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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera
Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Poder o no poder

Mitin de cierre de campaña de Unidos Podemos, en Madrid.

Jesús Ortiz

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Richard Burton llevaba haciendo de Hamlet unas 60 representaciones cuando el gerente del Old Vic entra en su camerino:

—Esta noche hazlo especialmente bien. El viejo está en primera fila.

Apenas empieza a recitar su papel (A little more than kin, and less than kind [Un poco menos que primado y un poco más que primo]), oye asombrado cómo el viejo lo murmura al tiempo y sigue haciéndolo durante toda la obra. «Intenté quitármelo de encima —contaría después Burton—. Hablando más rápidamente y luego más despacio, pero no había manera».

El viejo era Winston Churchill, un político famoso entre otras cosas por su oratoria. Saber Shakespeare de memoria es con toda seguridad una herramienta formidable para echar discursos. Demasiado formidable, quizás, porque los parlamentos de Churchill resultaban ampulosos, inflados.

Pero tuvo mucha suerte como orador. En lugar de tener que adaptar su retórica a la vida cotidiana de todo el mundo, dándole un poco de humildad, la Historia se puso a la altura de sus discursos. Los alemanes empezaron a conquistar Europa con la brutalidad que sabemos y de pronto la vieja épica recuperó su esplendor y sentido: no había sitio para juegos florales. Cuando a uno le bombardean el país, ofrecer sangre, sudor y lágrimas, pero la victoria final, es un discurso proporcionado.

Por otro lado, la lengua de Churchill no se empleaba solo en la alta retórica. Durante una cena en la que estuvo bastante pesado la diputada laborista Bessie Braddock le acusó de estar borracho. Contestó: «Sí, y tú eres fea. Pero yo mañana estaré sobrio».

Pero si hoy me he acordado del político conservador inglés es por otra frase que se le atribuye, cuando le explica a un compañero novato en el Parlamento que los de enfrente, los laboristas, no son enemigos. Solo son adversarios; los enemigos están detrás. Es decir, en su propio partido.

Me he acordado de esto al leer que en Podemos Cantabria se le impide presentarse a una de las dos candidatas a una elección interna. Es un tipo de sucesos que no nos resultan nuevos, los hemos visto en todos los partidos, pero aún así no deja de asombrar la virulencia que se emplea en escaramuzas aparentemente menores, que ni siquiera intentan presentarse como una discusión con componentes ideológicos; aparecen abiertamente como un juego de personas y puestos.

Un partido político pretende conseguir el poder, como es natural. Como hay otros con la misma pretensión, la capacidad de pelear es un activo necesario. Sus líderes han de ser combativos. Seguramente para llegar a presidente de gobierno sea necesario ser una persona especialmente guerrera, perfectamente dispuesta a apuñalar (metafóricamente hablando, en circunstancias normales) a quien se oponga a su ascenso. Que sea correligionaria o adversaria es indiferente: se opone a su trayectoria y por tanto lo elimina.

Podemos presentaba en su día elementos que lo hacían distinto. Había surgido de una movilización popular, no iniciada por organización alguna, contra la corrupción y su corolario, los recortes en servicios a los más necesitados. Que todo el establishment del país y su prensa combatieran diariamente a Podemos con la saña que emplearon, acusándole de todos los peores crímenes que puede cometer un humano excepto, quizás, el de echarle mayonesa a los niños que comían crudos, les dio credibilidad entre los votantes críticos. No era posible que se volcaran todas aquellas majaderías como parte de una estrategia racional: los del establishment estaban asustados de verdad. Así que algunos votantes también creímos que pudieran hacer algo de limpieza. Era una expectativa modesta, porque ya estamos maleados y no creemos en milagros: pensábamos en jubilar a lo más visiblemente sinvergüenza de los tres poderes. No se haría justicia ni se arreglarían los problemas, pero recuperaríamos bastante dignidad y algo de dinero.

Pero de pronto la virulencia en los ataques a Podemos se redujo a la habitual entre competidores. Ya no tenían miedo, de nuevo se trataba de estrategia. Habían descubierto que su capacidad combativa la estaban empleando en su mayor parte hacia dentro. Y sus adversarios comprendieron que se trataba simplemente de un participante más en el juego, los que podían integrar a una franja del electorado a la que ellos no podían llegar, no una amenaza de romper la baraja.

Un partido político disputa el poder a otros, que no lo van a ceder si combate. Podemos, el único que ha puesto esta palabra, poder, en su nombre, dedica buena parte de su capacidad combativa a asuntos internos. Ya hemos conseguido poder suficiente, parece decir su actividad, el problema que tenemos ahora es repartirlo. Así ha conseguido en poco tiempo que algo huela a podrido en esta marca, cuando sus competidores, en la mayor parte de los casos, han necesitado décadas para ello.

Queda la duda de si son feos, como Bessie Braddock, o están borrachos, como Churchill. Lo segundo se arregla durmiendo y, si acaso, con un poco de paracetamol. Pero si se trata de lo primero ¿tendremos que esperar otros 40 años para tener esperanza en que algo cambie?

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