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“La gente de Neguri tenía un claro desprecio por la cultura y era muy excluyente”

Pedro Ibarra, fundador del despacho laboralista Aguirre Cinco

Aitor Guenaga

“En 1976 nuestro despacho era, al menos en Bizkaia, lo que ahora se llama un referente respecto al proceso de movilización política y social. Una parte de la red que conformaba el sujeto colectivo, el pueblo en confrontación permanente con el sistema”. Quien escribe estas líneas es Pedro Ibarra, catedrático jubilado de Historia de las Ideas Políticas en la UPV y referente en el mundo de los despachos laboralistas antifraquistas.

El despacho Aguirre Cinco, en el que trabajaba Pedro Ibarra (Getxo, 1942) era, para entendernos, como el despacho laboralista de Atocha, del que esta semana se ha conmemorado los 40 años de la matanza que lleva su nombnre. Por él despacho fundado por Ibarra pasaron personas que hoy son referentes de la judicatura vasca, como el presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Juan Luis Ibarra; en el movimiento de ONGs como Alfonso Dubois, líderes políticos como Paco Letamendia, en su día diputado en Cortes por HB, y otros muchos personajes que tenían en común su compromiso de lucha contra la dictadura. Pedro Ibarra acaba de publicar el libro 'Memoria del antifranquismo en el País Vasco-Por qué lo hicimos (1966-1976)' (Editorial Pamiela) donde narra cómo se articuló la lucha contra la dictadura en Bizkaia en esa década.

El libro tiene una vocación claramente comunitaria: explicar cómo se organizaron y lucharon los diversos grupos sociales y políticos contra el franquismo entre 1966 y 1976.

No es un libro que cuenta acontecimientos de lo que pasó en esas fechas porque eso ya está escrito. Trata de resaltar cómo se organiza la gente para luchar, como se construye comunidad en los movimientos, en los partidos, la idea de colectivos que se juntan para luchar contra el dictador. Y la otra parte pretende responder a la pregunta de por qué la gente se compromete en esa lucha colectiva, cuáles son los orígenes, de dónde viene ese compromiso. Y luego las influencia de la vida cotidiana porque en el franquismo era obvio comprometerse contra el sistema porque era tan evidente que aquello era el horror que había que estar frente a él. Y ahí introduzco mi experiencia personal.

Y la de esas 4.000 personas que cita en el libro en Bizkaia, militantes antifranquistas. Además, hace un guiño a sus esposas, que no estaban en general en la primera línea, pero que sin su concurso hubiera sido imposible la otra militancia.

Es que es algo que siempre se olvida. Si analizas la lista de militantes el nivel de mujeres es muy, muy bajo. Había mujeres en La Galletera, porque era una fábrica de mujeres y en secciones de Firestone formadas por mujeres, pero poco más.

Pero el libro también es la historia del Pedro Ibarra que pertenecía a un familia bien de Neguri, en Getxo, con un buen trabajo, y que de alguna manera se convierte en el 'garbanzo negro' de los Ibarra-Güell, junto a su esposa, Carmen, de la saga de los Oriol.

Se juntaron dos garbanzos negros (risas). Quería contar eso porque me parece que es algo original. Y, a través de nuestra experiencia, explicar que ese proceso de ruptura se dio mucho en esa época. La gente tomaba la opción de meterse en un partido o entraba a trabajar en el movimiento obrero y eso le cambiaba también su vida diaria: dejaba de vivir donde vivía, estudiaba o se iba a trabajar a una fábrica, se iba a vivir con otra gente en una estilo de vida de comuna; la idea de cambio vital, de cambio de actitud, de ideas y convicciones, eso también formaba parte del compromiso social y político.

El libro pretende ser muy emotivo y nada académico, ¿por qué?

Pues básicamente para que la gente lo lea y lo lea a gusto. Cuento historias, algunas emocionantes; en fin, que sea algo cercano y no una teoría política o un análisis historiográfico a fondo sobre esa etapa. Eso ya existe. Tal vez la última parte, en la que cuento cómo se construye el sujeto colectivo y tal, pues es más analítica.

Pero quiero decir que no hay grandes adornos, ni citas.

No, no. Eso lo he hecho un poco a propósito. El que quiera profundizar en lo que paso en ese año, qué partidos había o lo que sea, pues hay ya unos libros estupendos publicados en todos estos años. Yo he querido hablar de una experiencia colectiva y de la mía en particular.

¿Cómo se hace esa transición de la asesoría legal en la que estaba en Dow Unquinesa al primer despacho laboralista Aguirre Cinco?

Esa fue buena: cuando se lo conté a mi jefe en Unquinesa pues no le entraba en la cabeza: “Ah, que vas a poner en marcha un despacho de derecho mercantil”, me decía. Y yo le contestaba que no, que era un despacho de abogados de temas de trabajo. “¿Y para qué empresas vais a trabajar?”, me preguntaba. Y yo pues no, no, para defender a los trabajadores. “¡Pero si para eso ya está el Sindicato Vertical!”. Al final me decía que no entendía lo que le estaba contando. Y le dije que yo tampoco pero lo iba a hacer (risas).

De la mano de Paco Letamendia, Ortzi, que luego fue diputado en las Cortes por HB, o de Juan Luis Ibarra, actual presidente del Tribunal Superior de Justicia vasco, Alfonso Dubois...

Sabino Cuadra, Begoña Zabala, José Mari Etxegaray, Carlos Trenor... Aquello fue una marea de gente y una experiencia muy bonita.

Como abogado laboralista vivió momentos históricos: huelgas, juicios, etc. ¿Recuerda cuando conoció a Felipe González, el camarada Isidoro?

Claro. En la huelga de Firestone de 1975, una huelga muy potente liderada por las mujeres trabajadoras, fíjate. Todavía le llamaban Isidoro. Había uno de la UGT que nos dijo que iba a venir el camarada Isidoro. ¿El abogado?, le preguntamos. Entonces Felipe González era abogado. Nosotros en el despacho éramos 11 abogados. Y vino. Felipe era un crack. Un amigo mío, que se llamaba también Isidoro, ¡qué casualidad!, tenía una especie de desván en la cooperativa donde vivíamos y cuando nos reunimos la noche anterior al juicio para prepararlo... bueno de prepararlo nada, te puedes imaginar, estuvimos toda la noche con la boca abierta oyéndole a Felipe contar cosas. Hombre, era el secretario general del partido ya.

En el libro menciona también el famoso juicio de Burgos a los militantes de ETA.

Fue importantísimo. No cuento los acontecimientos, bueno añado alguna cosa que no se ha relatado, pero sobre todo es la parte más personal, el impacto que supuso en el despacho y también para mí. Nos cambió la orientación de trabajo, empezamos a trabajar con presos políticos. Y se abrió una reflexión particular y general sobre el nacionalismo. Exagerando un poco, es entonces cuando descubro el nacionalismo y ETA por decirlo así,. Es a través del proceso de Burgos. Y también por qué y cómo entraba la gente en el nacionalismo y en ETA en aquellos años.

Echando la mirada atrás, en esa etapa ETA ya existía, en alguna ocasión se han referido a la ETA de esos años (1966-76) como la ETA antifranquista, 'buena'. ¿Cree que ya llevaba en su seno esa semilla totalitaria que se comprobó años después?

(Silencio) Si pienso en la gente que yo veía en la cárcel -hasta el año 78-79- creo que era una gente distinta. Hablábamos de política en general. Que apuntaban ya. Son años 1972-73-74 de muchas confluencias entre ETA, el movimiento obrero, etc. Es verdad que a partir del 75 empieza a haber gente que dice que “esta es nuestra guerra”, “nuestra guerra es distinta”, que ya eso apuntaba a posiciones más sectarias, más totalitarias, podía ser. Pero yo, personalmente, no tengo esa vivencia. Lo cual no quiere decir que no estuviese ya esa semilla entonces, tal y como planteas.

Es interesante, incluso sorprendente en algunos pasajes, la descripción que hace de la gente de Neguri, la clase dirigente, nacional-católica, el poder financiero. “Vivían con una manifiesto desprecio por la cultura”, apunta en el libro.

Me hace gracia que me digas esto porque a muchísima gente le ha chocado esa afirmación. Había esa aureola exterior de que la gente de Neguri era muy culta, con bibliotecas, interesada por el arte.... De eso nada, era un desprecio claro. Como tenían mucho dinero, muchos de ellos poseían grandes bibliotecas, mi familia en concreto. Y en mi casa se leían los libros, en otras solo estaban muy bien encuadernados y punto. No querían ni ir al teatro o al cine a Bilbao. Igual iba alguno a un concierto. Pero cero, cero. Leían más novelas del Oeste. Al menos mi generación, la que yo conocí. La de mis padres pues igual sí. La mía cero. El ir a Bilbao era una cosa que estaba como mal vista; ¡a Bilbao, eh!

¿Por qué?

Pues porque Bilbao podía suponer estar con otras gentes, otras formas de ver la vida, otras culturas. Se iba a los clubes privados, la gente se forraba a tomar copas y se acababa la historia.

Usted vivió en Neguri hasta los 23 años, “educado en un individualismo estricto y excluyente”, recuerda en el libro.

Excluyente, claro. Lo digo así, bueno igual he cargado un poco (risas), pero era así. Era un sitio muy cerrado y muy delimitado. Ahí no entraba nadie, era como una alambrada, no era la típica élite que sale por la ciudad, etc. No, no. Claro que no había alambradas, pero casi. No se planteaban estar con otras familias de fuera, etc. Y ahí estaba yo. Era una sociedad muy excluyente.

El periodista Gregorio Morán lo describía muy bien en su libro 'Los españoles que dejaron de serlo'.

Gran capítulo del libro. Como confidencia te diré, y no te engaño, que yo le eché una mano con esa parte. Incluso mi padre, que tenía una cierta mirada con sentido del humor como para criticar la sociedad en la que vivía. Y recuerdo conversaciones con él en casa de mi padre muy interesantes.

 Hablando de abogados laboralistas, esta semana se han cumplido 40 años de la matanza de Atocha. 

Atocha fue un despacho líder entre los despachos laboralistas en Madrid. Y luego había también en Cataluña, nosotros, en Galicia. Era una red de despachos que tuvo una tarea básica: éramos casi unos sindicatos. Entre el Sindicato Vertical y los sindicatos clandestinos, estábamos nosotros. En los despachos hacíamos una tarea de apoyo a los sindicatos clandestinos, una tarea casi sindical que tuvo bastante importancia en aquellos tiempos. Era un espacio de cobertura, de información, asesoramiento y apoyo para el movimiento obrero. Los sindicatos clandestinos no lo podían hacer.

De ahí también que la matanza de Atocha, más allá de los cincos asesinados, tuviera un impacto tan grande.

Fue una conmoción, claro. Pero está también todo el tema del PCE. Eran los momentos previos a la legalización del PCE, con un despacho muy ligado al PCE. Eso supuso una entrada en la escena política del Partido Comunista que fue muy relevante. Y sobre todo para confirmar el proceso democrático y la conquista de las libertades. En el libro cuento lo que nos pasó a nosotros. Antes, en el año 1975, nos destrozaron el despacho...

Y a usted le intentaron secuestrar unos encapuchados en su casa.

Sí. Hay un anécdota muy divertida cuando Alfonso Dubois, compañero del despacho, y yo vamos a denunciar el atentado a la policía. El libro está cargado de historias de una época básica en nuestras vidas.

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