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Marea de favores

Las colaboradoras del Banco de Tiempo de Vitoria en el local ubicado en la calle Panamá.

Natalia González de Uriarte

Vitoria-Gasteiz —

El teléfono no deja de sonar en los locales de “Caminando por las estrellas” pero Soraya Hernández atiende cada llamada con esmero. “Yo no me apuro, si aquí, lo que precisamente nos sobra, es tiempo ”, bromea esta veterana voluntaria del Banco de Tiempo, BdT, de Vitoria. En este espacio, al igual que en los otros 17 centros diseminados por Euskadi, ven crecer cada día los servicios prestados hasta el punto que han doblado los intercambios tras la entrada de nuevos socios acuciados por la crisis.

En el particular libro de cuentas del centro de la asociación vitoriana queda reflejado este aumento de los trueques. Las transacciones no se contabilizan en euros, sino en bloques de 60 minutos. El dinero no interviene, aquí no hay desembolso económico que valga. El funcionamiento es sencillo: unos 60 minutos de atención y acompañamiento a un anciano equivalen a una hora de arreglos a domicilio, por ejemplo. Después de realizar el servicio los socios reciben un talón por valor de una hora de tiempo que pueden canjear “cuando necesiten y en lo que necesiten. No caduca”, aclaran las responsables.

Si en el año 2011 fueron 900 los servicios prestados, de una hora aproximada cada uno, este pasado 2012 doblaron la cifra hasta alcanzar los 2.016. “Este año 2013, a juzgar por el ritmo que llevamos, volvemos a doblar o triplicar. La gente está muy necesitada y se piensan dos veces pagar cerca de 100 euros por cualquier mínimo arreglo que se puede solventar sin una intervención profesional, con lo que tradicionalmente se ha llamado un chapuzas. Aquí tenemos de todo, fontaneros, carpinteros, pintores...algunos aficionados y otros trabajadores en paro”, explica Soraya.

En los centros de Bizkaia, se han disparado también las peticiones, sobre todo aquellas relacionadas con la informática y reparaciones caseras. En este territorio combinan los bancos de tiempo al uso con los gestionados vía on-line. Los usuarios de esta última modalidad pueden empezar a beneficiarse de las cadenas de favores una vez que rellenan los formularios de la web. “Nosotros apenas intervenimos. Les pedimos, eso sí, una cita previa antes de la inscripción para solventar cualquier tipo de duda. Luego, si hay problemas con los intercambios de actividades, que no suele ser lo habitual, intentamos mediar en la medida de nuestras posibilidades”, explica Leire Casas, responsable del Banco de Tiempo de Barrios Altos de Bilbao, que asegura que en los dos años y medio de funcionamiento del sistema se han incrementado significativamente los socios activos actualmente cifrados en 348.

Los colaboradores de estos centros de trueque coinciden al apuntar el factor desconfianza como el principal obstáculo que han de enfrentar los usuarios. “Lo que más desanima a la gente, sobre todo a la mayor de 65 años, es la desconfianza. Consideran que no es un servicio de garantía si no lo pagan con dinero. También les da miedo que personas ajenas puedan entrar en sus casas. Es como si los fontaneros o electricistas profesionales, sólo por trabajar bajo el paraguas de una empresa, fuesen más fiables”, lamenta Casas.

Pero ante las dificultades para cuadrar los presupuestos familiares y la necesidad de ahorrar por si la situación empeora, la gente deja de lado sus reticencias y ceden. Se van imponiendo estas soluciones alternativas para combatir los momentos de apuros económicos. Pero al mismo tiempo esta cultura del trueque se extiende entre otros grupos locales como opción frente al individualismo dominante y el consumismo exacerbado e impulsada por un deseo: generar el bien común, la solidaridad y la confianza entre vecinos.

Es el caso de Aiztondo. Esta localidad está enclavada en plena zona rural guipuzcoana. Los núcleos de población son pequeños y están compuestos por conjuntos de caseríos organizados en barrios. Eso condiciona las relaciones sociales. “La gente está más cubierta por la familia. Los que recurren a estos servicios lo hacen más movidos por una filosofía de vida que por necesidad”, aclara Itxaso Gonzalez de Leiba, responsable del bando de tiempo del valle. “Quieren menos rentabilidad y más solidaridad. Prima la ayuda mutua entre nuestros integrantes. De este modo se fomentan las relaciones sociales y la interacción entre personas de diferentes generaciones y culturas”, añade. También usan créditos de horas y la mayoría agota sus chequeras adquiriendo personal de apoyo para el cuidado de las huertas.

Otro de los problemas con los que se encuentran los organizadores de los bancos de tiempo es que la gente, en su mayoría, está más dispuesta a dar que a recibir. “Nuestro lema es pedir, pedir y pedir,” insiste Soraya, del centro de Vitoria. “A la gente le cuesta pedir, se cortan. Pero si todos dan de primeras y nadie pide, no gira la rueda, el funcionamiento del sistema se estanca. Por otro lado, hay servicios que los socios ofrecen que nunca son demandados. Esos socios se desilusionan porque sienten que no pueden devolver los favores. Pero que no desesperen. Algún día llegará alguien que les necesite y se resarcirán. Mientras tanto deben seguir pidiendo” , aclara la veterana voluntaria.

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