Admiro tanto al actor Sean Penn como le desprecio cuando se pone a hacer turismo revolucionario VIP y juega a los osados periodistas. Supongo que yo a él le pareceré igual de mal si alguna vez me da por interpretar a Hamlet y pongo la misma cara de interesante.
Con razón ganó el Oscar al mejor actor en Mystic River donde está sencillamente magnífico interpretando con desgarro el papel de Jimmy Markum, un ex-presidiario cuya hija es brutalmente asesinada. No he visto Milk, pero con esta película ganó su segunda estatuilla de la Academia y no tengo porqué dudar de que la distinción también fue bien merecida.
Pero no le trago cuando se pone a jugar a los periodistas y recorre el mundo en plan enfant terrible pervirtiendo la primera máxima de la profesión: el periodista nunca es la noticia, solamente es el testigo. A veces me recuerda al malogrado Jesús Hermida cuando no callaba, circunloquio tras circunloquio, ante la mirada descompuesta de Matías Prats. La noticia era la hora en el reloj de muñeca de Hermida, no que los norteamericanos estuviesen iniciando el bombardeo de Bagdad.
Las vacaciones revolucionarias VIP de Sean Penn en Cuba y en la Venezuela de Chávez, disfrazado de aguerrido periodista, sonrojan a cualquiera de los que ejercemos esta profesión. La traca final suele ser declararse marxista hasta que el avión le deja, sano y salvo en Hollywood, para volver a perseguir a Madonna, a Charlize Theron o a cualquier escoba con faldas.
Hubo otro Sean procedente de Hollywood que sí que fue periodista de verdad, renunciando a la protección y el dinero de su padre, Errol Flynn. Este sí que bajó a donde silban las balas. En 1966 empezó a cubrir el conflicto de Vietnam; un año después le enviaron a Israel para informar sobre la Guerra de los Seis Días y volvió en el 68 a Saigón coincidiendo con la ofensiva del Tet. En 1970 entró en Camboya, país que estaba en plena guerra civil bajo el terror de los Jemeres rojos. Nunca regresó, ni se hallaron sus restos. Solo nos queda aquella fabulosa película de Roland Joffé, Los gritos del silencio, para hacernos una lejana idea del horror de aquellos días.
Penn, en cambio, se propuso esta vez un paseo por el lado salvaje, como cantaba Lou Reed, cruzando la frontera mexicana en busca del rey de los narcos. Lo encontró, como así lo atestigua una foto en la que el actor pone cara de intensito y Guzmán aparta la mirada con incómoda indiferencia.
El periodismo es mucho más que jugar a los reporteros. Este trabajo no es un hobby, sino una profesión vocacional, muy seria, que exige un alto compromiso con la sociedad a la que informas, así como una responsabilidad extrema en lo que publicas. Para alcanzar todo ésto se necesita la formación adecuada y la experiencia que solamente te transmiten los años al pie de la noticia. La estulticia del reportaje sobre las aventuras de Penn en México está a la altura de un aficionado caprichoso y no de un profesional comprometido.
Hace algunos años la revista Hola publicó una serie de entrevistas firmadas por Isabel Preysler. Asombrado por esta faceta periodística, hasta entonces desconocida, de la reina de las celebrities, un amigo me preguntó: Alejandro, a esta le escriben las entrevistas, ¿verdad? Y yo le respondí con un rotundo no. Solo había que ver las preguntas que llenaban aquellas páginas: ¿Cuál es tu signo del zodiaco? ¿Crees en el amor?
Ahora, gracias a Sean Penn, sabemos que el rey del narco, cree en el amor.
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