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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Tres historias

Jesús Ortiz

Voy a contarles tres historias. La primera sucedió de verdad, al comienzo de la invasión alemana de Polonia. Una unidad del ejército alemán toma una aldea sin disparar un solo tiro y la registra concienzudamente. Tras ello se comunica por radio con el mando e informa de que en la aldea solo quedan ancianos, mujeres y niños. La respuesta es inmediata:

—Mátelos.

—Perdón, ¿cómo dice?

—Que los mate a todos.

Todos hemos oído muchas atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, pero esto está ocurriendo muy al principio de la misma. Los militares de carrera no suelen ser asesinos en serie ni genocidas vocacionales, aunque saben que tienen que obedecer. El jefe de esta historia hizo formar a la tropa, les explicó las órdenes recibidas y les informó de que las iban a cumplir. Pero quien no quisiera participar en la matanza podía abandonar en ese momento la formación: nadie les preguntaría nada, sus nombre no se registrarían en ningún sitio. Catorce hombres se retiraron inmediatamente. Los demás cumplieron las órdenes.

Los reclutas tampoco suelen ser asesinos en serie ni genocidas vocacionales y antes de este momento nadie les ha explicado que su participación en la guerra iba a incluir el asesinato a sangre fría de civiles indefensos, que tendrían que oír sus gritos y verlos retorcerse. Así que mientras cumplen su misión son muchos los que deben parar cada tanto, además de para reponer los cargadores, para vomitar incontroladamente. Algunos llegan a perder el conocimiento en medio de la operación.

La pregunta que queda en el aire es: si estos soldados eran seres humanos tan corrientes como para que les repugnara infinitamente matar a otros que no suponen ninguna amenaza para ellos ¿por qué no abandonaron la formación cuando se les dio la oportunidad de hacerlo?

La segunda historia es ficticia, se debe a la pluma de Mark Twain, y es un pequeño trozo de su última e inacabada novela, El extranjero misterioso. Twain trabajó muchos años en ella, pero era ya un hombre mayor, de vuelta de todo. El libro tiene la misma agudeza que cuando habla de Tom Sawyer o de Adán y Eva, pero no es divertido, es la visión de la «maldita raza humana».

El extranjero misterioso es la historia de un muchacho que encuentra en las afueras de su pueblo a un forastero dotado de poderes sobrenaturales, entre ellos leer el pensamiento de la gente y saber el futuro. Resulta ser un ángel que se llama Satán, que hace amistad con el muchacho y le va explicando lo que él no puede comprender.

Un día los habitantes del pueblo ahorcan a una muchacha acusada de brujería. Después arrojan piedras al cuerpo colgante. «Colgaron a la mujer y yo le tiré una piedra, aunque mi corazón sufría por ella; pero todos tiraban piedras y observaban a sus vecinos, así que si yo no hubiera tirado la piedra se hubiera notado y hablado de ello».

Satán se ríe de él. Abandonando el lugar, el chico le pide explicaciones: «Sí, me reía de ti porque por miedo a lo que pudieran decir de ti apedreaste a la mujer, pero también me reía de los otros por la misma razón. […] Allí estaban 68 personas y 62 de ellas no tenían más deseo que tú de tirar una piedra. […] Conozco a tu raza, está hecha de ovejas. Las minorías la gobiernan, casi nunca las mayorías. Suprime sus sentimientos y sus creencias y sigue al puñado que más grita. A veces ese puñado tiene razón, a veces no: no importa, la multitud le sigue del mismo modo. La gran mayoría de la raza, salvaje o civilizada, son de buen corazón a escondidas y evitan causar daño, pero en presencia de la minoría agresiva y despiadada no se atreven a manifestarse […] 99 de cada 100 personas estaban en contra de matar brujas cuando un puñado de piadosos lunáticos organizaron esa estupidez hace mucho».

Twain sabe mucho de la maldita raza humana, pero en mi opinión hay otro trozo de ficción que nos ayuda mejor a entender a los soldados alemanes de 1939. Esta tercera historia es un relato que Tony Soprano le hace a su psicoanalista:

«Me acuerdo de cuando era niño, había un chico del vecindario al que llamábamos Jimmy el roto. No era un retrasado, pero creíamos que sí porque tenía paladar hendido, ¡éramos niños! ¿Qué íbamos a saber? Cada vez que abría la boca nos meábamos de risa. Pero a Jimmy no le importaba, porque quería estar con nosotros. Aunque solo lo llamábamos cuando nos aburríamos. Lo llamábamos y le decíamos:

—Venga, Jimmy, canta Mac the knife.

Y como quería estar con nosotros cantaba inmediatamente. Nos retorcíamos de risa por el suelo. Luego, bueno, cuando nos aburrimos dejamos de llamarlo. Hasta años más tarde no me enteré de que el pobre capullo volvía a casa cada noche y lloraba hasta que se dormía. Cuando me enteré, bueno, me sentí mal. Pero no entendí nunca cómo se sentía él».

Tony lo deja aquí y cambia de tema. Podemos imaginar un final agradable, Jimmy prosperando. Pero la analista no quiere imaginar, quiere saber:

—¿Le importa que le pregunte algo? ¿Qué fue de Jimmy?

—¿Jimmy el roto? Cumple 20 años por robo. A la policía no le costó saber quién era, fue al banquero y le dijo 'Deme su dinero'».

Como dicen Hanson y Mendius, «hemos evolucionado para darle mucha importancia a nuestra posición en el grupo y en los corazones de otros, así que es normal sentirnos heridos si se nos rechaza o desdeña». También el psicólogo Abraham Maslow, famoso por ordenar las necesidades universales de los humanos, sitúa al sentimiento de pertenencia entre las primeras. Lo cual arroja bastante luz sobre la religión, el fútbol… y muchas de nuestras barbaridades.

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