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“Lo de Alsasua revela que hay una subcultura de la violencia por desactivar”

El periodista y profesor en la Universidad de Navarra Javier Marrodán.

Aitor Guenaga

Javier Marrodán (Madrid, 1966) se embarcó junto a otros tres periodistas en 2012 en el proyecto 'Relatos de Plomo', una reconstrucción del mosaico del terror en Navarra. El trabajo abarcaba un acercamiento a las víctimas del terrorismo en Navarra y la reconstrucción de la etapa del terror de ETA en la comunidad foral. Estuvieron dos años para elaborar, en tres volúmenes, esa foto de la actividad terrorista en Navarra y sobre todo sus consecuencias.

Marrodán ha participado este viernes en San Sebastián en la jornada 'Las víctimas como testigos del terror', organizada por el Memorial de Víctimas del Terrorismo y el Instituto de Historia social Valentín de Foronda. Cree que la gran asignatura pendiente de todo lo ocurrido es el reconocimiento del daño injusto causado por parte del mundo violento y de quienes lo aplaudieron.

¿Cree que durante muchos años, una parte de la sociedad miró para otro lado en relación al terrorismo y a sus víctimas? ¿Ha habido una especie de complicidad colectiva?

En la jornada ha quedado claro que parece que hay un interés mayor desde el mundo profesional: cineastas, historiadores, psicólogos, periodistas, por estudiar lo que pasó y estudiarlo bien, que desde la propia sociedad. Igual es por un deseo de pasar página o de protegernos nosotros mismos y olvidarnos de todo esto que ha pasado.

Y también porque estamos en lo que se se viene a denominar la batalla del relato, tras la derrota de ETA. Para que esa página del horror a la que se ha referido se lea poco a poco y con detenimiento.

La batalla del relato nos incumbe más a los historiadores, periodistas. Sobre todo contar bien, de manera rigurosa lo que ha ocurrido. Parte del esfuerzo por cerrar todo este capítulo del terrorismo incluye hacer ese relato con el mayor rigor posible.

¿Qué cree que pueden aportar las víctimas en ese relato?

Parte de nuestro trabajo durante dos años en el proyecto 'Relatos de plomo' va precisamente de todo esto: la reconstrucción de lo que ha supuesto el terror de ETA a lo largo de todas esas décadas en Navarra. Una reflexión primera tiene que ver con el periodismo: una historia con nombres y apellidos siempre es más eficaz para transmitir algo que un análisis abstracto o una suma de datos. Lo que quedan son las historias, historias contadas con detalle y bien, acercándose a las víctimas con respeto y honradez. Una segunda reflexión, más de tipo histórico, es que te das cuenta del alcance que ha tenido el terrorismo cuando vas sumando a los hechos concretos que todos conocemos: el atentado, la sentencia, etc, el hablar con la viuda del guardia civil que te cuenta no ya el atentado, sino cómo era su vida antes, después, como salió adelante, la relación con otras personas, o hablas con la madre, etc. Y, así con todos los casos, se obtiene el mosaico de lo que realmente ha supuesto el terrorismo. Las historias no acababan solo con el atentado concreto.

Ese contexto que trasciende el nombre de la víctima o el números de asesinados.

Eso es. Que la víctima no es solo víctima, que también en testigo; ademas es un testigo muy cualificado para reconstruir históricamente esos acontecimientos. Y eso hace justicia a los acontecimientos vividos.

En alguna ocasión usted mismo tuvo la oportunidad de saludar a un guardia civil víctima de un atentado y él le respondió: “¿Cómo la mano, dame un abrazo?”

Sí, es el caso de José Aguilar, un guardia civil. Cuando yo empecé a trabajar en 1988 en el 'Diario de Navarra', el primer atentado que me tocó cubrir de cerca fue el de la casa cuartel de Alsasua, el 23 de diciembre de 1988. Lanzaron granadas, pusieron una trampa dirigida contra los guardias que fueran después a socorrerlos. Aguilar fue uno de los que llegó allí, pisó una trampa y le voló una pierna. Era de noche, salió arrastrándose como pudo. Le operaron y pude hacerle una entrevista. Tenía 26 años, era casi de mi edad. Ahí escuché por primera vez cómo era la vida de un guardia civil joven, cómo encaraba la vida que le esperaba con una pierna ortopédica, me impresionó. Y, 25 años después, con la investigación de 'Relatos de plomo', le volvimos a entrevistar. Y una vez que fui a saludarle, después de todo lo que habíamos compartido, pues me dijo eso del abrazo, sí.

Tras cinco años sin ETA todo el mundo coincide en una cosa: la falta de libertad ha cedido terreno definitivamente.

Hay un hecho incuestionable: la mejora es indudable. Todas las personas que iban con escolta y convivían con la posibilidad real de que los matasen, ahora viven de verdad. Nos estamos acostumbrando a hablar con más libertad de cosas que antes se decían 'soto voce'.

Pese a todo algunos acontecimientos parecen querer devolvernos al pasado. Lo que ha pasado en Alsasua, por ejemplo, con la brutal paliza a los guardias civiles.

Lo de Alsasua revela que aún tenemos que avanzar mucho. Basta una pequeña chispa para que se activen las inercias de tantísimos años de violencia.

La subcultura de la violencia está ahí.

Hay una subcultura latente de forma que basta con un acontecimiento pequeño para que se manifieste, y no solo con la trifulca inicial, sino luego en las manifestaciones que ha habido de apoyar a los detenidos, exigir de nuevo la salida de la Guardia Civil, los gritos contra los cuatro de Covite que fueron a Alsasua a manifestarse. Todo eso revela que existe esa subcultura de la violencia y que hay muchas cosas que desactivar.

¿Ha tenido oportunidad de estar con el nuevo director de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del Gobierno de Navarra, Álvaro Baraibar? Cómo ha visto su trabajo en este primer año, dentro de la actuación del 'Gobierno del cambio' en Navarra?

He estado en alguna ocasión con él. Creo que están haciendo cosas, pero es una tarea difícil. Tampoco conozco con detalle toda su actuación, pero me consta que se han reunido con algunas víctimas y que hay un interés sincero y honrado por trabajar y avanzar en este tema. No me atrevo a hacer un balance.

¿Cree que el futuro gobierno debería flexibilizar la política penitenciaria con los presos de ETA?

Lo que veo es que los presos que se han desmarcado de ETA y que se han arrepentido han tenido a su alcance las medidas y los beneficios penitenciarios que tiene cualquier otro preso. Y de hecho, varios han obtenido el tercer grado y se les ha acercado. El sistema funciona, pero claro, funciona con las personas que han hecho alguna autocrítica sobre sus actos. Esa es la gran asignatura pendiente: que las razones estratégicas que cimentaron el alto el fuego se conviertan en razones morales, que digan que no es que matar ya no nos sale a cuenta, sino que lo que hicimos durante tantos años está mal. Pero me parece utópico esperar de la izquierda abertzale una declaración en ese sentido. Pero sí individualmente, quienes practicaron la violencia o la apoyaron avancen por ahí. Entiendo que es duro cuestionarte tu propia trayectoria y tu existencia, pero eso es lo importante.

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