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Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.

Emulando la vocación comercial de la ciudad que le da nombre, nuestra revista aspira a transformarse en un polo de intercambio no ya de bienes tangibles, sino de una serie infinita de ideas cuyo anclaje se encuentra en las manifestaciones culturales más dispares. Nuestro propósito es acercarnos a éstas sin miedo para mediar entre ellas y nuestros lectores.

El banquero anarquista: una sátira cualquiera

Fernando Pessoa.

Joaquín Palazuelos

Ese 30 de noviembre en el que el agotado corazón de Fernando Pessoa se apagó en el Hospital de São Luis dos Franceses de Lisboa, su reducido entorno le recordó como el fascinante literato e intelectual inquieto que fue. Sin embargo, el resto de lisboetas, espectadores horrorizados de la nociva perspectiva en la que se veía sumido el poeta los últimos años de su vida, sólo llegó a rememorar al Pessoa mundano. Aquel individuo, deshecho tras su escritorio entre colillas y un hálito de alcohol que se dejaba apagar en su vagabundeo por la oscuridad de las tabernas de la capital portuguesa, yacía como abducido, privado ya de su mente brillante y lúcida; como tantas veces ha sucedido con otros tantos iconos artísticos, su propia virtud condenó al hombre y nos privó del genio. Tal y como nos susurraba Antonio Vega en Se dejaba llevar, otro genio que ya entonces bordeaba continuamente el abismo, el peor pecado del hombre es dejarse llevar.

Se suele decir que las últimas palabras conocidas del genio lisboeta fueron: «No sé lo que me deparará el mañana». No sólo le deparó la muerte; afortunadamente, y con la publicación póstuma de sus obras firmadas mediante heterónimos, con el fin de usar registros literarios distintos creando a diferentes autores ficticios, nos ha sido descubierta a todo el mundo la brillantez de este «extranjero» que, como el Meursault de Camus, es arrastrado por su entorno. Y ello a pesar de que, a diferencia del singular protagonista de la novela icónica del existencialismo, Pessoa amaba su país por encima de todo.

No obstante, el escritor portugués llegó a publicar en vida algunos escritos, entre los que destaca por la vigencia de sus reflexiones y razonamientos un pequeño relato, cuento ensayístico no muy conocido sobre el individualismo, la sociedad política, el altruismo y el antagonismo entre la burguesía y la teoría libertaria: El banquero anarquista. El texto vio la luz por primera vez en mayo de 1922, en el primer número de la revista literaria Contemporânea. Su pequeña extensión y lo paradójico del planteamiento inicial -un acaparador, un prestidigitador de las finanzas que a su vez destaca por su alma ácrata y su actitud subversiva contra lo establecido- no nos debe inducir a menospreciar sus reflexiones. En esta «sátira dialéctica», como Pessoa mismo la denominaba, la broma jocosa que supone lo desconcertante de la conclusión reflexiva del protagonista no es un dislate, sino que sirve de hilo conductor para establecer una profunda reflexión sobre la libertad, la iniciativa individual frente al colectivismo social, o la igualdad natural y prefabricada, que evidencia lo absurdo del fanatismo en el posicionamiento político y, especialmente, muestra al lector la absurdez para Pessoa de «los grandes remedios» en tiempos de crisis.

La historia, que se puede leer en Wikisource, es simple: cuenta la conversación de un joven con su amigo banquero, gran comerciante y acaparador notable. El joven le cuenta a su colega que había llegado a sus oídos que el banquero había sido anarquista tiempo atrás. Él le responde afirmando que lo sigue siendo; es más, es anarquista tanto en la teoría como en la práctica, no como los «anarquistas de pacotilla». Su amigo se muestra incrédulo ante sus palabras, por lo que el exitoso financiero pretende justificar sus afirmaciones mediante una serie de sinuosos razonamientos.

El anarquismo, según su postura, es la teoría política que persigue la sublevación a la convención de que nazcamos socialmente desiguales, ya que la única desigualdad posible debería ser la natural, la que impone la naturaleza al hacernos nacer a cada uno mujer u hombre, rubio o moreno, alto o bajo o listo o tonto; y no la que imponen lo que él llama ficciones sociales, como la riqueza, el linaje, el lugar de nacimiento o la religión. Esas convenciones y fórmulas sociales no pueden ser permitidas porque se oponen a la realidad natural, pero tampoco se debe caer en el error, según nuestro locuaz banquero, de sustituir esas ficciones por otras que consideremos más favorables, como haría el socialismo, puesto que nos enfrentaríamos a una sociedad igualmente ficticia; la solución es la doctrina libertaria, la erradicación directa de estas convenciones sociales injustas.

En su ferviente interés por demostrar la coherencia que ha regido su camino vital, el exitoso comerciante continúa desgranando sus razonamientos ante su atónito receptor -tanto el amigo que le escucha atentamente como el escéptico lector, a los que parece que Pessoa tiene reservado el mismo papel-. Según el banquero no debemos caer en la tentación de elegir un camino falaz en sí mismo. El proletariado, al intentar implantar materialmente su sociedad libre, estableció una dictadura y un despotismo militar contrario a la libertad que debería buscar cualquier movimiento en lucha por la abolición de los lastres que nos son impuestos socialmente. La defensa del anarquismo debe fundarse en la integridad de la libertad, excepto la de los que se sirven de la ficción social para tiranizar.

«¿Qué salió de la Revolución Rusa? Algo que va a atrasar decenas de años la realización de la sociedad libre», dice en su exposición el poderoso banquero de Pessoa. Y prosigue: «…era necesario destruirlas pero en beneficio de la libertad, y teniendo siempre en vista la creación de una sociedad libre. Porque eso de destruir las ficciones sociales tanto puede ser para crear libertad o para establecer otras ficciones sociales diferentes, igualmente malas por ser ficciones. Era necesario acertar con un proceso de acción, cualquiera que fuese su violencia o no violencia (porque contra las injusticias sociales todo era legítimo), por el cual se contribuyese a destruir las ficciones sociales sin (…) perjudicar la creación de la libertad futura.»

Uno de los puntos críticos de la argumentación del notable estraperlista se alcanza cuando se pregunta a sí mismo cómo es posible llevar a cabo esa trasformación social. Llega rápidamente a la conclusión de que la realización material repentina y sobrevenida resulta imposible, por lo que la única adaptación que se puede perseguir es la teórica, la búsqueda de una «maduración» interna de la sociedad burguesa hacia una sociedad carente de fórmulas ficticias, sociedad natural que deberá ser buscada principalmente a través de la propaganda.

Prosigue en su explicación del camino vital escogido con la disyuntiva de cómo debía afrontar la búsqueda de esa sociedad natural el verdadero anarquismo: de manera individual o colectiva. Había observado que en la actividad propagandística del grupo surgía entre ellos una tiranía súbita que le dolía profundamente. En la propia difusión de sus ideales uno se siente en el derecho de mandar a otro, de imponer su postura o de ayudar -el altruismo es una especie de desprecio para el banquero anarquista, puesto que sirve para tomar a los demás por incapaces y privarles de libertad-, despotismo que no puede permitirse en una futurible sociedad libre y humana digna de sí misma y consecuente con los principios que la sustentan. «Tiranía por tiranía, que quede la que está, que al menos es aquella a la que estamos acostumbrados», llegaría a decir. Razona a su vez que puestos a vivir en una sociedad falaz, vivamos en la burguesa, ya que es la que nuestro instinto considera más familiar, al haberse acostumbrado a la misma.

Tras sus reflexiones llegó a la conclusión de que estas tiranías no podían ser cualidades naturales en sí mismas, sino que no eran otra cosa que una perversión. Descartando la maldad del hombre como fundamento universal, atribuye esta deriva a que los hombres nacen «con sus cualidades naturales pervertidas y prestas a tiranizar espontáneamente, incluso en aquellos que no desean tiranizar». Por tanto la única opción que un anarquista puede tomar en el ejercicio de su coherencia, con el fin de no disminuir la libertad de los demás en su acometida por una sociedad natural y justa, es la del combate individual contra la ficción burguesa.

Pero ahora bien, ¿cómo podría él, único individuo en la inmensidad del universo, acometer tan ardua tarea? La propaganda resultaba a todas luces insuficiente, puesto que las proclamas que pudiese dar él no podrían cambiar a una sociedad burguesa tan acostumbrada a su propia ficción que entiende lo habitual como natural. Seguir en cambio el mismo camino que el tomado por parte del anarquismo, «los tipos de los sindicatos y las bombas», como los denomina él, sería estúpido, ya que el posible daño que pudiera infligir no afectaría lo más mínimo al tejido capitalista:

«Y suponga que yo hubiera acabado con una docena de capitalistas.  ¿Y qué venía a dar todo eso, en resumen? Con mi liquidación, incluso no por muerte, sino por simple prisión o destierro, la causa anarquista perdía un elemento de combate; y los doce capitalistas, que yo habría estirado, no eran doce elementos que la sociedad burguesa hubiera perdido, porque los elementos de la sociedad burguesa no son elementos de combate, sino elementos puramente pasivos, puesto que “el combate” está no en los miembros de la sociedad burguesa sino en el conjunto de ficciones sociales en que esa sociedad se asienta

La acción grupal no podía fructificar al conllevar tiranía, con lo que la única forma que él como individuo tiene de aumentar su libertad es la de superar las ficciones sociales, empezando por la más importante: el dinero. La liberación de sí mismo consistió entonces en adoptar el rol de pudiente y acaudalado hombre de finanzas, con el fin de acaparar tanto dinero que él como individuo se situase por encima de la propia ficción establecida por la sociedad. Con ese proceder nuestro adinerado banquero consigue libertad sin crear tiranía.

«Consigo libertad sólo para mí, es cierto; pero es que […] la libertad para todos sólo puede llegar con la destrucción de las ficciones sociales […] y yo no puedo hacer la revolución social.»

Su contribución por tanto al desarrollo del anarquismo teórico y práctico era la única elección sincera que podía tomar: pese a haberse liberado él únicamente, lo había conseguido sin perjuicio de los demás, puesto que la tiranía ejercida por él como banquero ya existía antes de su ascenso especulador. Quedaba probado con su aducción, por lo tanto, que él sí que era en realidad un ácrata practicante consecuente con sus ideales teóricos.

Sátira sobre la lógica económica burguesa y anticipación de Pessoa al desastre comunista

Sátira sobre la lógica económica burguesa y anticipación de Pessoa al desastre comunistaLa lectura del relato de Pessoa ha desencadenado conclusiones muy diversas; unos piensan que el texto de este atento observador y comentarista de la vida política de su tiempo, conforma una diatriba premonitoria contra el avance de los movimientos socialistas -en 1922, año de su publicación, la población rusa sufría una profunda hambruna como fruto de la paralización agrícola tras la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa- en oposición a cualquier manto estatal que tenga por objeto la igualdad prefabricada o la redistribución de riqueza aleatoria, apostando por la liberación del individuo; otros trasladan el escepticismo presente al acercarse a la obra y su planteamiento satírico a las teorías financieras capitalistas y a las aparentemente coherentes y lúcidas clases magistrales de economistas, repletas de pizarras y cifras económicas, con las que nos atoran los medios de comunicación en estos tiempos de crisis. Es ahora cuando hacer sentir a la clase obrera que la única solución que dictan los números para que el todo prospere es favorecer al rico y ahondar en la herida del pobre puede llegar a resultar una broma de muy mal gusto.

Quizás la virtud esté, como dicta la teoría aristotélica, en el término medio. A mi parecer El banquero anarquista nos es presentado como un texto de la más pura ironía, una sátira cuya argumentación consiste en la reducción a lo absurdo que se asemeja a esa lógica económica tan ensañada. El lector que se enfrente a esta obra en ningún caso debe caer en el error de interpretarla como una identificación entre el liberalismo económico y la libertad natural individual. Considerar la libertad como la necesidad más profunda del ser humano implica que, en consecuencia, esta sea libertad individual y no colectiva; ciertamente esto nos lleva consecuentemente al «egoísmo» de la economía liberal.

La obra se convierte para el lector crítico en una parodia del relato burgués y de la construcción capitalista en la que subyace un profundo menosprecio hacia el paroxismo político. Sin embargo, Pessoa utiliza su novela simultáneamente como defensa de la iniciativa individual y de la ética del desapego ante la ficción social que supone para el autor la falaz búsqueda de modificar la sociedad y sus incongruencias desde los movimientos subversivos, debido a que en síntesis el valor absoluto sobre el que se asienta la sociedad, aunque nos pese, es el dinero. El hecho de que en el relato este combate individual se salde finalmente con victoria al adoptar de manera superlativa el mal hasta que este deja de serlo, es tan paradójico como puede resultar la existencia de un anarquismo colectivista – escuela clásica del anarquismo que propone la consigna «retribución según mérito» o la visión burguesa de la propiedad privada.

La lógica literaria del relato, tan bien armada, se ve desmontada en el análisis detenido de su retórica, mentirosa y sibilina; el ideal bancario invita a un interlocutor poco ávido -como el amigo del banquero, que ayuda con su pasividad a que el razonamiento prosiga- a una espiral sin salida de justificaciones basadas en planteamientos aparentemente coherentes pero en el fondo falaces, contradictorios incluso, con sus anteriores conclusiones.

El ascenso hacia el estado natural convierte al banquero en superior a los demás por haber sido capaz de liberarse de la gran ficción, el dinero; es esa la superioridad natural en un mundo sin ficciones en el que la pura lógica nos muestra que se impone el más fuerte. Si asumimos que el anarquismo es la supresión de las convenciones sociales, debemos asumir a su vez la ficción que supone equiparar al individuo en su libertad natural, hecho que se convirtió en el gran mantra del siglo XX; quizá esa sea una ficción mucho mayor que la planteada por el anarcocapitalismo: la de un mundo donde todos seamos libres y rija la voluntad individual.

La falta de autocrítica con la que se ve a sí mismo el mundo financiero en sus tejemanejes por conquistar nuevas cotas de riqueza a costa del pueblo coincide con la inocencia con la que se jacta el banquero en su razonamiento, asumiendo su propio despotismo, y se contradice con su objetivo anarquista: en vez de ir contra el sistema lo refuerza, aprovechándose incluso él egoístamente de su lucha contra lo establecido. No hay mayor paradoja que luchar contra la alienación del mundo capitalista sumándose a él; como no puede revertir la situación ni sólo ni grupalmente, se suma al mal para que, valiéndose de la realidad natural que se lo posibilita, use la ficción para, al menos, aumentar su libertad y beneficiarse con ello.

El banquero anarquista iba a ser parte de una serie de «sátiras dialécticas» que Pessoa no llegó a desarrollar. Es una pena, puesto que debemos poner en solfa la actualidad del mensaje que nos envía Pessoa con su relato en estos tiempos de crisis económica y social. Cuando la mayor virtud de una sociedad es el dinero, el intrincado camino que podamos seguir para que su influencia consiga que los bienes estén razonablemente distribuidos no nos llevará sino a caer en el agujero negro que supone que la economía y el dinero sean el centro de nuestra vida. Las sucesivas crisis del capitalismo están motivadas por esa ficción, pero el anhelo que el individuo tiene por alcanzar su libertad individual impedirá superarlas conjuntamente. Esto lleva al individuo a la contradicción de tomar como meta el acaparamiento de riqueza burgués junto con la liberación individual del anarquismo como el mejor camino a seguir.

¿Qué debemos hacer? Sobre el altruismo y la acción individual ante los problemas de la sociedad

¿Qué debemos hacer? Sobre el altruismo y la acción individual ante los problemas de la sociedadEn El alma del hombre bajo el socialismo (Oscar Wilde, 1891), Wilde abogaba por una sociedad utópica basada en la eliminación de la necesidad de «vivir para otros» que nos rodea y que acaba por condenarnos a nosotros mismos. El ensayo se convierte entonces en un duro ataque al altruismo y a la caridad.

«Tratan de resolver el problema de la pobreza, por ejemplo, manteniendo vivos a los pobres o, como hace una escuela muy avanzada, divirtiendo a los pobres. Pero ésta no es una solución, agrava la dificultad. El objetivo adecuado es tratar de reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible. Y las virtudes altruistas realmente han evitado llevar a cabo este objetivo. Así como los peores dueños fueron los que trataron con bondad a sus esclavos, evitando de este modo que los que sufrían el sistema tomaran conciencia del horror, y los que observaban lo comprendiesen, igual sucede con el estado actual de cosas en Inglaterra, donde la gente que hace más daño es la que trata de hacer más bien (…) la caridad degrada y desmoraliza».

La caridad según su perspectiva es el regocijo del que se siente privilegiado, las migajas y limosnas autocomplacientes para satisfacer la ética de su tiranía. El socialismo que imaginaba el dublinés eliminaría todos esos pecados creados por la caridad -y por la propiedad privada- porque conduciría al individualismo. Apela también, sin embargo, a la supresión de la tiranía y el despotismo que considera injustos e instiga al individuo al inconformismo y al espíritu rebelde:

«No existe un tipo único de hombre. Existen tantas perfecciones como hombres imperfectos. Y mientras un hombre puede atender los reclamos de la caridad y ser libre, no lo seguirá siendo si se somete a las exigencias del conformismo. A través del Socialismo se podrá llegar pues, al Individualismo. Como resultado natural, el Estado debe dejar de lado toda idea de gobierno. Debe dejarlo de lado […] [porque] no puede existir un gobierno para la humanidad. Todas las formas de gobierno fracasan. El despotismo es injusto con todos, incluso con el déspota que probablemente fue hecho para cosas mejores. […] Se pusieron ideales en la democracia: pero la democracia significa solamente el aporreamiento del pueblo por el pueblo, para el pueblo. Ya se ha podido comprobar. Debo decir que era hora, pues toda autoridad es bien degradante. Degrada a quien la ejerce y a aquellos sobre quienes se ejerce. Cuando se aplica violenta, grosera y cruelmente, produce un buen efecto creando y fomentando el espíritu de la rebeldía y del Individualismo, que acabará por terminar con ella».

El relato pessoano no es ni mucho menos tan etéreo y vigoroso. Sí critica también el inmovilismo del individuo pero, a diferencia del ensayo de Wilde, difiere a su vez de la solución propuesta por el irlandés. Según él la idea de «solidaridad humana» no es una ficción social sólo si lleva aparejada una compensación egoísta; por lo tanto el altruismo como preocupación desinteresada por el bien de los demás, ajena a su propio interés, es una fórmula errónea al igual que la del sacrificio o el deber:

«Sacrificar un placer, simplemente sacrificarlo, no es natural; sacrificar un placer a otro es lo que ya está dentro de la Naturaleza: entre dos cosas naturales de las que no se pueden tener ambas, escoger una es lo que está bien.» Y prosigue: Un hombre no nace para casarse, o para ser portugués, o para ser rico o pobre, me demuestra también que no nace para ser solidario, que no nace sino para ser él mismo».

El banquero llegará incluso a justificar su postura individualista valiéndose de la perversión de las cualidades materiales:

«Sí, que un tipo nazca para esclavo, nazca naturalmente esclavo, y por lo tanto incapaz de algún esfuerzo en el sentido de liberarse… Pero en ese caso…, en ese caso…, ¿qué tiene él que ver con la sociedad libre o con la libertad?… Si un hombre nació para esclavo, la libertad, siendo contraria a su índole, será para él una tiranía».

Ese torticero argumento se relaciona nuevamente con la mentira capitalista, por la cual uno es más rico o más pobre, mejor o peor como individuo por nuestros méritos y nuestro trabajo. Si un individuo se muere es porque no se ha molestado en salir adelante. «Mírame a mí, que con mi trabajo me he ganado la vida», parece decir el banquero con profundo goce. «Tiende la mirada hacia este déspota orgulloso».

En El año que vivimos peligrosamente (Peter Weir, 1983), Guy Hamilton llega a una Indonesia sumida en una guerra civil, su primer destino como periodista, asombrado ante tanta pobreza y ante la nula importancia de la vida en aquel entorno. Sin embargo, muestra una actitud pasiva ante tanta marginalidad y desamparo. Es Billy Kwan, ese extraño fotógrafo magistralmente interpretado por Linda Hunt que se convertirá en su compañero inseparable el que toma otro rol: ayuda económicamente a una madre y su hijo. Es su sencilla manera de responder a Tolstoi:

Billy: Y la gente le preguntaba: Entonces… ¿qué debemos hacer?

Guy: ¿Quién dijo eso?

Billy: S. Lucas, capítulo 3, versículo 10. ¿Qué debemos hacer?… Tolstoi preguntó exactamente lo mismo. Incluso escribió un libro con ese título. Estaba tan indignado por la pobreza que veía en Moscú que una noche fue a los sectores más pobres y repartió todo el dinero que tenía. Usted podría hacer eso ahora. Cinco dólares son una fortuna para cada una de estas personas.

Guy: No serviría de nada, no sería más que una gota en el océano.

Billy: Ahmmmm… a esa conclusión llegó Tolstoi. Y yo no estoy de acuerdo.

Guy: ¿Y cuál es la solución?

Billy: Bueno, en mi opinión uno no debe ver los problemas de manera global, debe hacer lo que puede para aliviar las pequeñas miserias que se le presentan cotidianamente.

Guy: Ah…

Billy: ¿Le parece ingenuo, verdad?

Guy: Sí.

Billy: La mayoría de los periodistas piensan así.

Guy: Hemos de mantener nuestra objetividad.

Billy: Típica respuesta de un periodista. Le deseo suerte. Mañana la va a necesitar. Váyase a casa y procure dormir.

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