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“La crisis ha hecho que la cultura sea más receptiva a las propuestas de la sociedad civil”

Pablo Berástegui, director de Donostia 2016.

Eduardo Azumendi

El 7 de septiembre de 2014, Pablo Berástegui (Pamplona, 1968) fue nombrado como nuevo director director general de Donostia 2016. Un año y medio después, y cuando el corte de la cinta inaugural está al caer, Berástegui afronta con optimismo el reto. Para él, el éxito del proyecto no se debe medir por el número de visitantes o por las críticas positivas que reciba el trabajo, sino que debe tenerse en cuenta cómo se utilice la cultura como un elemento de transformación social. La guerra (abierta en ocasiones o soterrada en otras) entre instituciones y la indefinición en el concepto mismo del proyecto son fantasmas del pasado para Berástegui, quien ni siquiera se planteó los avatares que había sufrido el proyecto cuando se postuló para el puesto. La crisis, según el director de Donostia 2016, “ha hecho que la cultura sea más receptiva a las propuestas de la sociedad civil”. Algo que tratará de plasmar a lo largo del año y que confía en que permanezca ya para siempre.

El próximo miércoles 20 de enero, con el redoble de los tambores del Día de San Sebastián, será el pistoletazo de salida de Donostia capital cultural 2016. Todo está preparado para un acontecimiento que el propio Berástegui espera que “resulte extraordinario para San Sebastián”, después de todos los encontronazos institucionales, críticas y los “avatares que ha sufrido el proceso” de su puesta en marcha, según reconoce su director. “Nuestro proyecto no trata solo de la violencia, sino de cuestiones tan actuales en Europa como la forma de relación con las personas que piensan diferente. Uno de los retos del siglo XXI es aprender a convivir con todos”. Es la hora de la verdad para este proyecto de capitalidad europea.

Ha llegado la hora de la verdad para San Sebastián como capital europea de 2016. ¿Llega con todos los deberes hechos?

Estamos ilusionados y preparados para un año que espero resulte extraordinario para San Sebastián.

Cuando le nombraron director del proyecto, ¿pensó que era una oportunidad o una ‘patata caliente’ debido a la guerra que hasta ese momento se había librado entre los diferentes organizadores?

Me presenté voluntario al puesto y no pensé en todos los avatares que había sufrido el proceso. No es extraño en otras capitales europeas de la cultura que sucedan situaciones delicadas. Se trata de procesos largos donde se puedan dar muchas circunstancias. En mi caso particular no pensaba que venía a resolver ninguna disputa, solo sabía que había una plaza vacante. Me interesaban las premisas con las que se trabajaba: hacer un proyecto que pudiera visibilizar como la cultura puede jugar un papel transformador y hacerla más participativa. Era algo que siempre me ha interesado en mi trayectoria y vi que había una oportunidad de hacerlo con la capitalidad europea. Nunca fui consciente de las que complicaciones que había sufrido con anterioridad.

¿Ha conseguido implicar a la ciudadanía en el proyecto o cree que lo vive con desafección?

Recuperar a la ciudadanía para el proyecto es un proceso gradual. Ahora estamos en el mejor momento desde que me incorporé y creo que hemos conseguido recuperar la ilusión de los ciudadanos. Y cuando se inaugure y todos empiecen a disfrutar del trabajo realizado será más sencillo ‘vender’ el proyecto.

¿Es lo que ha sucedido con otros proyectos de capitalidad europea?

Sí. En un primer momento solo trascienden las complicaciones, los proyectos que se han quedado fuera, lo que no se ha podido hacer. Y luego, cuando realmente se empieza vivir el año propiamente dicho cambian las cosas.

¿Cómo se traduce el uso de la cultura como un elemento de transformación social?

Es un planteamiento que estaba en el origen, en la génesis del proyecto de capitalidad europea. Hace 30 años, la cultura puede ser un canal para el conocimiento de los diferentes pueblos que componen Europa. Este papel instrumental de la cultura como un elemento que nos ayuda a mejorar el conocimiento es una forma de transformación. Y en el caso concreto de la ciudad de San Sebastián, se ha visto que lo importante era abordar cómo se restituían algunas de las relaciones deterioradas por el terrorismo.

¿Y cómo puede la cultura favorecer esa empatía?

Cuando seguimos abordando el tema de la violencia algunos prefieren dejarlo porque la sociedad va muy rápida y se ha acostumbrado a vivir sin amenazas. Pero creo que es importante no pasar página demasiado rápido. Es necesario reflexionar sobre lo que ha sucedido y que todas las partes hagan ese análisis. Pero nuestro proyecto no trata solo de la violencia, sino de cuestiones tan actuales en Europa como la forma de relación con las personas que piensan diferente. Uno de los retos del siglo XXI es aprender a convivir con todos. Es una necesidad como sociedad y los lenguajes artísticos plantean caminos para abordar esa cuestión.

¿Cómo le gustaría que fuera recordado Donostia 2016? ¿Qué legado le gustaría dejar?

Como un proyecto en el que aprendimos a abordar las cosas de una forma diferente, de una forma más colegiada y compartida.

¿Qué significa el éxito para usted?

No es tener más visitantes de los esperados o recibir críticas extraordinarias ni que las actividades sean superbuenas. El éxito es plantearnos algunas cuestiones y obligarnos a abordarlas desde la diferencia. Los avatares y las diferencias con las que ha tenido que lidiar el proyecto se han ido solventando y eso es un signo de madurez. Es un aprendizaje desde la disensión. Para la sociedad es un éxito ser capaces de abordar cuestiones complicadas y buscar soluciones.

Su modelo de Donostia 2016 se aleja de las infraestructuras megalómanas o de la presencia de figuras de talla internacional. ¿Qué busca?

Todo es importante, pero Donostia 2016 apostó por otro modelo. Es más sostenible aprender nuevas formas de trabajar, poner en colaboración a los creadores….Donostia está muy bien dotada de espacios culturales, por eso no se pensó en edificios emblemáticos ni nada por el estilo. Se trataba de fortalecer los que ya existen.

La cultura es la gran damnificada en momentos de crisis.

Así es. Si los que trabajamos en cultura no conseguimos implicar a la ciudadanía para que sea ella la que defienda la importancia de la cultura es que algo hemos hecho mal. Los ámbito más débiles son los que primero se sacrifican y ese es el caso de la cultura. Pero, por otra parte, la crisis ha abierto una serie de oportunidades para la cultura: que sea más permeable a las sugerencias de la sociedad civil, a que los espacios culturales sean más receptivos a propuestas. Se está haciendo de la necesidad virtud. Si lo sabemos canalizar puede ser muy interesante a futuro. Nada de instituciones cerradas. Se puede trabajar con la sociedad civil, buscar nuevas fórmulas de cogestión y trabajar de manera diferente. Lo importante es que no sea algo coyuntural, sino que perdure en el tiempo.

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