En mis recuerdos infantiles sobrevive una destornillante película bélica o una comedia más bien, titulada '¡Que vienen los rusos!', en la que un submarino soviético encallaba en las costas de Nueva Inglaterra despertando la alarma ante una eventual invasión comunista.
El submarino en cuestión tenía el coherente nombre de 'Sprut' que, si lo que he leído es cierto, porque mis nociones de ruso son muy limitadas, significa “calamar”. Aunque los soviéticos intentan hacerse pasar por noruegos, muy pronto se verán envueltos en una serie de situaciones absurdas con los lugareños, que terminan por tomarles cariño e incluso les ayudan, al final, a salir a aguas seguras, ante la llegada de un avión de combate norteamericano.
Bueno pues el 'Sprut' es una zapatilla rusa -nunca mejor dicho- comparado con el descomunal yate que amarró días atrás en nuestros muelles santanderinos ante la admiración de paseantes y el gesto mucho más contenido de pescadores y otras gentes de mar.
Recuerden que aquí somos todos hidalgos, hijos de algo, así que tampoco nos vamos a dejar impresionar fácilmente, pero caray, cuando nos han contado lo que ha costado la chalupa ésta, hasta los balandristas hemos levantado una ceja intentando colocar ceros, unos detrás de otros.
Llama la atención el hecho de que después de gastarse doscientos sesenta millones de euros en el cacharro éste, su propietario haya sido tan escueto y moderado a la hora de ponerle nombre, limitándose a una solitaria 'A', que seguramente le vino inspirada por el bordado de alguno de sus pijamas.
Al ver la elegante y poderosa silueta del 'A' me acordaba de los aguerridos aqueos de cóncavas naves, que partieron hacia Troya en busca de Helena en la Iliada, pero también me imaginaba los sudores del agente de seguros mientras se peritaba la nave antes de redactar una póliza que protegiese el juguetito. En semejante poderío se refleja la imagen de aquel magnate, también ruso, que rechazó en un restaurante una botella de vino porque no era lo suficientemente cara.
En fin, que todos nos hemos quedado un poco impactados por este acorazado Potemkin que ha elegido nuestras aguas y se ha cruzado en amistosa camaradería con las pedreñeras y los botes de pescadores de sepias que le han dado la bienvenida a la bahía.
No hay noticias de que el propietario del 'A' bajase a puerto, si es que realmente viajaba a bordo, para tomar unos vinos en Cañadío antes de regalarse una dorada o un mero bien puestos en Puerto Chico.
Y la última reflexión que les dejo es: ¿qué trabajo tiene uno que hacer para poderse gastar casi trescientos millones de euros en un yate? Cuidado que habrá que meter horas extra…; o quizá no, quizá solo sea algo tan aburrido como negocios.
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