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Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder
Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El chalet

Pablo Iglesias e Irene Montero en el Congreso de los diputados.

Javier Fernández Rubio

¿Puede el presidente de Renault comprarse un Seat? Por supuesto que sí. ¿Puede el CEO de Seat comprarse un Renault? Nada ni nadie se lo impide. ¿Pueden consultar ambos a los consejos de administración de sus respectivos grupos si respaldan que aparquen todas las mañanas en el reservado el vehículo privado de otra firma? Sin problema. En caso de duda, y para que nadie cuestione su sensibilidad, ¿pueden realizar una consulta entre los trabajadores de sus factorías al respecto? Claro.

Entonces, ¿por qué no lo hacen si les apetece?

Porque hundirían las ventas.

¿Puede mi carnicero ser vegetariano? Por supuesto. ¿Puede mi carnicero comprar las chuletas para su consumo particular en otra carnicería? Nada ni nadie se lo impide. ¿Puede mi carnicero pretender que yo le compre chuletas si ni él mismo cree en lo que vende? Va a ser que no.

El chalet de Pablo Iglesias e Irene Montero no es un asunto de legalidad ni siquiera de modelo cultural. El cliché de que la gente de izquierdas ha de pasar hambre, frío y mandar a sus hijos todas las mañanas a la puerta de los Jesuitas está más que superado. Se puede ser progresista y vivir dignamente, incluso vivir muy dignamente. Precisamente de eso se trata, de que todos en la sociedad alcancen ese simulacro de felicidad que proporciona no tener carencias. Pero no por ello hay que asumir otro cliché muy propio de la izquierda: la doble vara de medir moralmente: una para los demás y otra para sí misma.

Cuando Pablo e Irene se compran un chalet de 600.000 euros saben perfectamente lo que están haciendo pero no pueden pretender meter el chalet bajo la alfombra de la vida privada a conveniencia, porque, y sobre todo ellos, han hecho de los asuntos privados de los demás materia de debate público. Apelar a la intimidad bajo la coartada del buenismo progre y sacar el látigo bajo la coartada de que los malos se lo merecen no deja de ser otro cliché no menos superado.

Los dirigentes de Podemos en Cantabria han salido en tromba a defender la intimidad de la pareja y la persecución de la que están siendo objeto. Pero, más allá de que la compra no es un hecho fortuito y de quien da recibe en la misma medida, no se puede caer en la tentación de decir que es un asunto privado. Porque no lo es.

No lo es por su propia trayectoria política. A esto se le llama coherencia.

No lo es porque son dirigentes de una formación que un día puede tener las riendas del país. A esto se le llama transparencia y responsabilidad.

No lo es porque ellos mismos han amplificado el foco sometiendo a plebiscito un asunto supuestamente privado. A esto se le llama socializar el problema.

Y no lo es porque lo público o privado no lo decide uno sino los demás.

Cuando el rey honorario se fue a cazar elefantes a Bostwana tuvo que pedir perdón sin saber muy bien por qué y abrumado por el relieve público de lo que él creía un asunto privado. Al elefante le costó la cabeza y al monarca, la corona.

Siguiendo estas 'vidas paralelas', también hubo un astro de la izquierda que confundía persona con partido y planteaba a la militancia su dimisión en plan horcas caudinas. Pasó cuando Felipe González amenazó con irse si no se reconvertía el PSOE de marxista a socialdemócrata, por no hablar del trágala del referéndum de la OTAN.

Ahora el expresidente tiene un yate del mismo modo que Pablo e Irene tienen un chalet, pero tanto el uno como el otro son la comidilla de los que no tienen yate ni chalet. Y como nadie ni nada se lo impide podrá seguir navegando uno hasta que se aburra y contratar un servicio doméstico los otros para las engorrosas tareas de la conciliación. Incluso podrán desplazarse a los mítines en limusina. Pero lo que no pueden pretender es que todo esto no pase factura, porque esto sí que está fuera de su control.

Medio millón de personas pueden aparcar sus problemas personales para preocuparse por los problemas personales de una pareja, lo que ya es el colmo del narcisismo, pero que 20 millones de votantes hagan lo mismo es harina de otro costal.

Queda el consuelo de que siempre se le puede echar la culpa al servicio cuando a uno le apetece pegarse un tiro en el pie.

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