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Kingsman. El círculo de oro. Otra vuelta de tuerca

Fotograma de la película 'Kingsman 2'

J. M. Martí

Matthew Vaughn venía de dirigir dos películas Kick-Ass (2010) y X-Men: primera generación (2011), basadas en sendos cómics, cuando obtuvo un inesperado éxito de taquilla y critica con Kingsman: Servicio Secreto (2014), una parodia pop del cine de espías, homenaje a la serie británica de los años sesenta Los vengadores y las cintas de James Bond protagonizadas por Rober Moore. Una inversión de 80 millones de dólares generó una recaudación de más de 400 millones. La secuela era inevitable. Y aquí ha llegado Kingsman: El círculo de oro.

La estrategia de promoción y publicidad ha sido brillante. Primero, sus responsables evitaron la competencia de los estrenos veraniegos y aplazaron el suyo a septiembre, dos semanas antes del de Blade Runner 2049. Diez sobre diez. Luego consiguieron colocar reportajes y portadas en las principales revistas cinematográficas de divulgación. Otra diez sobre diez. Finalmente, lanzaron una campaña muy inteligente sobre la aparición de Colin Firth después de su muerte en la primera entrega. Magnífico broche final a una excelente campaña de marketing.

Otro sobresaliente para los responsables del casting. Jeff Bridges, muy cómodo en su papel como responsable de la organización norteamericana Statesman, el equivalente al británico Kingsman. Julianne Moore encarna con gracia a una villana, MBA en gestión de empresas, que controla el mercado mundial de la droga desde su refugio en Camboya con estética años 50, capaz de amenazar al presidente de EE.UU., asunto que se revuelve con un ingenioso giro de guion y, en fin, reivindica -contra todo pronóstico- la legalización de las drogas. Ya nos enseñó Shakespeare (y Verdi) que un Yago con dobleces puede ser más interesante que un Otelo simplemente celoso. A todos ellos hay que añadir a Halle Berry, el mismísimo Elton John burlándose de sí mismo, Pedro Pascal, el agente de la DEA de la serie de televisión Narcos, y los que venían ya de la primera entrega, Colin Firth, Mark Strong y Taron Egerton. Este puzzle funciona como un reloj.

A Matthew Vaughn le gusta rodearse de profesionales de alto nivel. Su guionista habitual, Jane Goldman, con una prestigiosa carrera, logra superar los desequilibrios y altibajos de la primera entrega. Parece que ha puesto orden en la inventiva desbocada de Vaughn, y nos plantea una estructura más convencional y unos diálogos muy divertidos.

Resultado: una película vibrante, de humor cachondo, y a veces algo subversivo, con escenas de acción coreográfica, bastante dosificadas. Secuencias que ya hemos visto otras veces en sus películas, o en las de su amigo Guy Ritchie, con largos travellings, mezcla de cámara rápida y lenta, zooms y una cuidada selección musical. Una combinación de humor, acción y ternura que en este caso logra evitar los manierismos y desajustes del cine contemporáneo, incluidos los de la primera entrega.

 

Que nadie se llame a engaño. El objetivo de la película es entretener con originalidad y talento. Y este objetivo está conseguido. Ya anuncian una tercera entrega. Es el final del principio, nos dicen. En mi opinión, la fórmula corre el riesgo de repetirse, a pesar de que sus personajes estén en transición.

 

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