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La UPV (EHU), en la encrucijada

Urkullu (en el centro), la consejera de Educación, Cristina Uriarte, y el rector Goirizelaia, junto al alcalde donostiarra. /EFE

Aitor Guenaga

Bilbao —

La Universidad del País Vasco (UPV/EHU) ha arrancado el nuevo curso con las luces rojas encendidas. Afronta la etapa con 40 millones de euros menos de presupuesto. Cuando hay un cruce de caminos, lo normal si no se tiene clara la ruta es detenerse y hacer un alto en el camino. El problema es si al pararse para decidir qué trazado es el óptimo, uno es capaz de alzar la vista para mirar la media o larga distancia que le resta para llegar al destino o simplemente está capacitado para tomar aire y aguantar porque las urgencias son tales que le nublan la vista.

Y la UPV está un poco en esa disyuntiva. Como muchas otras instituciones, no es ajena a la revisión que se está produciendo o se va a abordar en Euskadi en parte de su arquitectura institucional. Y esa encrucijada se produce en un momento crítico presupuestariamente. Nunca en su historia había conocido una sangría tan sostenida y profunda del dinero público que llega del Gobierno vasco: en los últimos cuatro años, los recortes han alcanzado los 90 millones de euros. Hoy en día, la UPV cuenta con 393 millones de presupuesto (9,26 % menos que el año anterior), un nivel similar a 2007. Los presupuestos de los Departamentos han bajado un 40%, según datos oficiales.

El pasado 9 de septiembre, el rector, Iñaki Goirizelaia, en su intervención de apertura del curso universitario 2013-14, habló de la UPV de 2050. Soñó con que para entonces algún profesor o profesora de esta universidad pudiera “competir por un premio Nobel de investigación” y apeló a la necesidad imperiosa de sellar un “pacto por la educación de largo recorrido”, para que la institución no sea una pluma al viento de los vaivenes políticos, “dependiente del color de nuestros gobernantes”.

Pese a mirar a 2050 con el rabillo del ojo, Goirizelaia tiene los pies pegados a la tierra. Tanto que su equipo rectoral negocia ya con el Departamento de Educación de Cristina Uriarte la partida de los próximos presupuestos, todo un baño de realidad para un rector que parafrasea al Lennon de 'Imagine' y su conocida letra “pueden pensar que soy un soñador, pero no soy el único”. De partida tiene el recorte del último ejercicio: 40,1 millones de euros. Y cree necesario poner pie en pared. “No entra en mi cabeza un recorte similar. Si hay un recorte de otros 40 millones…. No podemos”, admite desde su despacho en conversación con ElDiarioNorte.es.

Pero no es solo una cuestión de dinero. Algunas obras pueden esperar, como la reorganización de las ingenierías, para las que no hay presupuesto, o la nueva facultad de Medicina y Odontología. Lo van a hacer de hecho unos “tres o cuatro años, en el caso de Medicina”, admite el rector, que recuerda que ya no estamos en 2004. Unos tiempos bien definidos por el entonces rector Juan Ignacio Pérez, que hizo saltar las alarmas en materia de infraestructuras con su constatación de “los centros se caen a pedazos”. El ladrillo universitario no es el problema.

Juan Ignacio Pérez, 'Iñako', no sabe lo que es gestionar una universidad con estrecheces presupuestarias como las actuales. Pero todas las épocas tienen sus luces y sombras. Y sus problemas. Este exrector, doctor en Biología y actual director de la Cátedra de Cultura Científica en la UPV, apunta como uno de ellos “el sistema de gobernanza interno” de la universidad. Algo que él dibuja como una mezcla de intereses corporativos de los centros y determinados sectores con mucho poder en la institución, sin olvidar el papel de los sindicatos a la hora de condicionar políticas. Un cóctel que “hace muy difícil animarse a tomar decisiones valientes”, admite.

“No hay una cultura académica común compartida”, indica, al tiempo que detecta una “autocomplacencia pavorosa. Mejor pon comodidad. Pensamos que somos los más competentes y mejores, creemos que la culpa la tiene siempre otra persona o institución y consideramos que nos tienen que dar el mejor trato del mundo. Y no me excluyo del pecado”, asegura el exrector, como queriendo así expiar una culpa colectiva de difícil sanación. “La UPV también participa de esa gran fosilización que atenaza al sistema universitario español”, concluye.

Con esos mimbres, resolver la encrucijada no parece tarea fácil. ¿Es un problema presupuestario o de gestión? ¿Se debe abrir el debate sobre las necesidades reales de personal? ¿Sobra o falta gente en la UPV? ¿En qué se traduce realmente estar en el ranking de Shanghai entre las 500 mejores universidades del mundo? ¿Hay que abrir la UPV a otros modelos como el de las pequeñas y elitistas universidades en EE UU?

“El modelo de EEUU no es posible ponerlo aquí porque la ley no lo posibilita”, aclara Goirizelaia. “Ni tenemos donantes multimillonarios para aportar dinero a la Universidad”, recuerda con acierto Joserra Hernández, responsable del sector en el sindicato CC OO. Hay quien defiende abrazar la “innovación disruptiva” como método para pesar más en el concierto mundial universitario.

Fuentes conocedoras de la vida universitaria y de otros modelos en el mundo, que prefieren preservar el anonimato, tienen otra visión. Más a largo plazo. “El modelo de universidad con más de 40.000 alumnos como la nuestra, con 8.600 universitarios nuevos cada año, con tres campus y abarcando prácticamente todos los campos del saber no es viable a largo plazo, salvo que aspiremos solo a ser un buen centro de nivel FP3”, vaticina.

Es ahí donde surgen proyectos que rompen con el modelo actual. Se plantea la posibilidad de abrir una universidad de élite, con pocos alumnos y muy bien dotada, con profesores autóctonos pero también de fuera. Todo para lograr colocarla entre las 100 mejores del mundo. Un lugar donde se innove de verdad, como esas universidades que se abren ahora en Arabia Saudí o Singapur, se explica.

Desde CC OO, Joserra Hernández cree que ese tipo de modelos casan bien con los que están recogidos en el informe de expertos del ministro Wert. “Es el modelo universitario americano para la gente que tiene dinero”.

Goirizelaia reclama una “mayor capacidad de decisión” para ejercer su papel con autonomía y ve con buenos ojos que la universidad consiga fondos privados y públicos para proyectos de investigación. De hecho, la UPV capta anualmente 60 millones de euros destinados a investigación. Pero no comparte los saltos en el vacío que algunos tienen en su cabeza.

“O planteamos ahora este tipo de cosas para cuando las expectativas económicas sean mejores o estaremos condenados al fracaso”, señala otro miembro de la comunidad universitaria. Tal vez porque esta persona piensa que, como decía Séneca, “cuando un hombre no sabe hacia dónde va, ningún viento le es favorable”. Y la UPV está pendiente aun de resolver su particular encrucijada.

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