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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Elevar la ciudad

Chicago se elevó más de cuatro pies en el siglo XIX para construir su alcantarillado.

Jesús Ortiz

Muchas ciudades tienen desniveles interiores tan pronunciados que sus sistemas de trasporte público incluye ascensores, además de autobuses. Así pasaba en Bilbao hace muchos años, y en Santander, ciudad más modesta, se han puesto hace menos ascensores y rampas mecánicas. Otras ciudades son bastante planas, y uno pensaría que más fáciles de diseñar y construir. Y sí, lo son… siempre que se tenga todo en cuenta.

Lo que no ocurrió en Chicago, construida sobre un terreno perfectamente horizontal. A mediados del siglo XIX la ciudad se convirtió en el nexo entre las Grandes Llanuras de Estados Unidos, que producían grano y carne de cerdo en abundancia, y las ciudades de la costa, que consumían ambas cosas en la misma medida. Lo cual aportó a la ciudad prosperidad y crecimiento repentino que de pronto empezó a oler mal. Pero que muy mal: la ciudad carecía no solo de desnivel, sino también de alcantarillado, y el barro y la porquería se acumulaba en mitad de la calle sin que gravedad alguna la quisiera llevar más lejos.

Al olor le acompañaron las enfermedades infecciosas: en el verano de 1854 el cólera mataba a 60 personas al día. La municipalidad decidió encomendar la solución a un ingeniero, Ellis Sylvester Chesbrough, hijo de un trabajador de los ferrocarriles. La experiencia con ferrocarriles permitió a Chesbrough proponer una solución poco convencional: en lugar de excavar el suelo para construir el sistema de alcantarillado, era más sencillo construir este sistema sobre el suelo y ¡levantar toda la ciudad por encima de él!

Aprobado el plan, un ejército de hombres y gatos (mecánicos) se pusieron manos a la obra. Ponían los gatos bajo los edificios y los izaban acompasadamente, día tras día, sin que la actividad de la ciudad se interrumpiera lo más mínimo. Ni la de la ciudad ni la de los propios edificios: los hoteles seguían activos, con la particularidad de que los huéspedes podían encontrarse conque la escalera que separaba la puerta principal de la calle tenía un par de escalones más cuando se levantaban por la mañana que cuando se habían acostado la noche anterior.

A medida que los hombres y los gatos ganaban experiencia, se iban atreviendo con empresas mayores, y de alzar edificios se pasó a alzar manzanas enteras. También se aprovechaba para moverlos, recolocando edificios llenos de gente como quien juega a la construcción en un tablero. Un visitante británico contó en una carta: «A veces hay que pararse a un lado de la calle para dejar que pase una casa por en medio». Al tiempo se iban tendiendo las alcantarillas y rellenando los huecos para que el suelo de la ciudad alcanzara el nuevo nivel previsto.

A los habitantes de Chicago les llevó 20 años, pero triunfaron. Hoy uno la visita y no tiene que andar con barro hasta las rodillas y, si nadie se lo cuenta, no llega a enterarse de que la ciudad se elevó metro y medio por encima de sus alcantarillas y de su terreno natural.

Santander es una ciudad afortunada, bendecida por desniveles casi enteramente (no siempre bendecidos por el paseante). Y el sistema de alcantarillado es bueno, como demuestra el hecho de que no pensemos en él nunca. Excepto en momentos puntuales en que hay que reparar algún trozo, cosa perfectamente natural: las instalaciones se desgastan, como todo.

Pero no teniendo necesidad de levantar los edificios no hemos querido privarnos de la hazaña de hacerlo, así que hemos pensado en el Centro Botín, uno o dos edificios levantados sobre columnas. Una idea notable, el arte por encima de nuestras humildes cabezas.

Chicago es una ciudad mucho más grande que Santander, pero ellos tuvieron que levantarla entera. Nuestro proyecto es mucho más modesto. Así que, lo uno por lo otro, ¿podemos calcular el mismo plazo para realizarlo, unos 20 años?

Seguramente los ingenieros puedan ayudarnos a hacer una estimación, ahora que los primeros anuncios, obviamente propagandísticos, han quedado desmentidos con el tiempo. Porque sin conocimientos de ingeniería, uno se ve tentado de recurrir a las matemáticas. En concreto a la regla de tres, tal como la enseñaba un profesor de Oxford, un tal Lewis Carroll, aproximadamente por las mismas fechas en que se elevaba Chicago: «Si tres obreros levantan en tres horas una pared de tres metros, ¿cuánto tardarán en levantar la misma pared 300.000 obreros?».

Y no, no parece que las matemáticas arrojen mucha luz sobre lo que nos espera con el Centro Botín.

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