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Sobre este blog

Visionaria, creativa, escritora, investigadora. Expansiva, exploro ámbitos diversos y los traduzco en actividades de marketing y dinamización. Levanto piedras para encontrar nuevas especies y a veces, acabo metiendo la pata en su huella. Entre patrones, tacones, pasiones y fogones me muevo como pez en agua. La pluralidad en el gusto, mi bandera de maitines.

El nombre

Izaskun Arana

Cuando se inauguran calles, la ciudad vive una especie de alumbramiento. Nace una vía de paso que verá correr millones de pies sobre ella. Un espacio común, un lugar para besos, aceras donde sonarán el subir y bajar de las persianas, y rincones donde puede que haya incluso algún que otro tirón de bolso. Sea como sea, lo que todos desean siempre es que la calle se inaugure con bien, que su suelo sea llano y sin barreras, sus locales comerciales prósperos, y los portales seguros.

Teniendo la calle ya construida llega el momento de ponerle nombre. Puede ser un acontecimiento, una persona, un lugar. Puede ser un oficio, una fecha, un evento. La cuestión es que da igual cuál se ponga. Ese nombre no será su seña de identidad. Puede que un día, alguien lo cambie.

Tras un septiembre de tiras y aflojas entre partidos políticos, el Ayuntamiento de San Sebastián renombra 295 calles de la ciudad. El tema era que no estaban en euskera. Entendiendo la importancia del idioma y su presencia en la nomenclatura de los espacios públicos, me pregunto qué puede haber de malo en un nombre, para que se cambie.

Si los ayuntamientos son a las calles, lo que los padres a los hijos, los nombres de las vías deberían poder ser cambiados sólo por autodeterminación de los vecinos y comerciantes residentes en ellas, y no por los mandatarios de la ciudad. Es como si el padre de Ignacio se vuelve a casar, y su madrastra quiere que se cambie el DNI a “Iñaki”. A fin de cuentas, quien debería tomar esta decisión es el propio interesado. Ese nombre habla de sus padres, de su momento, y de su historia. Bien que los ayuntamientos son elegidos como representantes por una democracia pero, obvio, en este proceso de renombramiento se ha olvidado que los nombres de nuestras calles conforman la identidad de la ciudad. A menos que sean hirientes, a veces está bien recordar quién hizo qué, y por qué se llama tal de esta manera, y cuál de otra (por eso de que hay que saber de dónde venimos, para saber a dónde vamos).

Si lo que se quiere es recoger un momento de la actualidad, a mí me gustaría que la ciudad tuviese una señalética que contase lo que sucede de forma habitual en los espacios públicos. Me explico. Por ejemplo, pequeñas placas en el suelo, con mensajes de qué tradición está ligada a ese punto y un año de referencia: en medio del paseo de La Concha, “Mirando al mar desde 1910”. En la calle Loiola frente a San Martín, “Nuestro primer mercado de asentadores”. En el paseo de la Zurriola “Tardes de paseo y helados con amigos”. En las puertas de los cines Príncipe “Aquí mandan las mujeres”. En la trasera del cubo pequeño del Kursaal, donde no hay farolas, “Donde se da el primer beso”… Podría haber un centenar, ser puntos de encuentro, ruta a seguir para turistas, y juego de locales. En varios idiomas, todos nos sentiríamos identificados. Y su recuerdo sería sencillo. “¿Dónde hemos quedado?”, “En el primer beso”.

Supongo que, con el paso de los años los hitos irían cambiando, o no. Tal vez un día, cuando alguien preguntase cómo se vivía en San Sebastián, la respuesta estaría en las placas guardadas en un museo. Pero al menos, a través de ellas las calles un día contaron una historia. La de una ciudad. ¿Acaso gracias a este renombramiento sabremos con más claridad qué pasó allá por 1930 en el Paseo de la Concha, que hoy será Kontxa / La Concha?

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