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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

“¿Recuerdas cómo te curaba tu madre?”

Eduardo Azumendi

Vitoria-Gasteiz —

“Jonhy es una mujer joven, menuda, simpática, de fácil y profunda conversación. Es monja. Ecuatoriana. Y destila sencillez por los cuatro costados. Trabaja en Turkana (Kenia), un lugar donde llueve cinco días al año. Donde los niños mueren en los brazos de madres resignadas al hambre. Un lugar donde las personas se deshidratan exhaustas a la sombra de un árbol…..”. Esta es la paciente que recientemente vio en su consulta del centro de salud de Zabalgana el médico de atención primaria, Maxi Gutiérrez. Una visita que no se le olvidará porque le recordó una forma muy especial de atender a los pacientes, combinando la ciencia con el cariño y que la crudeza de la crisis económica se ha encargado de reavivar.

“Un compañero”, prosigue Gutiérrez, “le asignó a Jonhy la responsabilidad de una enfermería cerrada hacía ocho año. Mientras se dedicaba a la limpieza y al orden veía como muchas personas llegaban y se sentaban en los alrededores. Ella miraba, saludaba y sonreía. Era todo lo que le posibilitaba su desconocimiento de la lengua”, narra Gutiérrez en su blog medicina de familia con blog propia. El caso es que a los pocos días, Jonhy se enteró de las quejas de la gente por la falta de atención en aquella enfermería, “por traer a una doctora que no les entendía ni les curaba”. “Ni soy médica ni conozco el idioma. No puedo comunicarme y mucho menos curar sus males”, les replicó.

La respuesta también fue contundente: “¿Recuerdas cómo te curaba tu madre?… hazlo igual. Tócales, acaríciales y manifiéstales confianza y cariño, aunque tenga que ser sin palabras”. Maxi Gutiérrez conoció la historia por boca de la propia Jonhy y le ha hecho pensar cómo es la atención que él dispensa a sus pacientes. “Se trata de una atención científica, técnica, organizada, registrada, correcta,…Características indispensables, sin duda. Pero, también en cuántos momentos ésta adolece de calidez, de palpación y de caricia, de confianza o de esperanza, con la palabra o sin ella”. Por eso, asegura que a partir de ahora le vendrá bien recordar a menudo “cómo me curaba mi madre”.

Enfermos antes que enfermedades

Enfermos antes que enfermedadesLos médicos de primaria combinan habitualmente la atención científica con la calidez y la confianza en el trato a los pacientes, a diferencia de los especialistas que “solo ven enfermedades”, apunta Mónica García Asensio, médico de familia en el centro de salud de Mamariga, en Santurtzi. La crudeza de la crisis está llevando a las consultas a enfermos ‘sanos’ que solo buscan esperanza. “Para un traumatólogo se trata de operar una rodilla, pero para el médico de familia esa rodilla se llama Antonio, está casado, tiene tres hijos y trabaja en…..Por encima de todo, personas”, recalca García.

“Los médicos de familia”, añade, “realizamos durante nuestra etapa de formación un curso específico de comunicación. Se trata de saber cómo se dan las malas noticias, cómo te enfrentas a un paciente de unas determinadas características….Se nos inculca esa formación, una preparación psicológica para ver más allá del problema estrictamente médico que puede tener la persona que acude a la consulta”.

Pero, ¿son suficientes los diez minutos de media que se dedica a cada paciente en la consulta? “Esos diez minutos dan para mucho más de lo que se piensa. En cualquier caso, cuando quedan cosas pendientes se puede citar al paciente para una consulta más exhaustiva y con más tiempo al día siguiente o para otra fecha”.

Rafael Gracia también tiene experiencia a la hora de ver a los pacientes como personas y no como enfermedades. Gracia es el presidente de Osatzen-Sociedad Vasca de Medicina de Familia y Comunitaria y jefe de estudios de Medicina de Familia de Álava. Por lo tanto, él se encarga de instruir a los futuros médicos de familia en una cuestión como el de la comunicación con el paciente. “Como atender a los pacientes no se enseña en la Facultad de Medicina. Los libros muestran enfermedades, diagnósticos, tratamientos, pero no enseñan a hablar con los pacientes, a conocerles, a descubrir lo que les pasa y a interesarse por ellos y por lo que les rodea”.

Vivir en el alambre

Vivir en el alambre“Los médicos de familia”, sigue, “nos acercamos a todo. Tenemos que saber un poco de todo. Debemos atender al conjunto de la persona, desde su mente hasta su cuerpo. Y para eso, debemos escuchar. En algunos casos, acuden sin estar realmente enfermos, aquejados de pequeños malestares de la vida cotidiana. Vienen más por el susto que por una enfermedad real. En esos casos, a veces resulta positivo recurrir a la sabiduría popular y echar mano de remedios caseros”.

La cultura de la inmediatez y la desconfianza esté llevando a practicar, en muchos casos, una medicina defensiva. “Los médicos son humanos y eso significa que están bajo el mismo influjo que el resto de la sociedad. El miedo a meter la pata si no se realiza una determinada prueba. El resto de especialistas tolera mal la incertidumbre, pero los médicos de familia somos maestros en vivir en el alambre. Tenemos que vivir ahí, es nuestro sitio. Debemos saber diferenciar al paciente realmente enfermo del sano. No podemos mandar al especialista y al hospital a siete enfermos y 20 sanos”.

Aunque la medicina de familia sigue siendo la segunda opción para muchos estudiantes y licenciados que aspiran a una especialidad, los que finalmente se convierten en médicos de atención primaria se enganchan. “Lo cierto es que los residentes que empiezan no acuden emocionados porque tenían otras aspiraciones, pero terminan y se quedan como médicos de familia. De los 20 de la promoción del año pasado, solo uno ha vuelto a repetir el examen para médico interno residente (MIR) para optar a otra especialidad”.

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