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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Macandé en la Plaza de la Esperanza

Plaza de la Esperanza, Santander.

Jesús Ortiz

Vuelve mi mujer muerta de risa de la Plaza de la Esperanza: parece que un pescadero ha resucitado el viejo pregón (¡Hay bocartes…!) con gran éxito entre propios y extraños.

—¿Anillo cultural? —me comenta—. Lo que a los guiris les gusta es el pregón de los pescaderos.

Puede que al pregón le pase como a la máquina de escribir, que desaparece porque deja de ser práctica al difundirse los ordenadores y necesita que pasen decenios para ser apreciada de nuevo, ya no por su utilidad sino por la belleza que puede esconderse en ella. El pregón, también, fue necesario en su día: era el reclamo de venta cuando no había vallas publicitarias ni rótulos luminosos. Para que fuera eficaz, era necesario que llamara la atención, que tuviera alguna gracia que justificara escucharlo. Y así se convierte en arte.

Como reclamo, el pregón perdió hace bastante su utilidad. Pero hay rincones donde se lo ha seguido apreciando. En el flamenco, por ejemplo, cuya afición no puede ignorar a un cantaor que lo hizo famoso.

Su historia, para nosotros, podría empezar un día en que un gitano promete a su hijo llevarlo a los toros. Cuando llegan a la plaza descubre que no puede pagar la entrada. El niño llora a gritos. Un vendedor ambulante de caramelos lo llama y le da uno; el niño se consuela mientras lo chupa y observa emocionado cómo el vendedor pregona su mercancía:

A la salida de Asturias, / a la entrada en la Montaña, / fabrico mis caramelos / para venderlos en España. / Si los quiere de menta / yo los tengo de limón. / Los tengo de Gaona, Belmonte y Vicente Pastor.

Olvidado ya de los toros, el niño que de mayor sería José el Negro empezó así una amistad con Gabriel Macandé, vendedor de caramelos, que duró toda la vida.

Era Macandé un gaditano de posible ascendencia santanderina, particularmente desgraciado y menudo. Tan menudo que la gente se admiraba de cómo podía salir tanta voz de un gitano tan chico. Empezó a trabajar vendiendo caramelos para otro; más adelante se independizó, hacía él mismo los caramelos y encargaba a una imprenta los cromos de futbolistas y de toreros.

Fue pobre siempre: cobraba los caramelos, pero no por cantar. El general Sanjurjo lo expulsó de Ceuta una vez porque, tras oírle una saeta, le ofreció veinte duros (de 192…) por repetirla, y Gabriel se negó.

Pero era su cante el que tenía éxito: echaba el pregón y la gente lo seguía por volver a oírlo. Pero Macandé no estaba bien de la cabeza. De hecho, estaba tan mal que ni siquiera supo reconocer la suerte que la vida le dio, llamada Encarnación, la mujer que, su madre aparte, más lo quiso en el mundo, a la que maltrató siempre. Una actitud que era el reverso de su actitud con el resto de la humanidad, de una generosidad que llegaba a la extravagancia.

No, Macandé no estaba bien de la cabeza. De hecho, estaba tan mal que en 1935 lo ingresaron en el hospital psiquiátrico de Cádiz, donde murió doce años más tarde.

Entró en el manicomio con tracoma y sífilis, y allí le pusieron una inyección que le inutilizó un brazo. Cantaba cuando le parecía; una vez fue a oírle Manolo Caracol, con Lola Flores y Melchor de Marchena. Aficionados que lo conocían y tenían amistad con el director del manicomio se lo pidieron prestado para que cantara saetas al Cristo desde un balcón un Jueves Santo: el Cristo, aficionado cabal, se quedó media hora a escucharlo.

Esta saeta de Jueves Santo fue muy comentada en su día, y está documentada en varios relatos de testigos. Muchas otras cosas que se relatan de él, no tanto: convertido Macandé en leyenda, mucha gente cuenta cosas de difíciles de comprobar, nos dice Eugenio Cobo, autor de una biografía memorable. Quien mejor lo conoció fue José el Negro, que recibió de él confidencias que nunca contó a nadie. «La semejanza entre Gabriel y el Negro —cuenta Cobo— hubiese sido prodigiosa», si no fuera porque el segundo estaba cuerdo. Un personaje muy curioso también, mucho más próximo a nosotros; hay una historia, que no cabe aquí, de una profesora de instituto cántabra expulsada de un bar en Cádiz por calzar al Negro, siguiendo una costumbre gitana.

El Negro cantaba el pregón sin los aires asturianos, los cuatro versos primeros, pero Agujetas el Viejo lo cantaba completo: conjetura Cobo que la asturianada fuera un añadido posterior al pregón más antiguo. También Chano Lobato lo canta completo.

Vuelve mi mujer muerta de risa de la Plaza de la Esperanza: parece que a los guiris les gusta más el pregón del pescadero que la oferta cultural local. Claro, hay gente para todo, y no puede faltar quien prefiera ver la vida en marcha, mejor que su representación.

¡Hay ojitos, lirios, amayuelas…!

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