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Autores para leer en la cuarentena: Raymond Carver

El escritor Carver

Gonzalo Bolland

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La verdadera fuente de toda creación, señala Charles Baudelaire, es la imaginación, ya que la vida es una cárcel y solo la imaginación puede abrir sus ventanas. La narrativa de Raymond Carver contradice la afirmación del inigualable poeta francés dado que si algo caracteriza a los relatos de este escritor norteamericano, no es la falta de imaginación, sino la escasez de ventanas que abre a los protagonistas de sus relatos.

La cárcel de la vida cotidiana. Eso es lo que describe en sus libros Raymond Carver, autor de relatos nacido en Clatskanie, Oregón el 25 de mayo de 1938 y fallecido en Port Angeles, Washington, el 2 de Agosto de 1988. “Mi mujer tiene la costumbre de contarme todo lo que sueña. Cuando se despierta le llevo el café y el zumo y me siento en una silla al lado de la cama mientras se espabila y se aparta los cabellos del rostro. En la expresión de quien acaba de despertarse, pero en su mirada también se aprecia que viene de muy lejos”.

Frases cortas. Mínimas. Sujeto, verbo y predicado. La información precisa. Nada más. Ni adornos ni retórica ni metáforas. La cárcel de la vida cotidiana. Lo habitual, lo frecuente, pero, eso sí, con un trasfondo, inquietante o sugerente, que el autor siempre deja en suspenso dando así casi más importancia a lo que no se relata que a aquello que se relata, siguiendo, de este modo las enseñanzas de los dos grandes cuentistas que le precedieron: Chejoy y Ernest Hemingway...

En un país donde el optimismo emocional es un deber constitucional es corriente, por paradójico que pueda resultar, la obra de artistas que describen el lado menos amable del sueño americano, de tal modo que lo mismo que las canciones de Tom Waits, por ejemplo, tienen un regusto agridulce a tabaco, domingo de resaca, moteles de carretera y whisky de garrafón, los cuentos de Raymond Carver dejan en el paladar no tanto un sabor a derrota, como a algunos críticos señalan, que para eso ya está Bukowski, sino a rutina; rutina de desayunos, lágrimas, zapatos, divorcios, frases hechas, vendedores de maquinaria agrícola, automóviles, perros tumbados en el porche de casas de madera, aspiradoras que inundan de ruido el salón donde el televisor está permanentemente encendido, discusiones matrimoniales, monomanías alcohólicas, largos fines de semana lluviosos; en fin, todas esas rutinas mediocres, triviales, vulgares, casi, casi insípidas, que uno echa tanto de menos cuando la desgracia, cualquier desgracia nos visita.

Raymond Carver es el reverso de Francis Scott Fitzgerald. Si este con el Gran Gatsby escribió la gran novela norteamericana del siglo veinte retratando los años felices y cinematográficos de la edad del jazz, el charlestón y los gánsteres, tiempos de diversión y tiroteos, de interminables juergas alcohólicas a las que el propio Fitzgerald sucumbió y de chicas de pelo corto y vestidos escandalosamente cortos que fumaban en público, empinaban el codo con los hombres, iban de fiesta en fiesta y se pegaban el lote en coches último modelo, Raymond Carver en sus cinco libros de cuentos - '¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?', 'De que hablamos cuando hablamos del amor', 'Catedral', 'Tres rosas amarillas' y 'Si me necesitas, llámame' - describió la monótona vida cotidiana de las clases medias norteamericanas durante la segunda mitad del mismo siglo. La biografía de quien fuera considerado el precursor del realismo sucio, devoto de Anton Chejov e íntimo amigo de quien con los años se convertiría en el gran narrador estadounidense de nuestra época, Richard Ford, se dividió en dos etapas; la primera desmadrada, caótica, marcada por la angustia de un matrimonio tremendamente conflictivo, pero sobre todo por una decidida vocación alcohólica que le llevó a tener que ser hospitalizado varias veces por excesos con la bebida y una segunda etapa ya como escritor consagrado, sobrio, sereno, aficionado a la pesca, al silencio y a las cabañas rurales y felizmente casado con la poetisa Tess Gallagher.

En los últimos años de su existencia, ya con el diagnóstico del cáncer de pulmón que le llevaría a la tumba a la temprana edad de cincuenta años, Carver dedicó la mayor parte de su tiempo a cultivar la poesía, llegando a publicar varios libros de poemas. En uno de ellos titulado Ondas de Radio, dedicado a Antonio Machado, describe la profunda impresión que le causó el descubrimiento del poeta sevillano. Una noche de invierno escuchó a un locutor de radio recitar unos versos de Machado, del que no había oído hablar hasta ese preciso momento y la conmoción fue tal que hasta su fallecimiento siempre tuvo en su mesilla de noche un libro del autor de 'Campos de Castilla'. Lo que sigue a continuación es una estrofa del poema que le dedicara a modo de agradecimiento: “Yo pensaba en esas bobadas por la noche / sentado en la silla mientras escuchaba mi radio. / ¡Y entonces, Machado, tus poemas! / Fue casi como ver a un hombre de mediana edad / enamorarse de nuevo. / Algo extraordinario, / y también embarazoso. / Hice tonterías como colgar una fotografía tuya. / Y me llevaba tu libro a la cama / y dormía con él a mano. Una noche un tren / me despertó al pasar por mis sueños. / Lo primero que pensé, con el corazón desbocado / allí en el dormitorio a oscuras, fue: / No pasa nada, Machado está aquí. / Luego pude volver a dormirme”. La importancia de la poesía...

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