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Misión: Imposible - Fallout. El 'blockbuster' del verano

Fotógrama de Misión Imposible -  Fallout

J. M. Martí

El verano cinematográfico suele ser un erial. De vez en cuando, sin embargo, salta la chispa. Este es el caso de Misión: Imposible – Fallout, un excelente filme. La sexta entrega de una saga que, película a película, va ganado consistencia.

Brian De Palma inició la franquicia con una brillantísima película con guion e historia de Steven Zaillian, David Koepp y Robert Towne y con secuencias que han quedado en la memoria colectiva de todo aficionado al cine: el robo de un archivo de datos NOC en la sede de la CIA de Langley o la persecución en el túnel del TGV del Canal de la Mancha.

Desde entonces, la dirección de cada nueva entrega siempre ha estado a cargo de directores de prestigio. Contra todo pronóstico, John Woo, un candidato ideal para esta saga, la pifió en Misión: Imposible 2 (2000), con una Sevilla tan improbable como el guion de Robert Towne y la puesta en escena de Woo. Tuvo que intervenir J.J. Abrams en Misión: Imposible 3 (2006) para arreglar el desaguisado (una enmienda a la totalidad a la película de Woo desde la secuencia previa a los créditos) y, en su calidad de productor, enfocar y dar continuidad estilística y argumental al resto de la serie. Brad Bird bordó la cuarta entrega (Misión Imposible: Protocolo fantasma, 2011), muy divertida, con un impagable Simon Pegg penetrando en las entrañas del Kremlin. Christopher McQuarrie elevó el listón en la quinta entrega (Misión: Imposible – Nación Secreta, 2015) y acaba de firmar lo que algunos consideran (casi) la mejor película de la serie. McQuarrie no es un novato. Fue responsable de Jack Reacher (2012), una película interpretada también por Tom Cruise, bastante interesante, pero vilipendiada por la crítica.

Misión: Imposible-Fallout recurre a las constantes que el espectador espera de la serie: persecuciones arriesgadas, operaciones sobre el terreno endiabladas, peleas cuerpo a cuerpo y juegos de máscaras, todo lo propio de una película de acción. En este caso, con secuencias muy bien narradas, limpias (lejos de la estética Bourne o la del propio Woo), donde prima lo físico y siempre entendemos lo que sucede. Diríamos que, utilizando los medios actuales, rezuman un estilo clásico.

Son muchos los ejemplos. Un salto HALO (High Altitud Low Opening) en plena noche, un salto en paracaídas que se inicia en caída libre desde una gran altura (8.000 metros) y acaba abriéndose a muy baja altitud (unos 600 metros). Una persecución por Paris donde las localizaciones de la ciudad son impecables. Mejoran las de Ronin (1998) o El caso Bourne (2002), pero no alcanzan las de Frenético (1988) de Roman Polanski.  La mirada urbana, lo impone el género, no deja de ser superficial. Peleas en los lavabos del Grand Palais en las que importa menos la coreografía que el desarrollo de la propia pelea. Un duelo en helicóptero en las cimas de las montañas de un poblado que se anuncia como Cachemira. Y todo salpicado de un humor soterrado. El plano de los trabajadores de una oficina mirando a Ethan Hunt (Tom Cruise), sin diálogos, pero animándole a que dé el salto de un edificio a otro es, por su sobriedad, muy eficaz. Después de una acción tan temeraria, Tom Cruise se rompió el tobillo, pero consiguió acabar, ante el asombro de todos, el rodaje de la escena. Es algo que el espectador puede comprobar durante el visionado de la propia película. El mismo Tom Cruise con sus compañeros de reparto contaron esta historia y mostraron el vídeo de la caída en el show de Graham Norton de la BBC. El accidente puede verse en el vídeo desde tres puntos de vista diferentes.

Pero, además, los personajes avanzan dramáticamente sin discursos ampulosos. Es lo que proporciona hondura a la película. Encontramos a un Ethan Hunt frágil, con sentimientos y emociones. Las relaciones entre los personajes adquieren peso. El pasado entra en escena sin aburrir. La franquicia James Bond lo intentó, pero no ha encontrado la fórmula. Parece que la saga de Tom Cruise ha optado por caminos mas fructíferos. Mantener el mismo protagonista y un elenco de actores mas o menos estable facilita el desarrollo argumental de la serie.

El reparto es irreprochable. Alec Baldwin cada día está mejor allá donde aparezca. Henry Cavill es un antagonista convincente. Aporta bastante más que presencia física. Los personajes femeninos, a pesar de no tener la todopoderosa presencia del protagonista masculino, están muy bien trazados y tiene consistencia dramática. La película ahonda en las relaciones personales de sus protagonistas y no se oculta que Ethan Hunt paga un precio muy alto por ejercer su oficio. Vanessa Kirby, como la Viuda Blanca (puro linaje Max), con su mirada turbia, promete nuevas apariciones y augura emociones fuertes.

La franquicia remite a una serie televisiva de finales de los sesenta con una cabecera reconocible, una mecha que se encendía y adelantaba - en planos rápidos sucesivos- lo que estaba por venir, un mensaje que se destruía en cinco segundos y la sintonía de Lalo Schifrin. Luego venían 50 minutos trepidantes de operaciones minuciosamente planeadas (misiones casi imposibles) que mantenían al espectador en vilo. Entonces todo estaba perfectamente programado. Ahora los tiempos han cambiado y los héroes están envejeciendo, están cansados y dejan paso a la improvisación. Estamos en ello, repiten constantemente. Lo mejor que se puede decir de esta saga cinematográfica es que ha conseguido conservar rasgos de la serie televisa original e incorporar recursos estilísticos de las nuevas series de televisión, especialmente el aprovechamiento dramático del tiempo (episodios más largos, continuidad argumental, evolución y crecimiento de los personajes) para hacer cine del siglo XXI.

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