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El Islam ‘vasco’ combate el estigma

Unos jóvenes durante una manifestación.

Eduardo Azumendi

En Euskadi existen más de 50 mezquitas, poco más de la mitad de los centros de culto que mantiene la comunidad evangélica, la mayoritaria entre las religiones 'menores' en la comunidad autónoma. Sin embargo, desde el 11-M, el 11-S y ahora tras el atentado contra la revista satírica francesa Charlie Hebdo, el Islam  tiene más visibilidad que nunca y parece que a ojos de los ciudadanos su presencia se multiplica. Los musulmanes que residen en el País Vasco viven con inquietud los acontecimientos, confían en que todo pasará y, mientras tanto, se repliegan en su fe.

“Siempre hemos soportado el estigma, los estereotipos y los clichés. Nada nuevo”, se lamenta A. A. un musulmán magrebí que prefiere no dar su nombre. A. S. espera que abran la mezquita que hay en el Casco Medieval de Vitoria para la oración. Un momento de encuentro con los compatriotas, de desahogo y de tranquilidad. “¿Todos los musulmanes son terroristas? ¿Todos los vascos son terroristas porque ETA matase? El problema siempre es pensar que todos somos iguales”.

Los colectivos africanos -magrebí y subsahariano- son los que muestran unos indicadores de integración y aceptación social más bajos por parte de los vascos. Y coincide que estas dos comunidades tienen los índices más altos de credo musulmán. Pero hasta ahora no se han producido problemas reseñables de convivencia, recuerda Gorka Moreno, director del Observatorio Vasco de Inmigración-Ikuspegi. “En Euskadi tenemos mezquitas en diferentes ciudades, pueden llevar adelante sus ritos y creencias sin mayores problemas y espero que siga siendo así en los próximos meses y años”.

Los estudios de Ikuspegi y del Gobierno vasco revelan que más de un tercio de la población vasca se muestra reacia a que se abran mezquitas en lonjas y otros locales para que los musulmanes puedan celebrar con normalidad sus cultos. Se confirman así las reticencias con que un sector de la sociedad observa a la comunidad islámica. Más allá de la polémica sobre la apertura de mezquitas, lo que está claro es que a medida que el futuro económico se vuelve más incierto, los inmigrantes son peor vistos por la población autóctona. Una reacción que no es exclusiva, ni mucho menos, de la sociedad vasca.

A. Sabagh lleva 15 años afincado en Vitoria. Conserva su fe musulmana y no entiende lo que está pasando. “En nuestro libro sagrado, el Corán, todo lo que es maltratar está fuera de lugar, prohibido. Nuestra religión transmite solidaridad y paz con relación al prójimo. Los que matan no conocen el Corán. Es un libro que hay conocer y estudiar muy bien. Siempre incide en el respeto, la paz, el amor y la solidaridad. El único que puede juzgar es Dios, no el hombre. El profeta siempre ha sido un hombre de paz, trabajador y perdona a los que hacen daño”.

La fe como identidad

La fe como identidadSaioa Bilbao, de la Fundación Social Ignacio Ellacuria, ha estudiado la diversidad religiosa en el País Vasco y tiene muy claro que el rol que puedan jugar las comunidades religiosas en los procesos de integración presenta dos caras: una positiva y otra obstaculizadora. Las comunidades ortodoxa y musulmana, en particular, comprenden la religión como parte de su cultura o viceversa, no contemplan una separación entre estos dos elementos identitarios. “La comunidad religiosa se convierte en un espacio necesario para el desarrollo de sus vidas y alejarse de esta supondría una pérdida o disfunción de su identidad”.

Bilbao asegura las comunidades religiosas, especialmente la musulmana, juega un papel fundamental en el apoyo y ayuda a estas personas, “lo que influye significativamente en la integración de las mismas”. Las comunidades generan una solidaridad en el grupo que resulta de gran ayuda para muchas personas que o bien pasan a ser nuevos miembros de una sociedad que todavía les resulta hostil o para personas que, formando parte de la misma, se encuentran en situaciones en las que resulta difícil sobrevivir. “En este sentido, la comunidad se convierte en proveedora de múltiples recursos: van desde la escucha hasta la búsqueda de trabajo o la resolución tanto de conflictos como de los problemas que surgen, creando así una red de solidaridad entre sus miembros. La religión cubre así un campo de funciones que normalmente corresponden a las políticas sociales democráticas”.

Es decir, la religión se convierte así en una especie de extensión del Estado, cumpliendo en muchas ocasiones las funciones que le corresponden a este. Kaddour Sbai, representante de la asociación Vasco-Magrebí Atawasol, lleva ocho años en Vitoria. Vino para “poder vivir con dignidad” y lo ha conseguido, aunque “desde 2008 la situación laboral se ha complicado”. “Nunca me he sentido rechazado por ser magrebí. Me gusta vivir en Vitoria porque nunca he tenido un problema con nadie, ni con la sociedad ni con las instituciones. Respetamos y nos respetan. No tenemos ninguna dificultad. El único problema ha surgido con las declaraciones del alcalde de Vitoria que ofrece una imagen del colectivo magrebí que no es real. La sociedad en general las ha rechazado y nos ofrece su apoyo. Lo importante es poder convivir juntos, cada uno con sus tradiciones y costumbres”.

Vacío cultural

Vacío culturalSbai se esfuerza en recalcar que “el terrorismo no tiene color ni religión, no representa al Islam. El Islam prohíbe matar a la gente, promueve la tolerancia y el diálogo entre las personas. Los principios son la tolerancia y ayudar a la gente. La gente que asesina no es un verdadero musulmán. También hay personas que viven aquí y tienen unas ideas que no son democráticas, pero no por ello voy a decir que todos son iguales”.

Ahmed Chaghouaoui , profesor de la UPV-EHU y, experto en la Historia del Islam, insiste en que “el País Vasco, al igual que el resto de España y de Europa, se encuentra preso de un miedo, de un desconocimiento que conlleva a la desconfianza. La comunidad musulmana rechaza el terrorismo, no tiene la culpa de nada. Comparte una fe con los terroristas, pero no la violencia o el fanatismo”.

“Si no fuera por la demagogia del alcalde Javier Maroto y su discurso sobre las ayudas sociales”, añade, “la crisis no ha afectado a la convivencia. Ha castigado a todos, aunque más al inmigrante. Viene con un proyecto y se frustra. Y no tiene a nadie que le respalde”.

Esa frutración, ¿puede llevar a la radicalización? “Cuando menos cultura se tiene, nos ponemos más radicales o fanáticos porque giramos alrededor de unos conceptos que desconocemos. Tenemos un vacío cultural y nos quedamos con unos conceptos religiosos de los que desconocemos su contexto histórico y es fácil que venga otro, un radical, y te convenza. Si ese vacío cultural coincide con una mala realidad social y económica es más fácil radicalizarse. El colectivo musulmán sufre doble presión. De los suyos y de la sociedad en la que se quiere integrar. Si bailas entre dos aguas, al fina pasa una ola y te coge”.

A Chaghouaoui, lo que más miedo le da es la reacción de la segunda y tercera generación de inmigrantes. “La primera vive al margen, siempre tiene su refugio cultural. Pero a la segunda y tercera generación les falta cultura. Por el choque, ni se siente de aquí ni de allí. Es extranjero en los dos sitios y termina por cuestionar su forma de ser. Se provoca una ruptura identitaria. Es preciso una cultura abierta, que te permite jugar. Entiendes al país de destino y al tuyo propio. No se produce el vacío, se refuerzan los lazos culturales y se evita el radicalismo”.

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