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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Lo que el mar nos trae… y lo que se lleva

Performance en defensa de los derechos de los refugiados en El Sardinero. |

Patricia Manrique

El mar Mediterráneo nos trae hoy naufragios, uno tras otro. El naufragio real de decenas de miles de personas que pierden la vida cuando buscaban ponerla a salvo, y el naufragio de una Europa que un tiempo se sintió cuna de los Derechos Humanos y ha resultado ser la tumba de eso que llamamos “humanidad”. Hoy Europa es pura violencia, violencia descarnada sobre seres humanos que no importan porque no son europeos, y violencia, más o menos explícita, más o menos sibilina, sobre ciudadanos europeos que no importan porque son clientes o consumidores, pero no personas.

No es la crisis del Mediterráneo, ni de los refugiados, ni de los migrantes: es la crisis de Europa, nuestra crisis. Como toda crisis puede ser un fracaso o puede resultar una ventana de oportunidad, y de nosotros y nosotras depende hacia qué opción bascule la situación. El 97% de la población española está de acuerdo en que lleguen refugiados, según el Índice de Bienvenida a los Refugiados elaborado por Globalscan para Amnistía Internacional; sin embargo, no está tan claro que seamos tan comprensivos con la inmigración en general. Y no se entiende bien esta disparidad de opiniones en temas tan semejantes, por lo que deberíamos plantearnos qué pensamiento subyace a nuestro modo de razonar, ese que hace diferencias entre los muertos por una guerra como la de Siria y los que son víctimas de esa guerra civil global que se llama capitalismo. Los Derechos Humanos no admiten excepciones.

Los más de 10.000 muertos contabilizados desde 2014 no incluían los mil por semana con los que arrancaba este verano. Veremos, por desgracia, el saldo terrorífico que queda, pero no pinta bien. No se incluyen en los cómputos, claro está, las vidas anónimas que se perdieron y de las que nada se supo. Mientras, la Unión Europea invierte –y la palabra no es baladí- en políticas –si es que así puede ser llamado algo que no hace más que herir de muerte el propio concepto de política- de seguridad y refuerzo de fronteras, en el control represivo de los flujos migratorios. Es la Europa Fortaleza que nos pone delante, de un lado, un escalofriante racismo institucional, de otro, un terrorífico mercado de alambradas, sistemas de vigilancia e industria de seguridad en la que sacan tajadas los delincuentes de siempre –les recomiendo el informe del Transnational Institute 'Guerras de frontera' sobre el chollo que es la desgracia ajena para empresas como Indra, esa a la que el Gobierno paga por contabilizar nuestros votos-. Se empecinan en contarnos lo terribles que son las mafias, pero la 'mafia' verdaderamente potente tiene, demasiado a menudo, estatuto legal.

La frontera sur de España ha sido y es, tristemente, el laboratorio de la inhumanidad y la ilegalidad que describen la actitud de la Unión Europea con las migraciones en la última década: trabas al asilo y el refugio, marasmo burocrático y retención en centros que no cumplen los requisitos mínimos, y en los que se mantiene a seres humanos en un limbo jurídico, devoluciones en caliente, subcontratación de la represión a Marruecos –un país que cada año negocia con España la contrapartida económica a su gestión de los flujos migratorios que consiste,  a grandes rasgos, en pasarse los Derechos Humanos por el arco de triunfo-, maltrato institucional grave y hasta violencia contra los menores no acompañados –echen un vistazo en prensa, es escalofriante lo que hacen con los niños que llegan en patera o en los bajos de un camión-.

Una vez en la península, los CIE son espacios de excepción donde los migrantes pueden pasar encerrados hasta 60 días, uno tras otro, sin nada que hacer, sin saber qué va a ser de sus vidas, conseguir papeles es una gesta increíble, son detenidos en redadas racistas, devueltos en vuelos exprés cuya legalidad está más que cuestionada…

¿Qué significa todo ello? Que vivimos en un país en el que el racismo institucional es moneda corriente, en el que hay una gestión inhumana e ineficiente de un capital humano, si se quiere ser economicista, y una falta absoluta de respeto por los Derechos Humanos. Y de esos polvos, estos barros: tampoco se respetan los derechos de los ciudadanos nacionales como se debiera.

Con todo, la sociedad civil no deja de demostrar que está muy por encima de la clase política. Lo que el mar nos trae es, aparte de naufragios, la oportunidad de reflexionar y replantearnos qué clase de Europa y de España queremos. La llegada masiva de refugiados a las costas ha tenido consecuencias paradójicas: de un lado, se ha invisibilizado en cierta medida el drama de las migraciones africanas; de otro, nos ha recordado lo que es pensar con humanidad, recordándonos las miles de vidas que se pierden en todo tipo de periplos migratorios que tienen como objetivo proteger la vida, sobrevivir… 

Este pasado domingo regamos la playa de cuerpos, nuestros cuerpos, sabiendo que, en algún punto de la costa mediterránea, en ese mismo momento, probablemente se estuviera viviendo una situación similar, pero real. Sentimos que nuestros cuerpos eran sus cuerpos, escenificamos que sus derechos son nuestros derechos, porque somos seres humanos, todos equivalentes, y debemos exigir que se cumplan los Derechos Humanos sin excepciones. Una vez más, seamos conscientes de que hoy son ellos y ellas, pero mañana podemos ser nosotras y nosotros, nuestros padres, madres, hijos, amigas… quienes sean ahogados por poderes públicos que han olvidado su obligación de proteger, ante todo, la vida.

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