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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Lo que los (in)refugiados nos enseñan

Refugiados participan en una protesta ante la estación de trenes de Keleti en Budapest, Hungría.

Patricia Manrique

Los hechos recientes en las fronteras de Europa tienen carácter de acontecimiento: algo no tan 'nuevo' como impensado, algo que nos conmueve por su radicalidad y que, en palabras del filósofo francés Alain Badiou, «nos constriñe a decidir una nueva manera de ser». Los acontecimientos, aperturas de la realidad que muestran que, justamente, lo real está siempre abierto, exigen fidelidad a esa verdad que en ellos emerge. Y eso es para Badiou la ética. Nos toca pensar qué verdad emerge, qué enseñanza vamos a sacar de la negación masiva y obscena de derechos a sus sujetos legítimos en las fronteras de Europa. 

Las personas que se agolpan en las fronteras de Grecia o Italia en busca de asilo y refugio han abierto la puerta a una reflexión que el inmenso sufrimiento de las miles de migrantes llegadas a Europa, en un goteo incesante, año tras año, no suscitaba con la debida intensidad. Hagámonoslo mirar, porque una crisis moral como la que atravesamos no nace de golpe, se prepara con esmero. La era de una ciudadanía europea basada en la exclusión toca a su fin y la figura ética y política de la hospitalidad, barrida por el individualismo que nos atenaza, no es buenismo sino una inteligente gestión de lo común. Si Europa no entiende esto, si se refugia en la necia cerrazón de mentes, identidades y fronteras, crisis como la actual serán el menor de sus problemas. 

Probablemente sea la cuestión de las migraciones uno de temas centrales de nuestro tiempo, en buena parte porque nos obliga a repensar nuestra noción de comunidad. Como señala el periodista Gabrielle del Grande, «Europa es una tierra de inmigración, y no hay retorno posible. En cualquier ciudad se puede experimentar esta nueva realidad». Y no deberíamos repetir errores de enfoque olvidando, por ejemplo, lo mucho que se ha criticado, con razón, la ideología humanitarista, con sus tintes de caridad como de supremacismo. Otro humanismo ha de ser pensado.

Con planteamientos pretendidamente despolitizados y abstractos del ser humano, la ideología humanitarista hace juicios sumarios inatentos a la singularidad -incluida la política- de las situaciones, tiende a la censura tácita de la emancipación-vista demasiado a menudo como 'violenta'-, y tiene trazos racistas, coloniales, sexistas, capitalistas, occidentalistas, jerárquicos.

Badiou explica cómo el humanitarismo tiende a dividir la humanidad entre víctimas –'los otros', reducidos a su animalidad, tratados como subhumanos- y benefactores -casi siempre blancos, guiados por el deber, comprometidos con la Humanidad, plenamente humanos-. Así, se coloca a determinados seres humanos, los que sufren, en el papel de víctimas pasivas, defectivas, reducidas a la mera animalidad… algo bien distinto de reconocer la común fragilidad y precariedad humana junto a su otra cara, la fuerza y la capacidad de superación, junto con la solidaridad que esto exige y concita.

Pero se nos escapa demasiado a menudo que ni los migrantes ni los (in)refugiados son meras víctimas pasivas, que como nosotros se manifiestan en demanda de sus derechos, que son también los nuestros. En estos días nos están ayudando, sin ir más lejos, a quitarle la careta a la UE y a conocer cuánto de vacío tiene los cacareados Derechos Humanos. Y es que, como subrayaba recientemente el politólogo italiano experto en fronteras Sandro Mezzadra, las migraciones son también un movimiento social.

En el extremo contrario, expresiones como «aludes humanos» para referirse a las legítimas protestas en Idomeni o en la valla de Melilla pueden ponernos en la pista de que hay una tendencia a animalizar a la población hacinada en las fronteras. Hay una forma de sentir pena que tienen mucho de falta de respeto e ignorancia. Que se estén violando sus derechos, que se les esté colocando al borde de la supervivencia, no justifica que se les robe también la dignidad.

Intentemos no volver a hacerlo, intentemos no revictimizar y empequeñecer al que sufre y, de la mano de este reconocimiento de seres humano plenos, aunque frágiles y en una situación de extrema precariedad, caigamos en la cuenta de que, en esta distribución diferencial –e injusta- de la precariedad que caracteriza al mundo, la negación de derechos a sus sujetos legítimos es la negación de los derechos de todas las demás.

Más allá del humanitarismo vacuo, prepotente e interesado, urge trabajar ética y políticamente desde un humanismo horizontal e internacionalista que reoriente este inmenso barco que se hunde para las más –menos metafórico para unas que para otras-. Las bellísimas muestras de solidaridad que estamos viviendo desde la sociedad civil, que entienden a las personas (in)refugiadas como compañeras y no como meras víctimas, que se manifiestan con ellas en Idomeni o Calais, son un buen ejemplo de este humanismo sin humanitarismo. Hagamos advenir lo que esta situación contiene de humanidad afirmativa buscando lo que este acontecimiento alumbra, su enseñanza.

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