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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

No mires atrás

Jesús Ortiz

Orfeo fue marinero en el Argos, como todo el mundo sabe, y cuando sus compañeros desfallecían tocaba la lira y las fuerzas regresaban a los remeros. Si surgía una disputa a bordo, Orfeo tocaba y la armonía se restablecía. Cuando a los viajeros llegó el canto de las sirenas y viraron hacia su perdición, víctimas de la fatal atracción, de nuevo Orfeo tiró de lira, sobrepuso su música al canto de las sirenas y los marineros recobraron su sentido y la nave su rumbo. Un arte con tanto poder le dio a Orfeo la confianza necesaria para descender al infierno, a rescatar a su amada Eurídice, a la que había llevado allí una picadura de serpiente al poco de casarse ambos. Nadie se había atrevido a tanto jamás, pero él lo hizo y al oír su lira «la inmensa multitud quedó presa del encanto, paralizada. El Cancerbero bajó la guar­dia, la rueda de Ixión se detuvo, Sísifo se sentó a descansar sobre su piedra, Tántalo olvidó su sed; los rostros de esas diosas terribles, las Furias, se humedecieron con lágrimas por primera vez. Hasta el soberano del Hades se acercó a escucharlo con su reina». Plutón se conmovió al extremo de derramar lágrimas de hierro, y no tuvo más remedio que conceder el deseo de Orfeo. Permitió que su amada volviera al mundo de los vivos, pero con una condición: Orfeo no podría volverse a mirar a Eurídice, que caminaba tras él, hasta llegar afuera. Emprendieron la subida, Orfeo dominando las ganas de volverse a mirar, hasta que llegó a la luz del día. Entonces, contentísimo, se volvió hacia su amada… pero era demasiado pronto, ella no había salido aún de la oscuridad. La vio en la penumbra, extendió los brazos… y ella desapareció, de regreso al Hades.

A esta historia se la ha relacionado muchas veces con la bíblica de la mujer de Lot, convertida en poste de sal al huir de Sodoma (Gén. 19:17, 26). Pero, ¿por qué se los relaciona? Ambos relatos son distintos en todo, situación, personajes… Bueno, en todo, menos en una cosa: la prohibición de volver la vista atrás, su violación y el castigo subsiguiente.

Cuando culturas muy distintas, o relatos muy distantes, contienen elementos comunes, es porque el mensaje que esa repetición trasmite es muy antiguo, primordial. No se trata de que recuerdes no mirar atrás si alguna vez rescatas a tu amante del Hades, o si tienes que huir de una ciudad. Se trata de que no mires atrás (o, lo que es lo mismo, de que mires adelante) de un modo más profundo. Y es necesario decirlo porque lo que hay adelante te inspira una repugnancia inmensa y preferirías volver, invertir el sentido de la marcha. ¿Qué es lo que más repugnancia nos causa?

Decía Jung que los pacientes que acudían a consulta tenían todos 15 o 45 años, figuradamente. Es decir, iban buscando ayuda para afrontar uno de los dos cambios radicales que debemos resolver en una vida completa. Los antiguos nos lo habían avisado: el primer cambio es abandonar las faldas maternas, protectoras, y lanzarnos a la vida, con riesgo de perderla. Los antiguos nos lo explicaron con las múltiples versiones del caballero matando al dragón. Matabas al dragón y cobrabas una princesa en recompensa: en efecto, la renuncia a la protección materna se ve premiada con el acceso al sexo.

Pero los dos mitos que nos instruyen a no mirar atrás no incluyen recompensa, muestran el castigo por proceder mal. La mujer de Lot hubiera conservado la vida, y Orfeo a su amada, si no hubieran mirado atrás.

Que no se puede mirar atrás es lo que nos dicen los antiguos cuando tenemos 45 años y de pronto nos damos cuenta de algo que sabíamos desde niños. También se le llama la crisis de la media vida y cosas parecidas. De pronto entendemos que nos vamos a morir. Nosotros. Es verdad que lo sabíamos desde niños, pero era un conocimiento del mismo orden que el de que Reikiavik es la capital de Islandia. Es completamente cierto, de acuerdo, pero, ¿y qué?… Hasta ahora se morían los demás. De pronto la conciencia de que moriré yo me llega hasta las tripas. Yo, oiga. ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede pasarme esto a mí?

¿Quién no querría volver atrás? Pero no se puede. El castigo por intentarlo está bien explicado en las dos historias: perderás la vida, perderás lo que más quieres. Que te vas a morir es, en realidad, una buena noticia: quiere decir que estás vivo.

Y así la idea de la muerte se convierte en un afrodisíaco. Excita, causa entusiasmo. Los monjes miran al cementerio desde la ventana de su celda, colocan calaveras en sus mesas, se recuerdan unos a otros que van a morir: ¡gran noticia, no lo olvides! Estás vivo y por tanto puedes hacer cosas. Haz ahora lo que quisiste hacer, mirando adelante, a lo que te repugna. Si miras adelante, hacia lo que te espera, te pones corriendo a hacer cosas. Si miras atrás, donde está lo mas seductor que conoces, perderás la vida.

Eso le ocurrió a Orfeo, el músico que una vez fue marinero en el Argos. Desesperado, renunció a la compañía de los humanos y tocó sin cesar su lira para los ríos y los árboles, hasta que las ménades lo asesinaron. Las musas enterraron sus restos «al pie del monte Olimpo donde, hasta el día de hoy, cantan los ruiseñores con más dulzura que en ningún otro lugar».

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