Siempre he mirado con asombro la vacuidad del libro Guiness de los récords. No son todos los registros -de acuerdo- pero una buena cantidad de ellos vienen conseguidos mucho más por el afán de inscribirse en el libro que por el verdadero mérito de la acción que lo motiva.
Parece que el hecho de lanzar huevos a más distancia que nadie, zamparse más perritos calientes de una sentada o caminar lo más lejos posible marcha atrás confiere cierta grandeza al autor de la hazaña, aunque sea mucho más por conseguir inscribir el logro en el dichoso libro antes que por el verdadero mérito de completar con éxito una memez.
No olvidemos que el nacimiento del libro de los récords patrocinado por la popular marca de cerveza nació por una estúpida discusión entre cazadores que intentaban demostrar cuál de entre dos aves era más veloz, el chorlito o el urogallo.
Pero hay una curiosa norma en el libro Guiness introducida en 1997, consistente en prohibir que un solo individuo pueda figurar en el registro por más de un mérito, por mucho que en el mismo aspirante concurran cualidades tan destacables como tener los ojos más saltones y las uñas de los pies más largas del globo terráqueo.
Pues bien, Pedro Sánchez va a tener que elegir muy bien con cuál de sus registros prefiere pasar a la historia porque en el tiempo que va desde las elecciones de diciembre al reciente debate de investidura ha pulverizado sendos récords hasta el momento inalcanzables.
Recuerdo que la misma noche electoral, arropado por sus correligionarios más afines, el líder socialista afirmó sin temblarle la voz ni teñir de rubor sus mejillas que se estaba viviendo “un momento histórico”. Tenía toda la razón del mundo y bien podrían haber tomado nota los Administradores de Récords de Guinnes porque efectivamente Sánchez se convirtió aquella noche en el candidato socialista que menos votos ha cosechado en la historia de la democracia.
Pero muy cuidadosamente tendrá que elegir Sánchez el récord con el que prefiere ser registrado en el libro porque apenas en esta semana pasada acaba de cosechar otro mérito que hasta el momento nadie había obtenido en la historia de España: el sorprendente honor de ser el primer candidato a la presidencia que sale rechazado del Congreso de los Diputados.
Confieso que cuando rubricó el pacto con Ciudadanos y se lanzó a conquistar el voto de la cámara con cifras insuficientes, estuve unos días expectante pensando en que todos éramos tontos y solo él, con su astucia, nos iba dar una sorpresa sacando votos de donde solo los saca un mago experimentado: de la chistera.
Pero van pasando los días, sale rechazado en sendas ocasiones y empiezo a perder la fe en esa jugada maestra, en ese prodigioso estadista que consigue convencer con razones de peso y argumentos irrefutables a los miembros más montaraces de la bancada popular y a los más iluminados podemitas.
Tras el fracaso de estas dos votaciones frustradas me recuerda al típico nepalí que se deja crecer el bigote durante sesenta años para terminar descubriendo que -pese a su innegable mérito- resulta que hay otro tipo en Japón que se lo ha dejado crecer medio centimetro más y será él y solo él, quien figure en el libro.
Y es que, como dice un amigo mío, siempre hay un cabrón que tiene el barco más grande que el tuyo.
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