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Kepa Murua: “Hay que trabajar para que el presente encuentre a sus lectores”

El autor vasco Kepa Murua acaba de publicar su novela 'Tangomán' con la editorial 'El Desvelo.

Paco Gómez Nadal

¿Y si solo fuéramos hormigas? ¿Y si este siglo XXI nos hubiera sorprendido en una soledad aplastante, condicionada por líneas imaginarias? ¿Y si pudiéramos hablar de todo esto muertos de la risa? ¿Muertos, quizá? El escritor Kepa Murua (Zarauz, 1962) ha utilizado un alter ego, Pedro Muros, para reírse e indagar en este hombre sin atributos del siglo XXI “en una novela demoledora, excesiva”, titulada Tangomán.

El prolífico ensayista, poeta y novelista presentó este pasado miércoles en la librería La Vorágine de Santander la que es su segunda novela, después de Un poco de paz. Lo hizo en la capital de Cantabria porque ahí tiene su sede la cuidada editorial El Desvelo y allí defendió esta novela “extensa, divertida, escrita en primera persona” y donde juega con “una crítica ácida al hombre moderno, solitario, sometido a la monotonía”.

Tangomán, o lo que es lo mismo, Pedro Muros, no es Kepa Murua, pero sí contiene muchas de las preocupaciones del autor vasco sobre el amor, sobre la soledad, sobre las relaciones excesivas, sobre la otredad. Dice Murua que Muros remite a El hombre sin atributos de Robert Musil. Aquel al que Juan José Sáer definía como “aquel que, desembarazándose de todas las convenciones, las posturas sociales, los contenidos intelectuales o morales, las máscaras identitarias, los sentimientos y emociones calcados de los que difunde el medio ambiente, la sexualidad canalizada por los diques de lo socialmente permitido, volviendo al grado cero de la disponibilidad, construirá su vida oponiéndose a todo automatismo y a todo lugar común de la inteligencia, de la vida afectiva y del comportamiento”.

Muros, en el grado cero de la soledad y de la gris monotonía, comienza a cercarse a un “otro yo” confuso pero apasionante a través de dos de las pasiones de Murua: el baile de salón y el boxeo. Muros, “un hombre al que el azar y la casualidad lo va moldeando pero al tiempo lo hacen perder el sentido de su existencia”, se reencuentra en los mismos polideportivos donde las piernas se mueven a ritmo del tango o del boxeo en un acercamiento complejo a la idea del amor. “En el boxeo se dice que es más importante dar que recibir y digo yo que en el amor debe ser igual”, explica Kepa Murua antes de confesar que el amor –y el humor– “le sienta bien”. Tangomán, desarrolla su autor, “también es una novela de la otredad porque para conocerse a uno hay que conocer al otro. Es una especie de viaje iniciático que lleva a la transformación común”.

Murua es un disciplinado autor, un profesional. Con trece poemarios publicados, seis ensayos, varios libros de arte y dos novelas, también ha sido el editor de la ya mítica Bassarai. Un humanista que confía en que “la literatura, el arte en general, esté ayudando a transformar a ese hombre sin atributos”. Pero es consciente de que nos movemos en un mundo cambiante, líquido, que diría Bauman, y por ello apela a un autor que se adapta a su tiempo. “Toda la maquinaria del libro empieza desde el autor y esto se ha olvidado mucho. Lo han olvidado los editores, los periodistas, los distribuidores y los libreros… que lo han marginado como profesional. Pero el autor que quiere defender su obra con un aliento serio y profesional duradero tiene que involucrarse en la difusión de sus textos, de su marca personal. Es verdad que todo parte del texto, pero el autor se tiene que mover en estos tiempos en que el editor está muy limitado, las librerías o el texto en papel está en entredicho, asistimos a una sociedad en transformación y en este sentido el autor también se tiene que transformar”.

Y lo tiene que hacer porque hay un abismo entre el modelo tradicional de edición y difusión y unos lectores que acceden por otros medios a la lectura. “Presupuestos tradicionales –como el modelo de librerías o de distribución– no son a veces los más adecuados para seducir a un público joven que está con ansias de acceder a un discurso nuevo, que quizá ya estaba pero necesita de otros medios para llegar”.

Es el abismo temporal en una sociedad desconectada, abrumada por las posibilidades de conexión. Un abismo sobre el que el personaje Pedro Muros reflexiona en Tangomán: “Las necesidades del pasado no son las del presente. Las del amor no coinciden con las del sexo. Las de la fealdad no tiene que estar separadas eternamente de la belleza. Las de las palabras del mismo silencio”.

Su autor cree que en este presente cada vez hay más necesidad de una literatura “nada acomodada, que responda a las inquietudes de los lectores, inquietudes serias, progresistas, reflexivas, incluso sociales o políticas”. Incluso cuando los lectores no sean conscientes de quererla: “Los autores están involucrados con su propia verdad y contemporaneidad, lo que faltan son lectores que se aúpen en el momento a esa contemporaneidad. Esos autores están hablando de la crisis, del dinero, de las relaciones de amor, de las relaciones al extremo, de la soledad… Pero es verdad que el lector mira más al pasado, que siempre es más decimonónico, que al presente. Pero todo es cuestión de trabajar y de difundir la obra para que ese presente tenga sus lectores y para que ese presente sea reflejo de lo que se está viviendo en la historia, en la sociedad, en la economía, en las relaciones personales”.

Esa relación entre el creador y sus lectores, entre producto cultural y consumidores está en pleno reacomodo. Es una historia inconclusa y eso bare muchas posibilidades. Un punto y seguido optimista porque, como diría Pedro Muros –el oficinista de día, y bailarín y boxeador de noche–, “los finales son terribles, incluso para los lugares y las cosas”.

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