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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El Caso y las viejas redacciones

Alejandro Sanz Láriz

Estoy encantado con el éxito de crítica y de público que está cosechando la serie El Caso, no solamente por la trama más o menos bien elaborada o el impecable trabajo de los actores que componen el reparto, sino también porque me trae evocaciones de un tiempo ya pasado en las viejas redacciones de los periódicos.

Cuando yo era un joven estudiante de segundo de Periodismo, alcancé a ver con mis propios ojos el fin de una época que ya nunca volverá y que se llevó por delante una manera de trabajar y un estilo de hacer las cosas. Quizá los periodistas no sabían entonces gran cosa sobre Chomsky, Gramsci o McLuhan, pero se batían el cobre cada día para llevar las noticias a sus lectores con la mayor fidelidad posible.

Mientras se iniciaba aquel verano de segundo curso y yo conseguía entrar a hacer prácticas en un diario de la ciudad, El Caso ya estaba de capa tan caída que apenas tenía el valor de una reliquia. Era un periódico pasado de moda, que apenas sobrevivía gracias a la fidelidad de unos pocos lectores tan moribundos como él.

En mi periódico comencé escribiendo una apresurada nota sobre la selección china de ping pong que -no me pregunten porqué- entrenaba aquellos días en la ciudad, y la benevolencia de mi redactor-jefe la convirtió en fotonoticia pues era tan escasa la información que traía, que no daba para más.

Pero entrar en la redacción era como traspasar las puertas de Babilonia, la cueva de Alí Babá, la humeante taberna de los corsarios de Tortuga. Estaba el director, aparentemente serio como una lama, pero con una socarronería montañesa digna de un personaje de Pereda. En la mesa de sucesos se sentaba Jimeno, que olfateaba el aire y salía para ver qué se cocía en comisaría. En las escaleras te encontrabas al inmutable Manolo con su cámara al cuello y siempre pendiente de revelar una última fotografía.

No se lo digan a mis alumnos, pero aprendí más periodismo tomando una cerveza con Sandoval que en todo un curso universitario en la facultad de Lejona. Recuerdo muy bien cuando Chuchi Teja me mandaba a la sala de teletipos y lo mal que lo pasaba para cortar el papel continuo con el cuidado de un novato, mientras la redacción temblaba con el fragor de una veintena de máquinas de escribir. Cuando volvía a mi mesa para ocuparme de los corresponsales de la región, veía desfilar a los periodistas que admiraba camino del despacho del director para decidir la portada del día siguiente.

Y un día, mientras los últimos lectores de El Caso entregaban la cuchara, llegaron unos tipos a mi periódico con unas cajas y se llevaron las máquinas de escribir para siempre. El silencio monacal de los nuevos y relucientes ordenadores diluyó también los juramentos de San Juan, las carcajadas de Casares y los bramidos de Mariángeles.

No tenían teléfono móvil, ni conexión a internet, pero eran la tripulación pirata más valiente que ha cruzado los siete mares del periodismo y tuve la suerte de que compartieran conmigo su tesoro escondido: me enseñaron los trucos del oficio. Y gracias a esos viejos doblones gastados he podido verme las caras con el pálido fantasma de un folio en blanco.

Así que, desde aquí mi admiración por los viejos periodistas que me enseñaron la esgrima del oficio y mi abrazo más fraternal a los nuevos, a los que empiezan a cabalgar las olas de la información con el mismo vértigo con el que lo hicimos sus mayores. Porque aunque las bocas de los teletipos iluminen ahora letras de colores y la información viaje a la velocidad de la luz, la profesión sigue siendo la misma y necesitamos más que nunca a los pescadores de coral que bucean a pulmón para encontrar la verdadera esencia de una noticia.

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