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La política vasca: del bloqueo a los pactos entre diferentes

El Parlamento vasco, el día del debate en el que se aprobaron los primeros Presupuestos del Gobierno Urkullu

Aitor Guenaga

Bilbao —

El lehendakari, Íñigo Urkullu, respira ahora mucho más tranquilo. Y se le nota. Se pudo constatar el pasado 20 de diciembre cuando, en la tradicional recepción a la sociedad vasca, ya pudo adelantar las dos ideas que no ha parado de repetir desde entonces: “Lo peor de la crisis ha quedado atrás” y “el próximo año va a ser mejor”. Y aunque son legión los que se han apuntado con prisas a ese discurso que pretende, por encima de todo, insuflar ánimo desde las instituciones, las patronales o determinados estudios prospectivos de macroeconomía, otros sectores más acostumbrados a bregar con los efectos directos de la crisis (comités de empresa, sindicatos, etc) lo ponen en cuarentena.

No en vano, ahí está la pérdida de derechos sociales y de condiciones laborales que han disfrutado los trabajadores vascos hasta el pasado 7 de julio, cuando la reforma laboral aprobada por el PP dejó de un plumazo a decenas de miles de trabajadores sin sus convenios colectivos tras el fin de la ultraactividad por decreto. 2013 acabó en Euskadi con 360.965 trabajadores en una situación de desprotección en materia de derechos laborales por el decaimiento de los convenios colectivos que les han asegurado hasta ahora unas condiciones laborales, en general, mejores que las que disfrutan los trabajadores del resto de España.

El mismo día que Urkullu lanzaba ese discurso ante la sociedad vasca, el Parlamento vasco daba luz verde a las Cuentas diseñadas por el gabinete peneuvista para 2014, gracias al acuerdo preferencial suscrito en septiembre con el PSE-EE al que posteriormente se sumó el PP. La pasión con la que el PNV vivió su vuelta a Ajuria Enea y los planes que traía bajo el brazo Urkullu tras ganar las elecciones de octubre pasado pronto se convirtieron en papel mojado al percatarse de que una cosa era ganar los comicios -algo a lo que el PNV parece estar abonado desde los años 90 y las últimas encuestas refuerzan aun más- y otra muy diferente gobernar un país en crisis en minoría y desde la geometría variable.

El “bloqueo” toca a su fin

Urkullu clamó una y otra vez contra el “bloqueo” al que, a su juicio, sometía toda la oposición a la acción política de su Ejecutivo: perdiendo votaciones en el Parlamento vasco gracias a la mayoría absoluta del eje EH Bildu, PSE-EE y UPyD y demostrando una incapacidad manifiesta para sacar adelante proyectos, entre ellos el de las Cuentas, la ley de leyes, que tuvieron que retirar por primera vez en la historia. Lo que sin duda constituyó el revolcón de realidad que necesitaba el partido que ahora lidera Andoni Ortuzar para variar de estrategia y buscar un socio preferencial para abandonar los sustos definitivamente y ahuyentar el fantasma del adelanto electoral. El 21 de mayo se celebra la primera reunión de la mesa de partidos, presidida por Urkullu, que luego, tras tres meses de negociaciones, alumbraría el acuerdo entre PNV-PSE-EE.

Ahi nació la oposición responsable y constructiva socialista. Y ahí acabo el año horribilis de Urkullu. El acuerdo fiscal y por la reactivación económica firmado el pasado mes de septiembre entre PNV y PSE-EE dio paso a que socialistas y peneuvistas abandonaran la política de tierra quemada en sus relaciones y el envenenamiento político de los últimos años, dando paso a un pacto de conveniencia donde ambos partidos ganaban haciendo de la necesidad virtud. Desde entonces, el resto de instituciones (incluido el Gobierno central) han seguido la estela del acuerdo, en la que ha sido necesaria la participación de un tercer socio -el PP vasco. Un partido liderado ahora por Arantza Quiroga, tras suceder a Antonio Basagoiti tras su marcha a México para ejercer de banquero en el Santander y que aún tiene pendiente fijar fecha para el cónclave que ratifique a Quiroga como lideresa de los populares vascos.

Los socialistas lograban que el PNV entrara a pactar todos y cada uno de sus objetivos cuando Patxi López estaba en Ajuria Enea y que los peneuvistas se habían negado a acordar para lograr que el primer lehendakari socialista de la historia tuviera que tirar la toalla y adelantar los comicios autonómicos a octubre de 2012. Es cierto que aunque los dirigentes socialistas -y sobre todo su portavoz en el Parlamento, José Antonio Pastor- se empeñe entrevista sí y entrevista también en afirmar que el acuerdo no es un “cheque en blanco al Gobierno”, también es cierto que el pacto limita las expectativas de control al Ejecutivo en los temas básicos pactados. Salvo lo que pueda pasar en la ponencia parlamentaria en la que se discutirá el “nuevo estatus político” que Urkullu y su partido reivindican para Euskadi y que el lehendakari ha vuelto a recordar en su mensaje de fin de año. Y la política de paz y convivencia, cuyo devenir estará ligado también a que la ponencia parlamentaria, creada a iniciativa de los socialistas, vuelva a ponerse en marcha y con todos los partidos políticos (al menos el PP, que nunca estuvo, y el PSE, que la abandonó hace unos meses). Y a que el “final ordenado” de ETA se construya desde el acuerdo entre los dos Ejecutivos y los principales partidos vascos, una vez que los presos etarras del colectivo EPPK han asumido la legalidad penitenciaria y ETA haya anunciado su decisión irrevocable de abandonar el terrorismo.

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