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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Revolver el avispero y quedarse silbando

Niños refugiados sirios posan en el campo de refugiados de Bednayel, en el Valle Bekaa de Líbano. / EFE.

Alejandro Sanz Láriz

La dolorosa foto del cadáver de un niño en la arena de una playa turca dibuja, siquiera a trazos diluidos en la conciencia de cualquier ser humano, la tragedia que están viviendo los refugiados de la guerra siria. Con toda su carga de infamia y vergüenza, ni siquiera puedo señalarla como la más terrible que he visto nunca. Sin hacer ningún esfuerzo me viene a la cabeza aquella monstruosa foto de un niño africano desnutrido al que ronda una bandada de buitres. A su autor, Kevin Carter, le valió un Premio Pulitzer y una carga de conciencia abrumadora que no fue ajena a su suicidio, algunos años después. También recuerdo las fotografías de aquellos niños desfigurados por la hambruna en Biafra, un lugar que ni siquiera sabría situar en el mapa. O las de los fotógrafos militares que acompañaban a las tropas americanas que liberaron los campos de concentración nazi. Aquellas, al menos, sirvieron para resolver los juicios de Nuremberg.

Por eso, es tanto el horror que traemos de atrás, en nuestra historia más contemporánea, sin remontarnos demasiado, que cuesta mucho no avergonzarse –en ocasiones- de nuestra condición de seres humanos. 

Bien, intentemos sacar alguna cosa buena de este festival del horror, porque aunque parezca increíble, las hay. Y sobre todo se manifiestan en la corriente de solidaridad que ha sacudido a buena parte de Europa para intentar paliar en la medida de lo posible, el dolor de los que intentan escapar de la muerte. Acostumbrados a escenas de cobarde indiferencia y con excepciones muy deshonronsas como la del presidente de Hungría, Víctor Orban, que ha azuzado a los refugiados como si fueran animales para que se marcharan, numerosos países están intentando poner de su parte un mínimo de decencia y compasión.

Llama la atención la actitud de Austria, un país con tenebrosos antecedenctes pero que esta vez ha reaccionado con humanidad y ha recibido la oleada de seres humanos asustados intentando confortarles. También ha habido señales esperanzadoras en Italia, en Alemania, en Suecia e incluso en lugares tan alejados del conflicto como la remota Australia, que se ha mostrado dispuesta a acoger a buen número de emigrantes.

Y por una vez, es alentador el comportamiento de España en general y de Cantabria en particular. En nuestra modestia y con nuestras tremendas limitaciones hemos sido capaces de ver la tragedia y hemos lanzado un mensaje de solidaridad que no se ha quedado en palabras, aportando materiales y alimentos y comprometiéndonos a proteger en nuestra maltrecha comunidad a quienes, en la medida de nuestras posibilidades, podamos ayudar. 

Y frente a estas señales de esperanzadora solidaridad, quiero denunciar -por vergonzoso contraste- la respuesta de dos países concretos: Estados Unidos y Arabia Saudí.

En el primer caso, yo diría que la política exterior norteamericana ha sido justamente la principal causante de este terremoto continuo en que se ha convertido Oriente Medio. De los polvos de Irak y Afganistán ha venido estos lodos de Siria. No sirve como excusa la famosa herencia que Obama ha recibido de anteriores gobernantes de su país; los Estados Unidos han sufrido demasiadas veces en sus propias carnes las consecuencias de intervenir en otros países sin medir las consecuencias de hacerlo. Parece que las lecciones de Corea y, sobre todo, de Vietnam, no han servido para mucho. La actitud de Obama en Siria, con bombardeos selectos que no detienen al Isis ni aprietan las clavijas de Assad es algo así como la 'puntita' nada más de una influencia nefasta resultante en revolver el avispero y después meter las manos en los bolsillos y ponerse a silbar. ¡Ah… y en el momento de redactar estas líneas los Estados Unidos no han hecho manifestación alguna de recibir a un solo refugiado sirio! 

El caso de Arabia Saudí también tiene miga. Un país que se autodenomina ultra religioso, que tiene un texto sagrado por ley, que prohíbe conducir a las mujeres (¿por motivos de fe?), ha dado la callada por respuesta a la llamada de auxilio de miles y miles de hermanos en su fe. El mayor exportador de petróleo del mundo, la décimo novena potencia económica, se pone las gafas de sol, aparta los ojos del conflicto y acogerá el mismo número de refugiados sirios que sus aliados estadounidenses: cero.

Quizá llegue el día en que, por innecesaria, la palabra solidaridad caiga en desuso; quizá veamos el día en que los hombres se olviden del color, la religión o la procedencia de sus hermanos en apuros y les ayuden de forma desinteresada. Puede que incluso la guerra y el hambre lleguen a ser, para la raza humana, solo severas advertencias para no caer en los mismos errores… pero hoy no es ese día.

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