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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Los zorros y los lobos tienen sus madrigueras

Refugiados sirios entran en Hungría por debajo de la valla de la frontera húngara. | Ap - Bela Szandelszky

Roger Calabuig

En el patio trasero de nuestras casas hay seres humanos que sienten envidia de cualquier animal que posea una madriguera, un nido, un lugar donde guarecerse. Hombres y mujeres que una vez vivieron en una casa hecha con ladrillos, durmieron en una cama junto a una mesilla de noche y comieron sobre una mesa con un puchero en el fuego. Niños y niñas que hasta hace poco jugaban, iban al colegio, tenían un futuro.

Nosotros, los seres humanos de este lado del Mediterráneo, pedimos para ellos un pasaje seguro, un corredor para ponerse a salvo sin jugarse la vida. Porque nos parece dantesco que esos otros seres humanos, con los que tenemos en común precisamente eso, ser humanos, en su huida del horror y la nada mueran ahogados, congelados, pisoteados. Y si además se da la circunstancia de que lo hacen en la orilla de nuestras playas, mucho peor.

No he conocido a nadie, no he hablado con ninguna persona que no esté dispuesta a abrir la puerta de su casa a una familia refugiada. ¿Entonces por qué nuestros dirigentes los expulsan como si de animales se tratasen, como si Europa fuese suya y pudiesen decidir a espaldas de los que nosotros, los europeos, de verdad queremos y sentimos? La respuesta es clara. Porque aquellos que se sientan alrededor de una mesa de caoba para decidir sobre el futuro de los refugiados olvidan que son seres humanos.

Cada vez me cuesta más decir Europa. ¿Europa somos nosotros o es la troika? ¿Europa es una vieja egoísta, avara y desmemoriada o es la cuna de los valores universales? ¿Acaso no fue en Grecia donde nació la ética? No deja de ser paradójico que sea allí donde perezca.

Con este acuerdo entre Turquía y Europa no solo mueren los principios éticos sino también la Convención de Ginebra, Sengen, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Derechos de la Infancia. Europa ha cedido al chantaje de Erdogan y vamos a pagar millones y millones de euros a un Estado que lejos de ser seguro para los refugiados, es quien compra el petróleo del autodenominado Estado Islámico. Supuestamente, claro. Un régimen famoso por la persecución de quienes lo critican, que tan pronto abate un avión ruso como secuestra marines estadounidenses, invade el territorio iraquí y bombardea a los kurdos un día sí y otro también. A los kurdos, quienes también huyen de la guerra y solicitan asilo.

Natalia Ginzburg, allá por la Segunda Guerra Mundial, escribió: cada uno de nosotros tendría muchas ganas de apoyar la cabeza en alguna parte; cada uno de nosotros tendría ganas de una pequeña madriguera seca y caliente. Cada uno de nosotros se ha ilusionado una vez en su vida con poder dormirse sobre algo, adueñarse de una certeza cualquiera, de una fe cualquiera y darle reposo al cuerpo. Pero todas las certezas de entonces nos fueron arrancadas y la fe no es nunca algo sobre lo que al fin se pueda conciliar el sueño.

Hoy, casi un siglo después, Europa ha olvidado que así sentía. Y los refugiados son otros. A los Sirios sí pero al resto no. Porque los libios, los iraquíes, los yemeníes y los afganos no merecen nuestro asilo. Como si ellos no huyeran de una guerra, nadie los persiguiera y nadie quisiera matarlos. Como si no fuesen personas. Tal vez sean demasiados y Europa tan pequeña y tan pobre. Como el Líbano, un país que a pesar de sus circunstancias aloja a más refugiados que toda Europa junta.

Yo no sé cuál es la solución. Se me ocurre que quizá si esos dementes que nos gobiernan pasasen una semana, solo una semana, en un campamento de refugiados; si tuviesen que hacer el camino con ellos; si vivieran una sola noche de bombardeos; si se hubieran visto amenazados por las fauces de un monstruo como el ISIS, no tomarían esas decisiones, que parecen propias de los dioses del Olimpo hartos de ambrosía y vino. Pero todo esto es tan ilusorio que no sé por qué lo planteo. Quizá lo necesario sea expulsar a nuestros gobernantes por inhumanos, por no representarnos. Protestar hoy y mañana y pasado y no cejar hasta que sean ellos los arrojados al mar. Y después echarles un salvavidas, claro. Porque nosotros somos humanos.

Roger Calabuig Hernández es profesional de la ayuda humanitaria desde hace más de una década, lector y escritor empedernido, fotógrafo casual y fundador de Jinda España, una iniciativa de apoyo a las mujeres yazidíes supervivientes del ISIS en el norte de Irak.

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