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Opinión - El problema de los tres gorros. Por Elisa Beni
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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El bosquecillo de Goethe

Operario en una cadena de montaje de automóviles. |

Javier Fernández Rubio

Lo cuenta Victoria Cirlot en 'Carnets de Formentor': “Uno de los responsables de la Enciclopedia Einaudi me ofreció en una ocasión escribir la entrada 'cuerpo'. Le dije que me sentía honrado y perplejo, pero espontáneamente se me ocurrió preguntarle a quién se le había encargado la entrada 'alma'. ”Esa entrada no está prevista“, me contestó de inmediato, como si hubiera preguntado algo inconveniente. En ese momento se me hizo evidente que nunca íbamos a entendernos”.

Puede que no exista el alma, ni la palabra 'alma' como lamentaba en su relato Roberto Calasso, pero que existe el trabajo no queda duda. Y 'trabajo' es una palabra que es tan difícil de definir como 'alma'. No sé cómo habrá descrito el término 'trabajo' la Enciclopedia Einaudi, pero espero que no lo haya hecho un técnico del Emcan ni la RAE ni uno de esos gurús que recorren la piel de toro hablando de emprendimiento. Tenemos tan perdida la vista al sentido del trabajo como la del alma.

“Hay gente que no cree en el alma ni cree en el trabajo, pero nadie podrá afirmar que la vida de los hombres pueda darse sin ese variado, gigantesco en su multiplicidad, esfuerzo que implica trabajar; desde el que requiere tomar los huevos de una gallina para comer, hasta el diseño de un transatlántico” ('Lo bueno, lo útil y lo bello'. Andrea Costanza y Tomás Garcí).

Invoquemos ahora el espíritu de un inglés bastante peculiar, William Morris, quien hace más de siglo y medio se topó con la palabra 'trabajo' y a través de ella no es que diera con el alma, pero sí con la felicidad. 

Morris venía a decir una y otra vez, y a predicar con su ejemplo, que la manera de hallarse a uno mismo y poder convivir armónicamente con los otros es haciendo cosas útiles, trabajando, pero trabajando no como se entiende ahora. Para Morris, el trabajo es manualidad y al tiempo belleza. Por medio del trabajo artesanal el hombre se siente útil y se da a sí mismo sentido, poblando el mundo de objetos necesarios y bellos. Él mismo fue tapicero, pintor, arquitecto, diseñador de muebles, ebanista, calígrafo, editor, fundador del Partido Laborista británico y cientos de cosas más que bastarían para llenar una docena de arcones y decenas de vidas. 

En el otro extremo de la cuerda está, pongamos, Henry Ford, gran defensor del trabajo... de los demás. El trabajo para el maestro del taylorismo tenía en la fabricación del objeto el fin último, sin importar si este trabajo es gratificante, tiene sentido y está bien pagado. Uno puede dedicar toda su vida a poner retrovisores en una cadena de montaje y no por eso ser ser feliz, ni siquiera aproximarse. Para Morris, quien trabaja traicionando su más íntima convicción nunca entrará en el reino de los cielos de la felicidad en la tierra. Y aquí aparece la palabra 'respeto'. Quien trabaja y da lo mejor de sí y hace cosas bellas, desde una silla a un sonajero, no solo respeta a los demás, sino que se respeta a sí mismo.

Morris era un bienintencionado, como verán. Para él un empresario, un directivo, un gestor que manda y no trabaja no cuenta. Nunca consideró una tarea digna de mención la que no se sirve de las manos.

También era un idealista. Creía en una progresión lineal de la humanidad hacia un mundo mejor (que el dató para 1910, aunque luego, hombre cauto, retrasó esta parusía de la felicidad hasta 40 años después). Pero el mundo va en zigzag y retrocede más fácilmente de lo que avanza. ¡Quién lo iba a decir!

Ese concepto del trabajo como vía hacia la felicidad no solo no se ha producido sino que quien ha triunfado ha sido Henry Ford. El trabajo es ahora una realidad frustrante, próxima a la esclavitud. Solo pequeñas comunidades que vivan del producto de sus manos pueden aspirar a crear un reducto de felicidad hoy en día.

40 años después de lo esperado por Morris no llegó la sociedad feliz y armónica, sino Auschwitz, un espacio cuyo peculiar sentido de hacer libres trabajando a sus huéspedes es de todos sobradamente conocido.

De vivir Morris entonces, o ahora, George Steiner le hubiera dicho lo que dejó escrito en su 'Gramática de la creación' (es largo pero merece la pena):

“No se trata sólo de que la educación se ha revelado incapaz de hacer que la sensibilidad y el conocimiento sean resistentes a la sinrazón asesina. Aún mas turbadoramente, la evidencia es que esa refinada intelectualidad, esa virtuosidad artística y su apreciación, y la inminencia científica colaborarían activamente con las exigencias totalitarias o, como mucho se mantendrían indiferentes al sadismo que las rodeó. Los conciertos brillantes, las exposiciones de grandes masas, la publicación de libros eruditos, la búsqueda de una carrera académica, tanto científica como humanística, florecen en las proximidades de los campos de la muerte (...). El símbolo de nuestra era es la conservación de un bosquecillo querido por Goethe dentro de un campo de concentración”.

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