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Sobre este blog

Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.

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Elena Zudaire

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Los cines Guridi de mis amores tienen visado municipal para acoger uso comercial o terciario. O lo que es lo mismo, se van a convertir en otro súper, otro Zara u otro gimnasio más. Por fin sus propietarios se han quitado un lastre de encima que, al parecer, les daba más pérdidas que beneficios. Ya se va sabiendo por algunas cosillas que suelen aparecer de vez en cuando en los medios: que el apoyo a la cultura en este país es algo que cuesta y que cuanto más estén los poderes de la diosa Atenea al borde de la extinción, pues mejor. Hubo una esperanza de convertir a estas salas en un teatro pero, una vez más, supongo que la política venció al engranaje para tirar con los proyectos hacia adelante y la cosa quedó en agua de borrajas.

Creo que entiendo un poco a los socios de VESA y al gerente de los cines, Javier Etxagibel. Hace años compartí con él charlas telefónicas semanales sobre los estrenos semanales para un programa cinéfilo que editaba en la radio. A veces, esas conversaciones derivaban por otros derroteros y uno habitual solía ser lo difícil que era lograr una programación comprometida con su amor por el cine, sin olvidar los grandes estrenos que eran los que, en realidad, daban dinero. Seguramente su gestión haya tenido errores, como todas, pero siempre me ha parecido que era un tipo con ideas claras que probablemente se fueron desvaneciendo por las circunstancias para sustituirlas por otras más prácticas que se ajustaran a la realidad.

Y la realidad del cine en Vitoria se ha escrito con el cierre paulatino de muchas salas, con el escaso apoyo de unos y otros a proyectos un poco diferentes como los cines Azul, con el errático soporte a otras iniciativas tan exitosas entre el público como Amar el Cine, a la muerte por inanición de festivales como el NEFF... Amén del aumento del IVA cultural y esos ocho o diez eurazos que cuesta una entrada. Aun así, supongo que Etxagibel es de esas personas perseverantes que no quieren renunciar y continúa con los Florida… y con un acuerdo blindado por el Ayuntamiento por el que estas salas deben estar abiertas por lo menos otra década más; de lo contrario, la empresa deberá pagar una compensación a la ciudad.

Por si alguien se piensa que soy una ingenua, la piratería habrá hecho lo suyo, claro. Pero entre que la tijera del arca pública amputa toda la cultura que puede escudada en la crisis y que a veces, algunas veces, damos un empujón a esa política dejando desierto el evento de turno, el panorama pinta grisáceo. Eso sí, no perdemos la ocasión de quejarnos una y otra vez de las pocas cosas que se organizan en Vitoria, por si acaso.

Los cines Guridi de mis amores eran una isla desierta en la que disfrutar de un momento fuera de la realidad. Los pasillos largos, un diseño de otro tiempo y ya un poco pasado de moda, las fotos de las estrellas decorando las paredes, el laberinto de escaleras, las salas, algunas enormes, el olor a palomitas y a moqueta, los acomodadores que te saludaban como si fueras de toda la vida, los anuncios de autoescuelas… Y la sensación acogedora de sentarte en la butaca, de la acústica amortiguada para potenciar el flamante sonido dolby surround, la expectativa de olvidarte del mundo por hora y media y ser espectador de otras vidas.

Yo llegué a esta ciudad cuando estas salas ya empezaban a ser una sombra de lo que fueron. En ellas sucedieron algunos episodios de mi vida que recuerdo con sentimientos de todo tipo y a ellas acudí para olvidarme de todo lo demás. Y debo de estar haciéndome muy mayor porque su cierre me apena tanto como saber que la persiana también cerrará una etapa. Porque una falda, una clase de spinning o cien gramos de chorizo picado fino no serán lo mismo.

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Elena Zudaire (Pamplona, 1976) es vitoriana de adopción desde hace 14 años. Licenciada en Periodismo ha ejercido en la radio y la prensa local y vasca. Hace cuatro años cambió su rumbo profesional hacia la gastronomía inaugurando la escuela de cocina 220º pero sigue vinculada a la comunicación con colaboraciones habituales como esta columna, una mirada con un punto ácido hacia una ciudad en constante cambio.

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