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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El viejismo

Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa en la Gala de los Premios Goya. |

Patricia Casado

Hay un programa en Telecinco que se llama Cazamariposas. Lo dan por la noche, después de cenar. Es un programa del corazón diseñado para verlo con la tripa llena y la mente vacía; o para no verlo, yo que sé. Lo presentan dos muchachitos sinsorgos y un poco bobos, como somos casi todos. Hablan de cosas del corazón, de juicios y condenas, de bloggers de moda y de Ylenia; lo típico de nuestros tiempos de mierda. Utilizan siempre un tono irónico, pretendidamente divertido. Y bueno, vale, hay gente que encuentra gracioso a Dani Rovira, a Bertín Osborne o a Facu Díaz, puedo aceptar ya cualquier cosa. Pero hay noches en las que hablan de personajes como Isabel Preysler o Mario Vargas Llosa y toda la broma gira en torno a su ancianidad: Jurassic Love llaman a su relación. Y qué asco ser así de mayor y encima enamorarse. Y besarse y tocarse con lo que olerán a viejo, jajajaja. En realidad, todo el programa gira en torno a que los jóvenes son tontos del culo y los viejos dan asco. Y esta segunda parte es la que estamos asumiendo con extraña normalidad.

Porque el viejo Vargas Llosa es un tipo difícil de querer, lo sé, pero también es un Premio Nobel de Literatura y el señor que ha escrito algunos libros que podrían mearse encima de lo mejor que hagamos en nuestra puta vida. Y, además, un señor de casi 80 años.

El mismo Vargas Llosa fue a los Goya y casi todos los comentarios que oí de su presencia allí fueron referidos a su edad y aspecto. Lo cierto es que eso fue tónica general porque oí y leí, durante toda la gala, lo mayor que estaba Eusebio Poncela y Pilar Bardem y Victoria Abril y Esteso y Pajares y Antonio Resines, etc. Mayores de acabados, claro. Tal pareciera que estos actores se hubieran colado en La Posada de las Ánimas un viernes a las 3 de la mañana, de tan raros que se veían. El futuro del cine español son los jóvenes guapos, con el pelo brillante y la piel prieta, vivan los jóvenes aunque vocalicen poco y susurren mucho.

Esto de la efebocracia también pasa en la politica y no, no me refiero a Íñigo Errejón, pobrecico mío. Desde hace varios años no hay mitin, escuela de verano o congreso de partido en el que no se coloquen jóvenes guapos, con camisas bien planchadas y aspecto de limpios, tras el político principal. Que al fondo la cámara adivine juventud. También suelen colocar algunas minorías en esas performances pero ya un poco esquinadas, lo principal son nuestros jóvenes, tan guapos y vitales. Y la pena es que tenemos que proteger la imagen de nuestros niños y, claro,  tendríamos que pixelarles la carita; de lo contrario, habría tantos niños inocentes y simpáticos como jóvenes comprometidos. Hablo de los partidos del bien, claro. Del PSOE, del PP y de Ciudadanos.

En el caso de los partidos del mal la cosa es aún peor. Todos han de ser jóvenes. Los mayores de ¿45?, de ¿50?, de ¿55? (no tenemos bien definido el límite) han de esconderse un poco. Imaginar a un señor o señora de 65 años liderando una regeneración sería terrible, iría contra natura, el mundo entero se echaría encima. Porque lo más importante de la regeneración es que se note bien por fuera, luego ya veremos. Carmena parece la excepción aunque lo de vieja chocha viene de serie para algunos.

Y es que preferimos que los nuevos diputados tengan 40 años aunque lleven en sus partidos desde los 15, dale que te pego, aplaudiendo mucho y apagando las luces al salir, que alguien de cierta edad. Si tienes 55 años y entras en política por primera vez, meeeeeccc, ya no vale. Eso no es regeneración.

En las cositas sociales también pasa. Hace cosa de unos años se puso de moda manifestarse un poco y las pancartas que lideraban las protestas siempre eran sujetadas por gente joven y alegre que coreaba canciones y hasta era capaz de bailar una simpática coreografía al son de unos bongos. Los mayores aún iban en el centro pero creo que eran conscientes de lo que estaba llegando. Comités, asociaciones culturales o movimientos ciudadanos liderados por jóvenes (como debe de ser, por supuesto) pero rechazando completamente la ayuda o sugerencia de señores mayores con algo de experiencia. Lo suyo ya no sirve, qué va, son otros tiempos. Ahora tenemos Twitter y Facebook, ellos no entienden de estas cosas.

Tecleen fotos de refugiados en su barra de Google y verán. Además de llorar y avergonzarse verán que a pesar de los cientos de miles de refugiados y cientos de miles de fotografías, es rara la foto en la que no aparece un bebé o un niño, tal vez unos adolescentes besándose en la miserable Europa que les recibe. Porque los jóvenes nos interesan más, son nuestro futuro, conmueven más y puedes llegar a imaginártelos limpios y bien adaptados en un colegio europeo. Pero, ay, esa gente de 70 años tan harapienta, arrugada y oscurecida por el tiempo no nos gusta tanto, no nos llega al corazoncito, porque esos ya no cambian. Da igual que hayan sido profesores universitarios, químicos, sastres o finos ebanistas; son viejos. No dan bien en las fotos ni en la tele, no interesan.

Entre la gerontocracia y respetar y dignificar al viejo tiene que haber algo. Yo misma, a tres pasos ya de ser casi vieja y sabiendo poquísimo de casi nada, sé más que a los 25, se lo juro. Pero imagino lo que sabrán otros y me gustaría tanto poder hablar con ellos y que me contaran. Sin embargo, yo no estoy en el rollito, yo no odio el viejismo, a mí no me huele todo a naftalina y no llamo momias a cualquiera con el cuello arrugado. Claro, que  así me va. Viva la juventud, la rabiosa juventud.

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