Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

“Hay muchos niños de la guerra que todavía no han contado su secreto”

Martín Abrisketa junto a su padre, protagonista de su novela 'La lengua de los secretos'.

Patricia Burgo Muñoz

En 'La lengua de los secretos', Martín Abrisketa (Bilbao, 1968), periodista y reportero gráfico, da el salto a la novela con un libro histórico pero íntimo. Histórico porque se refiere a los años de la Guerra Civil española; e íntimo porque cuenta la historia que tantas veces le ha contado su padre: la de un niño que pierde a sus padres, y junto a sus tres hermanos, se ve obligado a huir de Bilbao a Santander y luego a Francia, donde son acogidos en Tenay, un pequeño pueblo donde el pequeño Martín vive la guerra como un juego y una aventura.

Abrisketa ha afrontado este proyecto como “una necesidad interior” de rescatar los recuerdos de su padre. El escritor defiende la recuperación de la memoria histórica y colectiva de una época demasiado tiempo silenciada porque “hay muchos niños de la guerra que todavía no han contado su secreto. Estamos en un momento de escuchar; nuestros mayores ya son muy mayores y no tienen mucho tiempo para hablar”. El autor presentará su libro este jueves 16 de abril en uno de los escenarios de la novela. Estará en el Ateneo de Santander, a partir de las 19.30 horas, para relatar cómo ha sido la reconstrucción de las vivencias de su progenitor.

¿Cómo ha afrontado un proyecto tan personal como poner letras a la memoria de su padre?

Lo he abordado por una necesidad. Es verdad que me dedico al mundo de la comunicación, pero escribir una novela me superaba con creces. En 2011 después de 44 años de vida, creo que llegó el momento. Sufrí una crisis, y viendo que mi padre se hace muy mayor, no quería que se fuera sin rescatar su recuerdo. Así que decido meterme en su historia, rescatarla, y empiezo a escribir. Es una necesidad interior, es una forma de acercarme a mi padre y de trasladar el recuerdo que me ha contado desde pequeño. Para él la guerra fue un desastre, desde luego, pero la vivió como una aventura, porque la vivió como un niño y quizá no la sufrió con la misma intensidad que mucha otra gente. Él la vivió como un juego, el juego de un niño con la vida y la muerte.

Para contar esta historia utiliza tres narradores: su padre de niño y ya mayor, y usted mismo. ¿Cómo lo ha unido?

Como me lo había contado tantas veces y la historia llevaba tantos años madurando en mi cabeza, me sale natural. Cuento su historia en tercera persona, como un narrador normal, y de repente paso a la primera y la segunda persona, y el propio narrador termina metiéndose en la historia de mi padre. Además de trasladar su recuerdo, la novela es una necesidad de acercarme a él. Nos habíamos mantenido distanciados durante años y entonces necesito, además de rescatar su relato, hablarle a él directamente y eso lo hago en segunda persona.

¿Por qué el título elegido?

'La lengua de los secretos' tiene dos razones. Una es la fundamental, en la novela se llama la lengua de los secretos al euskera, porque era una lengua minorizada, que estaba recluida en las casas y con las que se decían los secretos que nadie quería que se supieran, por peligro, o por lo que fuera. Pero la lengua de los secretos es mucho más, es la necesidad pura de comunicar. Yo, durante muchos años, no le he dicho a mi padre lo mucho que le admiro, el héroe enorme que ha sido para mí, y la novela se convierte en el canal, en la lengua de los secretos, le cuento el secreto que he mantenido siempre oculto, el amor que tengo hacia él, y a través de la novela he encontrado su amor también.

Después de tres años de elaboración del libro se enfrenta al dictamen del público, pero antes se habrá enfrentado al del propio protagonista de la historia. ¿Cómo ha recibido su padre la novela?

Lo ha visto perfecto. A medida que voy escribiendo los capítulos se los voy contando a él, los va leyendo. No podía ser de otra forma, porque la novela está construida en base a su testimonio, entonces necesito que los lea. Y ahí se produce el acercamiento, a medida que va leyendo cada capítulo va recordando más. Él lo ha tomado maravillosamente bien, ahora que es muy mayor -tiene 90 años-, y de nuevo vuelve a ser un niño, con la novela muchísimo más. De repente hay un libro en el que se recoge toda su vida, todo su sufrimiento, pero también toda su ilusión y toda su visión de la vida, que para mí es lo más importante de la novela. Mi padre era un niño que perdió a sus padres en la guerra, y no tenía ningún referente adulto que le enseñara lo que significaba el peligro, no le decía nadie que podía morir, no veía ese peligro y empezó a jugar con la guerra. Se creía un soldado al que no podían matar. Y eso es lo que él ahora está leyendo, y verlo escrito en un papel, aunque sea con la memoria ya machacada por los años, le ha dado vida. Bueno, en realidad nos ha dado vida a toda la familia, porque nos hemos unido, yo me he dado a conocer a ellos.

Además han sucedido cosas muy bonitas. Meses después de que yo empezase a escribir, mandé una carta al pueblo donde estuvieron acogidos y me respondieron, me ayudaron, pusieron a una historiadora a trabajar conmigo, nos invitaron a ir, y mi padre y mi tía regresan a Tenay. La novela ha permitido a mi padre y a mi tía cerrar un círculo que había permanecido abierto más de 70 años desde que se marcharon, y ahora vuelven al lugar que les salvó, con la gente que les salvó, y encima les han hecho un homenaje allí.

Hay muchas novelas sobre la Guerra Civil. ¿Qué aporta su historia?

Aporta una visión subjetiva, la visión de un niño. La Guerra Civil la han contado muchas veces, yo como persona no tengo nada que añadir porque ya se sabe muchísimo. Pero esta historia baja al punto de vista de un niño, es completamente subjetiva, mira la guerra a través de los ojos de un niño real, y encima un niño que todavía está vivo y nos recuerda que todavía hay muchos, cientos de niños de la guerra que todavía no han contado su secreto. Esta novela puede animarles a contar, porque es muy importante contar, hay muchísima gente que ha callado durante muchísimos años su experiencia, su dolor, o el amor que les dieron en los pueblos donde fueron acogidos, y yo creo que es bueno sacarlo fuera. A mí padre le ha resultado buenísimo, y a mí contar su historia, mucho mejor. Todos tenemos mayores que han permanecido callados durante demasiado tiempo, por miedo, porque hubo una dictadura que calló a la gente. Y yo creo que es el momento de contar las historias pequeñas, las historias de cada uno, que también son memoria histórica, tienen un valor y son patrimonio nuestro.

¿Qué falta a la memoria histórica y a la memoria colectiva?

Yo creo que nos falta mucho, sobre todo rescatar estas historias. Y enfrentarnos a la memoria histórica sin ira, sin odios… porque son testimonios y realidades que hay que curar, y se cura hablando, y se cura enterrando a los muertos donde tienen que estar. Estamos en un momento que ya no hay odio, ya se ha sufrido demasiado, la memoria histórica ya es historia pura, y yo creo que tiene que bajar también al nivel de los testimonios y rescatarlos y escuchar. Estamos en un momento de escuchar, nuestros mayores ya son muy mayores y no tienen mucho tiempo para hablar y tenemos que escucharles.

Etiquetas
stats