria)

Elena Zudaire

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Le agradezco a mi colega bizkaitarra Carlos Gorostiza que me haya inspirado con el bautizo de su columna en este medio para la mía esta semana. Iba a hablarles de la prórroga presupuestaria pero, qué quieren que les diga, ya tendremos unos cuantos meses de brasa electoral y en ambas instituciones me da a mi que la proximidad de los comicios ha sido la razón que nos ha dejado en bragas económicas para los próximos meses. Déjenme apuntar no obstante que es curiosa la reflexión de los partidos de la oposición a la hora de no lanzarse a pactar un presupuesto con unas elecciones en ciernes. Todos piensan a título individual que van a ser ellos los próximos y flamantes ganadores… Me pregunto quién será su psicólogo porque, sin duda, hace un buen trabajo de empoderamiento.

En fin, el asunto que me ocupa es mucho más prosaico, por tanto, pero me consta que inquieta a muchos ciudadanos. Por fin ha llegado el frío que se resistía a helarnos el cogote y, con él, las lluvias torrenciales que convierten a la parte embaldosada de la ciudad en un campo de minas esperando a alegrarnos el paseo. Leticia Comerón, concejala de Espacio Público y Tecnologías de la Información del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz tenía razón al convertir la calle San Prudencio en una pista de aterrizaje: bien mirado, ahí ya no tendremos problemas viandantes al desaparecer el revestimiento perverso y susceptible de llenarse de agua sucia y helada.

Esa baldosa suelta que acecha, que no entiende de barrios ricos ni pobres (aunque quienes gobiernan la ciudad sí se den más prisa en arreglarla en función de si está en la calle Dato o en Zaramaga), nuevos ni viejos, que observa al peatón que se acerca y le espera paciente con una maléfica sonrisa en el cemento quebrado para ¡zasca!, chirriarle hasta el tuétano el pantalón, el calcetín, el pie y, si es mujer y lleva medias y falda, pues todo lo demás. Esa baldosa cuyas víctimas son especialmente los viandantes que vamos con prisa a todos los sitios, comiéndonos a zancadas las calles de la ciudad. Esa baldosa que no conoce la piedad, vayas al trabajo, a hacer la compra, de poteo o a esa tienda que está a punto de cerrar. Esa baldosa que escanea los abrigos blancos, los pantalones beige y los leotardos claros y que atrae con su encanto sibilino al paseante distraído para arruinarle el día.

Huelgo siquiera hacer una aproximación de la mezcolanza líquida que pueden guardar en su interior. Las baldosas sueltas son y serán el gran problema del revestimiento que, aunque bonito y mucho más agradable de pasear, requiere un mantenimiento que la crisis no contempla. Mi barrio es un vergel de chapoteantes adoquines, la banda de malotes que te jalea cuando te cruzas con ellos. La orografía de la zona y las ganas que tenían de acabar las obras fueron los ingredientes del cóctel maligno que nos atemoriza al salir de casa corriendo para coger el tranvía. Como no vivo en el centro, ergo, nunca vendrán a remendar el embaldosado, la única estrategia de supervivencia para nosotros, los del extrarradio, es memorizar los lugares donde acecha el roto e intentar esquivarlos hasta llegar a casa con el atuendo impoluto. No siempre funciona, claro…

Así que no les hablaré de la prórroga presupuestaria porque me parece que tendremos baldosas rotas para rato, aunque el alcalde Maroto diga que a la oposición le haya salido “el tiro por la culata” porque todas sus obras se han terminado o están en ello (algunas en ello llevan mucho), aunque el diputado general De Andrés opine que peor para el que no haya querido pactar. Lo de menos serán las baldosas rotas. Lo demás está por llegar.

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Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.

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