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“Es una gran vergüenza que España apoye la ocupación marroquí”

Hassanna Aalia, durante la charla en la Universidad de Cantabria.| JOAQUÍN GÓMEZ SASTRE

Rubén Vivar

Antes de alcanzar la mayoría de edad, Hassanna Aalia ya había sido encarcelado y torturado en varias ocasiones. En el Sáhara Occidental tener ideas políticas es un delito. También la libertad de expresión y el derecho de asociación. Fue con 17 años cuando entró por primera vez en una cárcel marroquí. Ahora tiene 26 y está condenado a cadena perpetua. Ha sacrificado su vida, como él mismo afirma, pero no se arrepiente de ello. No duda ni en segundo cuando se lo preguntan. Es más, alargará la lucha “hasta donde sea necesario”. Su causa y su fuerza es la todo un pueblo: la del pueblo saharaui que desde 1975, cuando España abandonó a su suerte a esta antigua colonia, está ocupado por Marruecos.

Así lo cuenta a eldiario.es horas antes de impartir una conferencia en la Universidad de Cantabria sobre la violación de los derechos humanos en el Sáhara Occidental. Aalia recuerda que desde niño ya era consciente de que su territorio era distinto, no solo porque está dividido por “el muro de la vergüenza, el segundo más largo del mundo”, sino también por “cómo nos tratan desde que entramos en la escuela”. Él, como el resto de saharauis, vivió discriminado por el hecho de ser de una cultura diferente a lo marroquí, la que ocupó su 'casa' y la que predomina. “Sufres desde que naces”, asegura. 

La mayoría de sus recuerdos están impregnados por esa división. “En las fiestas, cuando se juntan todas las familias, a nosotros siempre nos faltaba alguien. Y cuándo preguntas por qué, hay miedo por contar las cosas”.

Con el paso de los años, esa curiosidad inocente se fue transformando en ganas de cambiar las cosas, de defender una vida digna. “Hay muchos recursos naturales y la población saharui sigue viviendo pobre”.

En su memoria tiene grabadas a fuego las fechas que han marcado su vida. “El 21 de mayo de 2005 estuve en la intifada pacífica. Por primera vez vi la bandera en directo y fue como abrir la puerta a otra vida desde el activismo. Entré en la comisaría en octubre de ese año. Fue la primera vez y desde entonces entré a la vida del activismo, del sufrimiento y de la lucha porque ha sido una experiencia brutal”, explica.

Su pueblo lleva una lucha pacífica desde el 2005, saliendo a las calles y trabajando en contra de las políticas marroquíes. También exigiendo a las Naciones Unidas que vele por los derechos humanos. “El Sáhara es la única misión de la ONU que no protege los derechos humanos”, asevera de forma rotunda, denunciando las muchas torturas que han sufrido sus “compañeros” sin que la comunidad internacional haya tomado cartas en el asunto“Hoy en día tenemos más de 17 desaparecidos, han asesinado a 14 personas por el hecho de manifestarse, y más de 40 presos políticos están en las cárceles, donde la tortura y el maltrato son el pan de cada día. No te lo puedes imaginar. Todo tipo de torturas”.

Con una serenidad impropia para su edad -“la vida te marca el carácter”- Aalia continúa relatando la historia de su vida. “El 10 de octubre de 2010 organizamos un campamento pacífico. Más de 20.000 personas salimos fuera de la ciudad de El Aaiún y montamos un campamento en el desierto. Decidimos que no íbamos a volver hasta que el Gobierno marroquí nos garantizara nuestros derechos sociales y políticos”.

Durante 29 días fueron libres, hasta que “el 8 de noviembre, a las 6.30, entraron los militares, armados, quemando las haimas, matando personas...”. Por la organización de ese campamento, considerado como el inicio de la primavera árabe, un tribunal militar le ha condenado a cadena perpetua. Una sentencia que llegó en 2013, cuando se encontraba estudiando en España.   

El Ministerio de Asuntos Exteriores le acaba de denegar el permiso de asilo, una decisión que achaca a los intereses de España con Marruecos y que ha recurrido a la Audiencia Nacional, a la que ha presentado informes de Amnistía Internacional, Human Rights e incluso ACNUR -la organización de Naciones Unidas-. “Si me acaban extraditando, puede que me asesinen, torturen o violen”, afirma sin cambiar el tono de su voz. La única vez que le tiembla es cuando recuerda a su familia. “He dejado todo allí. Es muy muy duro. Hace poco murió mi abuela y yo no estaba; murió mi tía y yo no estaba; se casó mi hermana, he tenido un sobrino… Yo no he elegido vivir fuera, a mí me obligaron. A mí me encanta vivir en el Sáhara; es algo precioso y con tu familia todavía más”, dice sonriendo.     

Pero lo que más le duele de España es que no asuma su responsabilidad en el conflicto del Sáhara a pesar de ser la potencia administradora -así está recogido en el derecho internacional que no reconoce los Acuerdos de Madrid-. “Mira lo que está haciendo, apoyar la ocupación marroquí. Es una gran vergüenza”, recalca. 

El joven activista tampoco duda en cargar contra la actuación de la ONU. “No ha cumplido. Entró en el Sáhara Occidental en 1991, después del alto el fuego, para celebrar un referéndum que en 2015 no se ha llevado a cabo”. 

Aalia advierte que el aumento de la presión ejercida por el Gobierno marroquí, unida a la falta de respuesta por parte de la Naciones Unidas y al agotamiento por una lucha que se prolonga durante cuatro décadas, está colmando la paciencia de los saharauis. “Espero que no suceda, pero si el conflicto dura más tiempo habrá guerra”, vaticina. 

Explica que “el pueblo está cansado; se preguntan hasta cuándo vamos a seguir viviendo en un campamento de refugiados; hasta cuándo tenemos que seguir con una vida tan difícil cuando tenemos un territorio rico; hasta cuándo la comunidad internacional va a seguir negando la mirada, la justicia, al pueblo saharui”.

Por eso hay muchos jóvenes que están llamando a volver a la guerra. “Estamos muriendo lentos y prefieren morir todos a la vez o solucionar el conflicto”, manifiesta Aalia, que rechaza la violencia como una solución al conflicto. “Hemos perdido muchas personas y no queremos perder más. Con la guerra quien gana dinero son las empresas que fabrican las armas”, concluye.

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