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Blade Runner 2049: Regreso al futuro

Póster comercial de Blade Runner

J.M. Martí

Blade Runner (1982) es una película icónica que dejó una profunda influencia en una generación y en todo el cine de ciencia ficción posterior. Plantearse una secuela era una operación arriesgada. La primera decisión importante fue seleccionar a Ryan Gosling como intérprete del personaje central y al canadiense Denis Villenueve como director del proyecto. El primero, un actor sólido, que deslumbró con su papel en Drive (2011). El segundo, un director capaz de convivir en Hollywood ofreciendo calidad y resultados. Sicarios (2015), un film donde una policía cuestiona los métodos de la lucha contra los narcotraficantes y La llegada (2016) que cuenta la historia de una lingüista que intenta descifrar el lenguaje de unos extraterrestres para conocer sus verdaderas intenciones, son dos buenos ejemplos.

No es el momento de hablar del Blade Runner original. Digamos que se trata de una película que se mantiene viva en el recuerdo de muchos, pero algo no debió funcionar del todo cuando la película tiene al menos siete versiones diferentes y, una de ellas, la versión del director, cambia radicalmente no solo el final de la película sino el punto de vista del relato.

Aquella película, con una extraña mezcla de cine negro y ciencia ficción, puso sobre la mesa muchos temas muy adelantados a su tiempo: la ingeniería genética, el cambio climático, el poder de las grandes corporaciones. A pesar de ser recibida con cierta tibieza por crítica y público, y en algunos casos con una franca animadversión, se convirtió poco a poco en un film de culto. A ello contribuyó una estética visual fascinante, androides con un sentimiento tan humano como el miedo a la muerte (al igual que HAL en 2001, una odisea del espacio de Kubrick) y, en fin, una de esas secuencias que han pasado a la leyenda del cine, aquella en la que el replicante Roy Batty, interpretado por Rutger Hauer, sentencia antes de morir: “yo he visto cosas que vosotros jamás creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”. Dicen que el mosqueo de Harrison Ford fue de órdago. Después de haber construido un arquetipo para la historia, un don nadie algo fumado le roba la escena principal de la película con un monólogo incomprensible y, en parte, improvisado. Eso sí, Harrison Ford -viejo zorro, al fin y al cabo- se toma cumplida venganza en esta película con Ryan Gosling.

Hampton Fancher, guionista del primer Blade Runner actúa como enganche de las dos versiones. En su momento, en colaboración con David Webb Peoples, logró una adaptación de una novela (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick) que hoy es asignatura obligada en las escuelas de cine. Ahora con la ayuda de Michael Green, teje un guion bien urdido, pero al que le falta la profundidad del primero y le sobra pretenciosidad. Un guion donde no hay personajes secundarios de relieve- salvo el de Harrison Ford- y donde éstos desaparecen sin que el espectador los eche de menos.

¿Hay algo de la mirada de Denis Villeneuve en esta versión de Blade Runner? ¿Hay algo de su estilo? La herencia visual de la película primigenia es muy poderosa. Villeneuve y Dennis Gassner -su diseñador de producción- han querido respetar, con buen criterio, el espíritu original del filme, aunque doblando la apuesta. Nos encontramos con lo que esperábamos: coches voladores, hologramas de mujeres en la ciudad de Los Ángeles, una ciudad deshumanizada, vapores que emanan de las calles. Pero hay más. Una puesta en escena deslumbrante donde Roger Deakins, director de fotografía, tiñe su paleta con unos naranjas que anuncian el apocalipsis. Quizás en una tercera entrega.

Blade Runner 2049 reduce el trasfondo filosófico de la primera versión, pero paradójicamente es más tediosa. Ya no importa si el protagonista es un replicante. Se asume que todos somos replicantes. Se asume que todos estamos programados para morir. El blade runner K (Ryan Gosling), es un replicante a la caza de otros replicantes rebeldes. Gosling logra una interpretación que puede considerarse continuación de su personaje en Drive, un solitario con poca empatía emocional, a la búsqueda de su naturaleza humana, lo que proporciona coherencia lógica a una cierta visión del héroe contemporáneo en el cine actual. Un héroe con el que no es posible identificarse.

Ridley Scott, que actúa como productor de la película, ha planificado y programado todo minuciosamente. Se ha rodeado de un equipo técnico de primer nivel. Ha realizado una promoción impecable con, además del marketing tradicional, tres cortometrajes previos que explican lo sucedido desde 2029, año en el que transcurría el primer Blade Runner, hasta 2049, que es cuando está fechada está segunda entrega. Dos de estos cortometrajes realizados por su propio hijo Luke. Uno no puede dejar de sonreír con el nombre que le endoso a su hijo. El otro, un anime realizado por Shinichiro Watanabe, francamente atractivo. El resultado es una película ambiciosa y llena de recursos. Abruma, pero carece de transcendencia y de misterio.

A los cinéfilos les gusta polemizar con listas de segundas (o terceras) entregas que fueron mejores que el original. Aquí va una (sin fechas para no enturbiar su lectura): El padrino II, El imperio contrataca, El caballero oscuro, Indiana Jones y la última cruzada, Terminator 2: el juicio final, X- Men 2, Spider-Man 2, Mad Max 2, Toy Story 3. Dejo para el debate si Alíens: el regreso (1986) de David Cameron es mejor que Alien, el octavo pasajero (1979) del propio Scott. En cualquier caso, tengo serias dudas de que Blade Runner 2049 de Villeneuve entre en este ranking. El director canadiense no ha asumido ningún riesgo. Me temo que ni un segundo, ni tercer montaje, ni versión del director, lo puedan remediar.

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